En las noches infinitas y en los días de eterna oscuridad. A Eiji le gustaba abrir un libro. Un libro que, al igual que él, había sido abandonado entre las cajas del lugar.
Un libro que ahora guardaba bajo el colchón como si estuviese cubierto de oro y diamantes. Entre el sinfín de letras en sus páginas desgastadas, palabras que en su mayoría se le hacía difícil a Eiji comprender, habían colores brillantes pertenecientes a paisajes que habitaban en ese mundo olvidado por su memoria marchita. El azul del océano y el celeste del cielo; el verde del césped y el naranja de un atardecer. Todos aquellos colores bañaban de esperanza su corazón herido y lo mantenían cuerdo ante el pensamiento repetitivo de que su último aliento se perdería en esa lúgubre habitación. A pesar de que recibir el beso de la muerte era tan tentativo como morder la manzana del árbol de la vida, Eiji lo resistía como si su fe fuese similar a la de Abraham al estar este dispuesto a sacrificar a su propio hijo.
El japonés aún no estaba listo para dejarse ir. Todavía había mucho por ver y esperaría paciente el día en que sus orbes cobrizas se bañaran por la luz del sol y los suspiros de primavera acariciaran sus ahuecadas mejillas.
Un precioso mundo aguardaba por él y Eiji lo seguiría creyendo así.
—¡Ah!.
Sin importar que los ruidos allá afuera le dijeran lo
contrario.El dolor acaparó su sistema nervioso y pudo sentir con claridad como un tibio líquido se deslizó desde su labio inferior hasta su mentón. El café de su mirada se tornó cristalino y quiso llevar una de sus manos hacia la piel latente de su boca, sin contar con las extremidades ajenas que sujetaron sus muñecas con fuerza.
Eiji apretó los párpados al ser atraído hacia adelante sin delicadeza alguna y soltó un pequeño quejido al sentir como el agarre acalambraba sus articulaciones al punto de casi cortar su circulación.
—Oh Eiji, Eiji, Eiji—el Alfa lo observó con el azul congelado en sus pupilas—. Cariño, realmente no me gusta golpearte. Pero se te hace tan fácil desobecer—su mirada se dirigió hacia uno de los rincones de la habitación, en donde tres de las cajas se encontraban apiladas justo a la altura de la ventana. Blanca nunca pensó que el chico podría ser capaz de levantarlas, puesto que estas eran algo pesadas. Al parecer estaba equivocado.
Una sonrisa llena de ironía se estiró en su rostro y liberó una de sus muñecas. Miró fijamente al menor, encontrándose con sus ojos grandes y rasgados, sus espesas pestañas adornadas por lágrimas y sus labios heridos, hinchados y enrojecidos. Era precioso.
—Créeme, me duele tanto como a ti, pero no puedo negar que el color de la sangre—su dedo pulgar recogió la gota carmín y la esparció sobre la piel del moreno—te sienta muy bien.
Eiji contuvo la respiración cuando el dedo se movió sobre su mejilla, haciendo un tortuoso recorrido hasta su labio inferior donde apretó, ocasionando que el dolor empeorara y que el líquido de metálico aroma volviese a fluir de la herida.
—Sí, muy bonito—la mirada del mayor fue cubierta por un peculiar brillo que le puso la piel de gallina. La yema ejercicio presión nuevamente y esta vez no pudo contener un sollozo.
—P-Por favor—suplicó apenas.
—Shh...—el hombre lo liberó de su agarre con lentitud y el asco consumió a Eiji al ver como el dedo manchado de sangre se perdía en el interior de la boca ajena—Siempre supe que eras delicioso en todos los sentidos.
Un escalofrío recorrió la columna vertebral del muchacho de rasgos asiáticos cuando el Alfa acortó la distancia entre ambos. Sin embargo, un repentino sonido de vidrios colisionando irrumpió en el lugar, deteniendo las acciones del Alfa.
—¡Mierda! ¡Abran la puerta, por favor!.
Los ojos de Eiji se agrandaron con conmoción al oír tales gritos. Era un persona.
La primera que había escuchado desde aquella noche lluviosa.
Blanca clavó sus orbes en las suyas, la advertencia siendo evidente en su mirada, y se puso de pie sin quitarle los ojos encima para luego girarse y empezar a caminar hacia la salida. La respiración de Eiji se agitó cuando el hombre tomó la manija de la puerta y la giró. La poca luz que ingresó a la habitación pareció ser celestial y fue en ese momento en que Eiji fue capaz de olvidar el temblor de sus piernas e ignorar el dolor que sucumbía a su cuerpo magullado.
El nipón se levantó como un ciervo recién nacido y corrió torpemente hacia el hombre, intentando escabullirse entre el pequeño espacio entre él y la puerta entreabierta. Sus uñas se encajaron en el marco de madera como si el latir de su corazón dependiese de ello, sin importar que las astillas se incertaran en la piel de estas. Eiji forcejeó con las pocas fuerzas que le ofrecían sus brazos delgados mientras que las grandes manos se engancharon en su cintura, no tardando ni una milésima de segundo en separarlo de su débil agarre.
—¡No! ¡Auxi..! ¡Mm!—la enorme mano cubrió sus labios, empujando desde allí su cuerpo hacia atrás y pronto el dolor de un pinchazo desencajó sus sentidos. Dejó de sentir, dejó de luchar, dejó de gritar. De pronto fue como si le hubiesen puesto una venda sobre los ojos.
La luz se extinguió y todo se tornó oscuro.
🌌Hola✨
Aquí les traje un nuevo cap. En serio disculpen la demora, estoy apunto de empezar mis prácticas preprofesionales y los nervios me hacen estudiar como loca 😅. Soy estudiante de enfermería técnica por cierto.
En fin, espero que les haya agradado este pequeño escrito.
Nos vemos luego, gracias por leer y por seguir aquí 💕.
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El Cielo En Tu Mirada
Science FictionEiji siempre había soñado con ver el cielo. Tan celeste como lo describían los libros. Eiji quería ver el día y la noche. Quería poder disfrutar de un amenecer, atardecer y anochecer. Quería tanto. Quería las estrellas, la luna y el sol. Respirar a...