Oscuridad Absoluta (Capítulo 3)

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Ya tengo alrededor de 5 días aquí, si cuento las veces que me he dormido y he despertado; ya mi apariencia ha cambiado. Miro mis manos y están sucias, mi cuerpo está más flácido. Mi cara se siente estirada, parezco un hombre primitivo; he tachado las veces que despierto en esta pesada puerta con mis propias uñas. Están tan endurecidas y tan revestidas de mugre que parecen garras de algún felino; creo que no podría estar peor que como estoy. Ya ni el hambre me visita, ni tampoco me importa si viene y se queda conmigo por momentos; hasta odio la manzana y el banano. Maldigo mi miserable existencia.

Entonces cuando menos lo esperaba, sucedió algo inesperado; mi sol se apagó. La bombilla relampagueante que cubría con su pobre luz mi celda, se apago colmando todo mi espacio con una ''OSCURIDAD ABSOLUTA''.

Todo está en negro, aquí entre las penumbras no distingo nada, no veo nada, tan solo puedo escuchar el cantar de las aves y los murmullos como todos los días que he estado aquí.

Tengo ojos para ver y no puedo ver. Como si me hayan quitado el sentido de la vista para atormentarme en estas tinieblas; de repente escucho la compuerta abrir más he perdido la orientación, no sé dónde estoy ni en qué lugar me encuentro. Comienzo a palpar las paredes e identifico que estoy en frente de la puerta, entonces recordé que la compuerta está al lado opuesto. Camino midiendo mis pasos, pero tropiezo con mi improvisada cama y caigo boca abajo. Duro golpe para un hombre tan débil como soy ahora, creo que me he roto la nariz. Creo que estoy sangrando. No puedo ver mi sangre. Solo siento el tibio líquido deslizándose sobre mi boca hasta goterear en mi barbilla. Limpio mi nariz con mi antebrazo, y continúo a ciegas hasta el rincón donde ha de estar la compuerta con una manzana, un banano y un poco de agua; efectivamente, es así. Introduzco ambas manos, saco los alimentos pero esta vez no me dirijo hacia el otro rincón como de costumbre, prefiero no caminar mucho y menos donde no puedo ver mis pasos.

¡Dios mío qué haré ahora!

La oscuridad me aterra desde niño y ahora tengo que estar inmerso en ella.

¡Enciendan la luz!

¡Por favor, enciéndanla!

Grito a pavorido. Estaba totalmente aterrado. Temblaba de miedo. Todo sonido me ponía en alerta.

No tengo nada, no soy nada.

Que condena tan inmerecida, que castigo tan siniestro, aislarme del mundo al punto que maldiga mi propia existencia.

¡Sáquenme de aquí! ¡sáquenme de aquí!

Mi respiración comienza a acelerarse, mi corazón late tan rápido y tan fuerte que zumba en mis oídos su palpitar. Comienzo a sudar frío, la piel se me eriza como señal de pavor, de temor, de miedo. Comienza a faltarme el aire, creo que me voy a des...

_ ¿Dónde estoy?

Que extraño, este lugar se me hace familiar pero no logro recordarlo.

Es un camino solitario cubierto de elevados árboles de pino. A la distancia veo una cabaña rústica, descuidada, abandonada. Recorrí el camino maravillándome con cada detalle.

Sintiendo una especie de dejavu que una vez tuve pero que no puedo recordar; de pronto escucho a lo lejos el rugir de un automóvil, lanzo mi vista hacia el bólido; era un chevy del 76 color verde perla, con una placa delantera que llevaba un nombre Dr. J. Davis.

Me orillo para no ser arrollado por el móvil que venía zigzagueante y de manera apresurada, por todo el camino.

Casi volando y con una prisa que evidenciaba la urgencia de llegar a su destino, dejando tras su andar una nube de polvo que cubrió por completo toda visibilidad hacia ambos lados del camino. Segundos pasaron mientras se acentuaba el huracán de polvo dejado por el tenaz piloto cuando a lo lejos veo detenerse en aquella cabaña al conductor.

El cuervo y la GarzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora