CINCO

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Continuaba sorprendido, pero le devolvió la sonrisa, sabía que era de mala educación no hacerlo.

—Sí...

—Vaya, al fin alguien quien sí lee. No te molesta que me siente, ¿Verdad? —preguntó haciendo un poco su silla hacia atrás dispuesta a irse, notaba que el chico estaba un poco incómodo.

—No, no. Es bueno tener compañía —habló rápidamente, nervioso.

Poco, pero nervioso.

La chica se relajó y volvió a poner la silla en su lugar. Soltó un suspiro que a él le pareció cansado y se frotó la nuca con su mano derecha.

—¿Cansada? —preguntó y de inmediato se sintió estúpido. Pensó que la chica se lo tomaría como burla, pero en lugar de eso, sonrió.

—Un poco —contestó y puso ambos brazos sobre la mesa—. No me has dicho tu nombre.

—No me has dicho el tuyo —tomó un sorbo del chocolate para esconder su rostro tras la taza.

—Cierto. Soy Lucy.

—Lindo nombre —dijo y levantó la mano para que la chica la estrechara—. Yo soy Félix.

—Un nombre interesante —sonrió y él se sintió menos cohibido.

—¿Interesante?

—Es que no sé que más decirte.

—Que tal... ¿por qué corres por ahí chocando contra gente? —bromeó sintiéndose más seguro, aunque los nervios se habían aminorado solo un poco.

Una pequeña risa salió de los labios de Lucy.

—Venía tarde al trabajo. Perdón por haberte llamado de esa forma —respondió, recordando el momento en el que había chocado contra el chico—, pero también tuviste un poco de culpa, admítelo.

—Un poco, pero me disculpé.

—No cuenta —sonrió de lado y buscó otro tema del cual hablar—. Y, ¿Desde cuándo lees a Adam?

—Hace un par de años, ¿Y tú? —inevitablemente, comenzó a sentirse muy cómodo con la conversación.

—No sé exactamente, pero sí llevo un buen tiempo. Soy su fan número uno —terminó y le guiñó un ojo, provocando un leve sonrojo en el chico.

—No, no, no. Ese puesto es mío.

—Llevo más años que tú siguiéndolo.

—Yo tengo todos sus libros —sonrió con orgullo.

—¡Yo también! ¿tienes el más reciente? —preguntó y una chispa de emoción se avivó en sus ojos. 

—Cada uno de ellos.

—Es muy lindo, tenemos formas de pensar muy similares.

—Algo realista —asintió—. Lo único que me molesta es que... no se deja ver. Tiene lectores, éxito, ¿Porqué tendría pena de mostrarse?

—Nadie sabe si es por pena, pero seguro ha de tener suficientes motivos.

—¿De verdad nadie, nadie, pero nadie lo ha visto? —bajó un poco la voz.

Ella se acercó más a la mesa.

—Nadie, amigo —dijo en un susurro, como dos personas que son cómplices en un crimen.

—Demasiado... curioso —De repente, un idea se cruzó por su cabeza, la chica parecía de confianza—. Oye...

—¿Si? —contestó ella, que ya se había acomodado y trataba de hacer un avión con la servilleta para distraerse.

El enigma: Adam CooperDonde viven las historias. Descúbrelo ahora