Estaba lloviendo.
Y no era como si pudiese verlo desde una ventana. Mas podía escuchar con facilidad las miles de gotas que caían con fuerza y que a su vez se filtraban por el podrido techo del ático, formando así innumerables goteras que ocasionaban que la humedad prácticamente pudiese respirarse en el aire.
Uno de los pequeños cúmulos de agua colisionaba sin cesar sobre la piel desnuda de su pierna derecha. La sensación era molesta y fría, pero la idea de arrastrase hacia otro lugar o posicionar su boca sedienta a la altura del filtro, era demasiado dolorosa. La carne de sus muslos latía y escocía, ardiendo como brazas recién sacadas del fuego, al igual que la de sus delgados brazos y rostro. Aún podía sentir la pesada palma, golpeando una y otra y otra vez. Sin motivo. Sin razón. Solo con la necesidad de liberar su ira sobre cualquier cosa que estuviese en su delante. Y lastimosamente, Eiji no había tenido tiempo de esconderse de la mirada azul oscuro que parecía albergar la misma violencia que las olas de un océano en plena tormenta.
Ahora solo podía limitarse a esperar. Esperar que él regresara y lo tomara en brazos. Que lo volviera a acomodar como un adorno sobre ese asqueroso colchón y que le susurrara lo mucho que lo sentía. Que besara su frente, dejando su aroma a licor impregnado sobre su piel y que por último, le dijera que lo amaba.
Patético, pero eso era a lo que había tenido que resumirse a ser luego de descubrir que no importaba cuánto gritara o peleara. Al parecer no había nadie en el mundo que pudiese escucharlo.
O al menos eso es lo que había llegado a creer.
Sus párpados pesaban, mas no quería cerrar los ojos. Le gustaba ver como la luz se filtraba a través de las tablas de madera que cubrían la ventana alta de la habitación e iluminaban un pequeño rincón de esta. Solo así sabía que el sol aún existía.
Dos lágrimas recorrieron las mejillas de Eiji con la impotencia y el dolor recorriendo su pecho.
Pero ni siquiera tuvo fuerzas para limpiarlas o para mirar hacia la puerta cuando escuchó unos pasos pesados y firmes, crujiendo sobre la vieja madera del piso. El corazón del cachorro se agitó cuando la entrada se abrió y una luz tenue ingresó vagamente, siendo esta tapada por la alta y robusta figura de un hombre.
Eiji empezó a respirar agitadamente y cerró los ojos con fuerza cuando los pasos se reanudaron hacia su dirección; ahogó un grito en el momento en que su cintura fue tomada por las grandes manos y el dolor llegó como un latigazo al ser obligado a permanecer de pie.
—Espera... por favor—soltó en una súplica.
—Shh, guarda silencio—casi gruñó el Alfa, cargándolo sin cuidado para acurrucarse junto a él sobre el colchón tirado en una esquina de la habitación. Las lágrimas volvieron a saltar de los ojos del más pequeño al sentir el mínimo roce en sus piernas heridas y respiró con dificultad entre los brazos que parecían querer asfixiarlo.
Entonces lo escuchó.
Estrepitosos golpes en la puerta principal inundaron la casa. Fuertes, claros y violentos.
Un jadeo de asombro escapó de los labios de Eiji y una chispa de esperanza se encendió en su interior, la cual lo hizo dejar el pánico en segundo plano y lo empujó a separar su boca un poco más. Sin embargo, esta fue pisoteada y extinta cuando sintió la presión de la enorme mano sobre sus labios, imposibilitándole el habla.
—No es nada, no hay nada, Eiji. Solo cierra los ojos—el susurro se deslizó por su oído izquierdo y apenas pudo retener un quejido al sentir un pequeño pellizco sobre la piel de una de sus piernas—. Duerme.
Y así lo hizo Eiji a sabiendas de que ese pellizco solo era una pequeña prueba de lo que él era capaz de hacerle. Con las lágrimas como un río seco sobre sus mejillas, dejó caer sus párpados e ignoró los alaridos, los ruidos extraños y los gritos de auxilio.
Prefiero imaginar que afuera todo estaba bien y que aún le esperaba el precioso cielo azul.
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El Cielo En Tu Mirada
Science FictionEiji siempre había soñado con ver el cielo. Tan celeste como lo describían los libros. Eiji quería ver el día y la noche. Quería poder disfrutar de un amenecer, atardecer y anochecer. Quería tanto. Quería las estrellas, la luna y el sol. Respirar a...