Nos miramos por mucho tiempo a los ojos, bien cerca el uno del otro. Percibo un ligero brillo en tus pupilas, síntoma de las lágrimas que brotan de tu corazón espinado. Solo entonces, comprendo que no soy la única que se siente frágil.
Me acerco aún más y nos besamos con pasión y pena contenida. Abro los ojos y te veo fruncir el ceño mientras me besas.
Nunca había compartido contigo un beso tan serio, tan lúgubre y triste. Sí, estaba lleno de pura tristeza por la distancia que se nos obligaba a tomar.