DOS

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Sus ojeras delataban lo poco que había dormido y sus torpes pasos también. Había dedicado parte de la noche a buscar indicios que lo llevaran hasta Adam, pero el desvelo fue en vano, no consiguió información aparte de la que ya tenía. Sin embargo, no se iba a rendir.

En el momento en que llegó al salón de la primera clase, puso su mochila a un lado, acomodó sus brazos encima de la banca y dejó caer su cabeza, dispuesto a recuperar unos cuantos minutos de sueño, aún faltaba para comenzar la primera clase y habían pocos alumnos.

—¡Féliiiiix! —el grito de su compañero hizo que levantara su cabeza como un resorte.

No era novedad que le saludara de esa forma.

—Muy buena la noche, eh, eh —lo codeó haciendo que volviera a levantar la mirada—. ¡Oh, no! —exclamó al ver el rostro de Félix.

—Lo sé, Edu, no tienes que decirlo —dijo con la voz un poco ronca y acomodó su mentón en la palma de la mano.

—Ahora entiendo porque no fuiste a la fiesta, te la pasaste bien, campeón —insinuó mientras levantaba sus cejas de manera pícara.

El rostro de Félix se contrajo en confusión, pero enseguida recordó.

—¡La fiesta! La olvidé por completo.

—¡Y de lo que te perdiste!

—¿De qué hablas? —preguntó y volvió a cerrar los ojos.

—Sofía estuvo ahí.

Al escuchar esto, abrió los ojos de golpe. Sofía era —para Félix— la chica más linda de la universidad.

—¿Sofía? Pero...

El timbre que anunciaba el inicio de clases sonó y no pudo terminar de preguntar. Entraron los demás alumnos y tras ellos el profesor Márquez rodeado de su aura de buen humor, no entendía como alguien podría llegar de esa manera un lunes.

Se resignó a no poder dormir un poco más y puso atención a la clase, ya tendría tiempo de preguntarle a Eduardo por Sofía.

-

Las clases se le hicieron eternas y no había podido interrogar a Eduardo, tan pronto salió de la universidad decidió dirigirse a la cafetería que estaba a unas cuadras, no había comido nada desde la mañana y estaba de mal humor.

Comenzó a caminar y se dio cuenta que la librería quedaba en la misma calle que la cafetería, pensó que podía pasar a saludar a Carlos más tarde.

Apenas entró, fue a sentarse a una de las mesas que estaban junto a la ventana, había comenzado a llover y los frondosos árboles del frente otorgaban una maravillosa vista. Se sintió más relajado, el mal humor comenzaba a irse, además habían pocos clientes y por lo tanto, casi no había ruido.

El momento de paz fue interrumpido cuando alguien entró corriendo e hizo que la puerta azotara, causando que los clientes voltearan. La persona hizo amago de ir a la cocina pero la voz de un hombre hizo que se frenara en seco:

—Cohen, a mi oficina, por favor.

—Claro.

Siguió a su jefe hasta su oficina. Algunos de los clientes murmuraban y tres chicas soltaban algunas risitas burlonas.

El enigma: Adam CooperDonde viven las historias. Descúbrelo ahora