Adrenalina al límite (Relato de Misterio - Ficción Histórica)

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Había estado estudiando el complejo militar desde hace una semana. Mi rutina de entrenamiento iniciaba mucho antes de que saliera el sol. Escuché las voces de mis compañeros de cuarto que recién comenzaban a reintegrarse con un tono perezoso & somnoliento, algunos permanecían sentados en sus camas hablando entre bostezos y restregándose los ojos. La quietud de la madrugada se había desvanecido devolviéndonos a la cruda realidad, la sirena se escuchó por los altavoces que se encontraban frente a nuestra cabaña. Los únicos días de descanso eran los domingos, a excepción de que hubiese algún evento especial o alguien se enfermara, nadie podía quedarse en la cabaña.

Comencé a alisar los pliegues arrugados de la colcha donde me había acostado, mi uniforme permanecía intacto, doblado en una esquina de mi cama tal y como me lo habían entregado la noche anterior, con sus botas militares en el suelo de cemento. Podía sentir la esencia de los zapatos nuevos extendiéndose por el ambiente. La ventisca se escabullía por algunos huecos de las paredes de madera que nos refugiaban de las densas temperaturas del exterior. Me puse la gorra poco antes de que se diera la revisión matutina, dejé escapar un suspiro de alivio, los músculos de mis hombros volvieron a contraerse al ver al superior abrir la puerta con brusquedad.

Su nombre se podía leer en la placa de su uniforme: Vladimir Uliáno, nos había hecho una visita para hacer un recuento de cada miembro. Los hombres se colocaron a un lado de sus camas y se quedaron estáticos mientras él les evaluaba cada detalle: desde la vestimenta hasta su espacio.

Algunos tiraron las mantas que les cubrían del frío, se resguardaban con sus brazos lo más que podían. Vladimir los reprendía con gritos, recordándonos a todos las condiciones extremas que tendríamos que enfrentar una vez estuviésemos fuera del campo, luchando por los nuestros. Todavía faltaba unos pocos para llegar hasta donde yo estaba, los soldados le gritaban al líder: «Presente, a sus órdenes Señor» al terminar de escuchar sus nombres, dejaban descansar sus musculosos bíceps una vez que él asentía complacido.

El comandante se puso delante de mí, le contesté lo mismo que los demás. Vladimir me vio de reojo, me apartó para evaluar el espacio que se me había asignado & luego se alejó de mi vista, dio las instrucciones del entrenamiento que se daría en las primeras horas de la mañana.

—Como ya muchos se habrán enterado, la condición de los soldados que se encuentran combatiendo en el extranjero es desalentadora. Los enemigos nos están llevando ventaja en cuestión de territorios, hace poco han invadido a China —anunció—. El consejo ha llegado a un acuerdo de redoblar las horas de entrenamiento y continuar alerta, aún no hemos recibido noticias sobre la desaparición de Sun Yat-sen. Si seguimos así, temo que tendremos que anunciar la retirada.

Continuó hablando sobre las estrategias que pondrían en marcha, explicó las nuevas tácticas de entrenamiento que tenía en mente para su nuevo escuadrón, nosotros éramos sus conejillos de india. El hombre vestía un uniforme de color negro con las medallas colgadas en el pecho, lo que más resaltaba de su aspecto facial era su barba andrajosa & su nariz ancha. Sus ojos eran caídos y achinados, sus delgadas cejas se encontraban de manera permanente entre sí, daba la impresión que era un hombre frío & bastante esforzado por querer obtener lo que quisiera.

El ambiente parecía un entorno postapocalíptico, la neblina invadía el campo como era usual, todavía podía distinguir a lo lejos la nube de humo que descendía de la chimenea de la cocina. Se concentraba una extrema vigilancia al entrar & salir del campamento. Las verjas de hierro se cerraron detrás de mí, comencé a acelerar mi caminar casi trotando. Los muros de concreto del campamento estaban cubiertos de moho, el día en que salía el sol era considerado una maravilla para todos.

Nos fuimos con el estómago lleno, entre jadeos cargábamos una mochila llena de provisiones para nuestro entrenamiento, el vaho salía de nuestras bocas. Vladimir lideraba el principio de la fila del escuadrón con su feroz Rottweiler. El camino hacia el bosque no estaba pavimentado, algunas rocas se deslizaban por la suela de mi zapato entorpeciendo mi condición. La maleza de los arbustos que cruzábamos con ayuda de un machete nos llegaba por encima de las rodillas. El picor sobrepasaba el ruedo del pantalón de camuflaje, causándome una irritación en la piel a mí y al resto del equipo, que nos hacía sufrir gran parte de la noche.

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