Me apoyo en el respaldo del sofá. Actúo deprisa, no quiero comerme la cabeza, dudar y desistir. Así que hablo, te pido permiso. Tú aceptas.
Apoyo la cabeza en tu hombro. Inmediatamente, siento cómo apoyas tu cabeza sobre la mía. Cierro los ojos durante unos instantes, centrándome en las sensaciones de contacto entre tu cuerpo y el mío. Cuando abro los ojos, tu mano empieza a moverse. Primero, dudosa. Después, un poco más decidida. Su decisión culmina cuando ves que la mía también se mueve hacia la tuya. Finalmente, se rozan, se tocan y acaban juntándose con fuerza y cariño.
Podría recordar cada movimiento que hacías con tus dedos para acariciar mi mano.