Prólogo

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Inglaterra - verano 1948

Hay marcas duran para siempre. Lo que inicio en el verano del 47 en el Internado Claret, son de esas marcas que no olvidar por más que cure la herida. De esas que quieres borrar, de esas que tratas de olvidar, pero que no podrás.

La habitación de Miss Carol estaba tan desordenada como su cabeza, buscando la manera de salir corriendo de Claret. Fue el punto en su vida donde toco fondo. Sus manos nerviosas buscaban tomar las cosas necesarias, dejándolas caer en la maleta sin un orden.

Se detuvo por un segundo logrando ver su reflejo en el espejo. No había rastro de la mujer rubia de despampanantes ojos azules, aquellos que brillaban como zafiros llenos de vida. Ahora solo era el lastre que quedaba de las malas decisiones. De su silencio, porque aquel que calla es tan cómplice como el que acciona el gatillo del arma. Eso era lo que más la atormentaba. El silencio.

Y ahora su cuerpo no podía más.

Ahora que su alma solo pedía gritar, no podía darse el lujo de pronunciar sonido. Era en vano, sin importar que tan fuerte gritara el tiempo no se retrocedería. Pero necesitaba gritar. Necesitaba sacar ese grito desgarrador, ahogándolo en una almohada casi rasgando sus cuerdas vocales. Uno que podría escucharse hasta el otro lado del bosque, donde Miss Eva Morgan prefería perderse sin saber a dónde ir. No importa cuanto caminara en medio de bosque, nunca se alejaría lo suficiente de las puertas infernales del Claret, pero siguió caminando.

Caroline Graham o Carol, como prefería que le llamaran, borro el rastro de las lágrimas concentrando su atención a lo poco de valor en la habitación. Carol comenzaba a pensar en ella, y no en los demás. Fue egoísta, por primera vez. Abrió los últimos cajones de su peinadora, donde encontró la pequeña caja de música que escondía una cadena de oro con una pequeña piedra de esmeralda. Su alma, de nuevo se agrieto. Hipo con dolor al sentir esa nueva grieta que la acompañaría. Y es que estar viva, con este dolor, era la peor de las agonías.

Al menos los muertos dejan de sentir dolor, y lo único que logran es sentir compasión por los vivos. Entonces, en algún lugar había alguien sintiendo compasión por ella. Las voces en los pasillos, lograron distraerla de su dolor. Los pasos como trote la hicieron erguir su esbelto cuerpo mirando alrededor.

Era tiempo de huir.

Solo una hora después de llevar su renuncia ante la madre superiora, ya quería desaparecer de ese paraíso maldito olvidado por la mano de Dios. Se negaba a dar explicaciones. Se negaba a rendir cuentas ante las autoridades. Se negaba a revivir los últimos momentos, donde la locura tomo el control de la situación.

Por eso al mirar la habitación por última vez, solo sintió un sabor amargo en su boca.

—Vengan por aquí por favor.

Sus oídos agudos lograron escuchar la madre superior en camino. Siendo ese el fin de esa despedida. Con premura avanzo por el pasillo. Se abrió camino entre el par de estudiantes que no fueron discretas al verla caminar con maleta y abrigo en mano.

—Regresen a sus aulas de clases —Ordeno molesta logrando espantarlas.

Continuo su trote hasta la puerta que empujo con fuerza descubriendo la brillante mañana. Oculto su triste mirada bajo esas gafas oscuras. Coloco su elegante abrigo sin importarle el calor del día, y sin mirar al pasado comenzó a caminar abandonando el bello jardín de Edén que poseía Claret.

Toda su vida, estaba quedando atrás. Cada paso que daba Carol, para alejarse de Claret, dejaba un pedazo de su alma. Era una flor siendo arrancada desde sus raíces, donde tendría que buscar una tierra fértil para volver a empezar. Sus pensamientos eran un mapa trazando un plan de emergencia, salir del pueblo, tomar un barco que la llevara a la civilización de Inglaterra y luego, Norteamérica.

—¡Carol! —Escucho el grito de su nombre—. ¡Espera, por favor!

La suplica la hizo detenerse, también al reconocer la voz. Se detuvo, pero se negó a dar vuelta. Ella era egoísta. Debía serlo. Y una persona egoísta, piensa solo en sí misma, piensa en salir de allí, no piensa en nadie más, no piensa en nadie más...

—¡Carol, por favor! —Giro, para ver a la persona que ya sabía encontraría. Corriendo con prisa, con un bolso en su mano—. ¡Espera! —Volvió a suplicar. Y como no la esperaría.

Después de todo, hubo un motivo para sonreír. Dejo su maleta en el suelo extendiendo su mano, con la esperanza de que se volvieran a unir. A diferencia de Carol, la otra lucia desalineada ante la prisa que tuvo su decisión. Pero poco tuvo importancia cuando la pequeña silueta se volvió más grande a medida se acercaba.

Algo la detuvo a mitad de camino. Y aquello sorprendió a Carol, quien esperaba estrechar sus manos para salir de ese lugar. Diez metros las separaba, una decisión y un solo camino. Tú saltas, yo salto. En ese momento cuando sus miradas se cruzaron, Carol supo dos cosas; la primera es que no era tan egoísta como pensaba. Su naturaleza no le dejaba dar cara vuelta e ignorar el llamado de su nombre junto una súplica.

La segunda; lo dispuesta que estaba a saltar. Cuando su mano perdió fuerza ante la espera, comprendió que no importa que, saltaría. Así eso significara hacerlo sola.

Un año atrás...

Risse [L]GTBDonde viven las historias. Descúbrelo ahora