Capítulo 4

255 15 18
                                        

Las frías noches acompañaban la lluvia de los oscuros pasillos de la casa. Vagando los soplos de las respiraciones rápidas que ella sacaba, el cigarro en su boca no dejaba de ser retirado de sus labios, más nunca inhalaba,solo mantenia ahí, sin encender.

El sofá dónde estaba recostada boca arriba, observando el techo donde caían sin misericordia las gotas incesantes, no era más que una rutina. La pintura desgastada y sus luces apagadas.

El lúgubre lugar donde un muerto podría estar y jamás se descubriría. Los truenos afuera resonaban como cantos y tristes recuerdos. Las nubes grises no hacían más que dejar nostalgia en cada paso.

El jardín trasero descuidado era lo mejor. Levantándose. Descalza y en pijama se dirigió a aquel sitio, dejando que el húmedo piso la mojara, sus leves temblores en los hombros, la ropa ya empapada le daba un aspecto deprimente, contrario a lo que pensaba.

Solo estaba ahí, disfrutando del agua, acostada en el pasto sintiendo el frío del aire que le acariciaba y movía sus cabellos de lado en lado. Con sus manos a los lados de la cabeza, con las marcas de sus cicatrices expuestas.

-¿Qué haces?

La voz de el único hombre que había llevado a su casa le hizo abrir los ojos, sentandose perezosa sin miedo a lo que pudiera hacerle. Sus miradas se encontraron, durando poco cuando ella bostezo en cansancio para lanzarse de nuevo al mismo sitio.

Kazuto suspiro, siendo cauteloso al acercarse para cuando estuviera cerca, se quitará su propio abrigo para dejarla cubierta. Algo que no le agrado a ella,porque gruño en molestia, pero se dejó hacer sin decir nada de protesta. Solo se relajo. Aún cuando la lluvia ya no le tocaba el rostro y sabía que aquel chico estaba a su lado sentado.

El perfume de su ropa, su calor y la sola presencia de su persona la hizo sentir pequeña, acurrucándose en el abrigo, ocultando su sonrojo. Era un ovillo gracioso cuando la vio así, sus leves movimientos como si tuviera miedo hasta de respirar para que no pudiera verla.

Dejo su sombrilla de lado, aquella que la estaba protegiendo de la lluvia hacia poco, para con su mano jalara con cuidado aquel pedazo de tela dónde se resguardaba la dueña de la casa, encontrando unos ojos ensoñadores viendo con curiosidad. La volvio a tapar de la pena que le atacó cuando la vio de esa forma, tragando grueso.

Su espalda estaba recta, con una mueca graciosa en sus labios, mirando de tanto los mechones de cabello que salían del refugio de Asuna, aquella que no emitía palabra.

Una distancia mínima de dos tristes corazones que estaban solos, a un punto de tocar la mano del otro, con sus labios abiertos en pequeños suspiros que emitían paz. La brisa que empezó a caer como copos, de lenta forma suplantó la furia que la lluvia había estado golpeando sin misericordia ante nada.

Un silencio que dejó ante las hojas de los árboles que volaban entre el viento, pareciendo rodearlos, pero caían miserables al suelo.

Cuando ella se levantó lento, dejándose descubierta, su vista bajo ante el, curvando sus labios en una melancólica sonrisa, con sus ojos brillantes que parecieran que derramarían lágrimas en cualquier momento. Agachándose ante su rostro, demasiado cerca de lo normal, extendiendo su mano a la de el, aquella que sostenía la sombrilla. Relajandolo con la protección que parecía darle, abriendo su palma y que ella la tomara y abriera para cubrirlo, adentrándose a la oscuridad de su casa. Volteando a verlo cuando volvió a reirle y con la cabeza indicarle que pasará.

Las acuarelas del crepúsculo parecían pintarse cuando en pasos calmados habían ingresado al calor del hogar. Con la oscuridad en cada rincón y sin que ella encendiera las luces. Solo tomando sus manos y llevándolo al piso superior dónde abrió una puerta, dónde lo dejo.

Muertos en casaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora