Limón y sal

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Vegeplay

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— ¡Pero que está bien, tío! — exclamó viendo cómo Vegetta volvía a acomodar la mesa de madera recién barnizada, para después escuchar un gruñido como respuesta mientras sacaba su pico de diamante —, ¿ahora que vas a hacer?

— ¿No lo ves, Auron? —preguntó mientras se acercaba a la gran pared de piedra de su palacio — Lo agrandaré para que esté simétrico.

— ¡¿Estamos locos o qué?! — se quejó mientras le arrebataba el pico al más alto — ¿Vas a romper todo el castillo sólo para poner de manera simétrica una insignificante mesa?

— Es un sacrificio que estoy dispuesto a aceptar — sonrió mientras volvía tomaba el pico nuevamente.

Auron tiró de sus cabellos negros como la noche, agarrando cada hebra con fuerza arrancando algunas, levantó su mirada cuando escuchó la piedra romperse, miró como Vegetta picaba la piedra, completamente determinado en su labor, enojado a más no poder, el más bajo rompió la mesa, causando un gran estruendo que asustó al contrario — mira, ¡a tomar por culo la mesa!

Era una de las cosas que odiaba de Vegetta, era demasiado perfeccionista con cada cosa que hacía, sacando una regla para calcular cada milímetro de la distancia de un objeto a otro para que esté en perfecta simetría, demorando incluso días hacer de manera perfecta su huerto que fue víctima de una mina hace cinco minutos. Si bien lo considera algo atractivo, muy llamativo, habían veces que lo sacaba de quicio justo como ahora, de verdad que ese chico era increíble, podía romper por completo y volver a construir su castillo por una mesa, admiraba por completo su gran paciencia y dedicación para las cosas.

El menor rió al escuchar el grito que pegó Auron, se acercó al mencionado y acarició su cabello, despeinandolo mucho más de lo que ya estaba, besó su frente divertido mientras escuchaba cómo la respiración agitada del pequeño se calmaba lentamente — está bien, no tendremos mesa en ésta habitación — volvió a besar la frente de Auron y lo abrazó —. No hacía falta recurrir a la violencia, chiqui.

~●~

Llegó el atardecer, una de las cosas que más amaba Auron desde que se mudó al pueblo, sin duda es fascinante ver el crepúsculo en Karmaland, el cielo se comenzaba a tintar de morado y abajo de este las pinceladas de un suave anaranjado con terminaciones amarillas, no había nubes en los alrededores, por lo que se disfrutaba sin distracciones la hermosa puesta de sol. Desde el castillo de Vegetta se podía ver toda Karmaland, cómo lentamente comenzaba a cubrirse de oscuridad, cómo los pájaros buscaban el árbol donde dejaron su nido a refugiarse de la noche, cómo los habitantes caminan tranquilamente hacia sus hogares después de una jornada de trabajo, y cómo el viento hacía danzar las hojas de los árboles creando una suave y relajante armonía, sumamente romántico.

El mayor dejó caer su cabeza en uno de los hombros del contrario, mirando fijamente su rostro, su piel acaramelada hacía juego con las pequeñas pinceladas naranjas producto de la luz del sol, sus ojos negros brillaban con adoración al ver el crepúsculo, sus cabellos negros se movían alegremente obligados a bailar por las suaves brisas del viento, sus músculos brillaban dando un toque sensual a la angelical imagen. Auron besó la mejilla del más alto, recibiendo la total atención de este, quien sonrió en respuesta y lo besó, sus labios danzaban en armonía y sincronía, y en ese momento el de piercing pensó que sería ideal decir alguna línea romántica.

— El atardecer es hermoso — soltó esperando de manera impaciente la siguiente clásica línea.

— Sí, Karmaland tiene los mejores atardeceres que he visto — y desvió su vista devuelta al atardecer, con completa adoración.

¡Auron para el pueblo!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora