Capítulo 12. La clásica parejita de amigovios

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—¡P-p-por Beg, regresaron! ¡Estaba a punto de activar una señal de alarma! —gritó aliviado un muchacho

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—¡P-p-por Beg, regresaron! ¡Estaba a punto de activar una señal de alarma! —gritó aliviado un muchacho.

Él fue la primera persona, aparte de nosotros, que vi en el lugar. Bajó apresurado las escaleras al fondo y por poco tropezó en su camino para alcanzarnos.

Cremilia se apoyaba de los brazos de ambas chicas en su lucha por avanzar, mientras yo ingresaba al lado de mi primo. El joven de cabello castaño oscuro se encaminó hacia Cremilia y la ayudó a sentarse en una camilla sucia.

Alrededor de esa habitación, similar a un hospital con cientos de tarimas metálicas, se extendía un mágico ambiente peculiar. Los elefantes morados corrían con sus trompas vendadas. Los tres ents, híbridos entre árbol y humano, se agachaban para poder circular. La quimera agitaba la melena en su cabeza de león. Y las múltiples criaturas descansaban con sus heridas a punto curar, sollozando o conversando entre murmullos inentendibles. Me encrespé al verlas y me invadió toda la intención de desmayarme ahí mismo, digamos que haber estado en peligro mortal por culpa de bestias gigantes me dejó un poco alterada. Sin embargo, Folgán me tomó del brazo antes de que me atreviera a lanzar un grito.

—Tranquila. Son de los nuestros —me susurró.

Enarqué una ceja, todavía respirando rápido por el terror y la sorpresa, sin procesar bien el hecho de que monstruos como esos no eran nuestros enemigos. Pero al ver a una chica delgada, de piel verde y cabello de agua —parecía tener una cascada cortada a la mitad—, con su par de alas resquebrajadas, y llorando; comprendí que ellos eran tan vulnerables como yo.

Por primera vez vi tantas criaturas juntas, diversas, de aquellas que me dijeron que eran mitos. Circulaban con suma normalidad, sin preocuparse de la gente de orejas puntiagudas estrellándose con los pequeños dragones o de los cíclopes en crecimiento. La magia rondaba el ambiente y, sin quererlo, sentí que encajaba en el universo.

Creí haber encontrado mi lugar.

—¿Estás bien? ¿Q-q-qué es lo que pasó? —preguntó el chico, mirando con angustia a la General.

—No fue importante, estoy genial —respondió ella con voz titubeante—. Hay que ver el resto, lo de Mundo 13, ir a buscar sobrevivientes, reconstruir, encontrar suministros, elaborar otro escape, lo de la máquina y...

Intentó ponerse de pie, pero al instante se bamboleó un poco y las rodillas le fallaron.

—¡Alto, alto, alto!

—Espera ahí, roja.

—Estoy muuuuy bien, se los juro.

Pese a su insistencia, Milora y Winda la obligaron a sentarse de regreso. Cremilia se frotó la cabeza y pretendió digerir el dolor, hizo su mayor esfuerzo por no mostrarse cansada ni abatida; aunque el doctor no cayó en su teatro.

La Guarda del Balance (Memorias Gerelianas Vol.1) | EN PROCESODonde viven las historias. Descúbrelo ahora