Capítulo VIII: Salamandra

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José: ¿Quién es Érika? ¿Y por qué armas tanto alboroto por ella?

Sylvia: Vamos idiota, no es momento de hacer bromas. Será mejor que lo dejes o te moleré a golpes.

José: Te digo que no sé de qué me hablas, ¿Érika? ¿Quién demonios es Érika?

Sylvia: Ay ¡Ya cállate maldito idiota! ¡Estoy cansada de tus estupideces! ¡Pórtate como un capitán serio y responsable maldito idiota!

Una serie de puñetazos eran recibidos por mi rostro y me generaban una sensación de enojo y tristeza.

Sujeté a Sylvia por los hombros para luego empujarla hacia atrás, no pensaba dejar que me diera un golpe más.

José: ¡Tranquilízate tú, ¿quieres?! Me estás molestando con todo eso de la susodicha Érika.

Sylvia: José, no me digas que tú estás...

José: Me encontraría perfectamente de no ser por este dolor de cabeza y tus constantes gritos por esa chica, Érika.

Marco: Érika era mi hermana, compañero.

José: Marco, ¿Tenías una hermana? No lo recuerdo, nunca me hablaste de ella, ni siquiera en la ciudad del origen.

Sylvia: ¿Ciudad del origen?

Marco: Supongo que es la ciudad donde conocimos a José, seguro le pondría ese nombre porque ahí empezó nuestro viaje contra los zombis. Lo siento José, después de todo lo que sucedió no hubo tiempo para hablarte de ella. Su cuerpo está por aquí, estoy seguro que querrás verla, así te harás una idea de cómo es.

Marco dejó ver una sonrisa en su rostro, una falsa sonrisa, me sentía triste al verlo, así que por cordialidad acepté acompañarlo, pero, al levantarme, mi diario ya no estaba.

Mientras caminábamos por los escombros buscaba con la mirada mi diario entre el campo y la destrucción, mas no encontré nada.

Detrás de un convoy que llevaría a los soldados caídos en batalla, se encontraba ella, estaba separada de los demás soldados. Al parecer la llevarían a parte ya que fue pieza fundamental de esta batalla y derrotó a un gran oponente.

Algunos soldados me miraban y señalaban mientras veía el cadáver de la hermana de Marco.

Marco: Es ella, ella es Érika, mi hermana.

Marco apretó los puños después de verme y retrocedió un par de pasos para después tropezar, pero antes de caer, Elizabeth se acercó, lo sujetó y consoló.

Quedé petrificado viendo a la chica, mis latidos se aceleraban a cada segundo, ¿Por qué está tan feliz si está muerta? ¿Cómo puede sonreír en una situación así?.

La ira me invadía y sentí unos deseos inmensos de cremar su cadáver, ojalá así se le borre la estúpida sonrisa. Sé que es la hermana de Marco, pero, nada pasará si le digo que fue un accidente.

Acerco mi mano lentamente a ella y acaricio su mejilla, tiene un hermoso cabello castaño.

Una lágrima cae por mi mejilla y reposa en su pecho.

José: ¿Qué es lo que me está pasando? -dije en un susurro- ¿Acaso me conmovió la historia de Marco? ¿Por qué él sí pudo encontrar a su hermana y yo no? Es un idiota, si yo hubiera encontrado a mi hermana no la hubiera dejado morir.

La ira me invadió de nuevo mientras la temperatura de mis manos empieza a elevarse, la tomo firmemente del collar y me preparo para quemar su cuerpo pero un dardo cristalizado es lanzado hacia mí desde uno de los edificios y me obliga a retroceder haciendo que caiga bruscamente arrancando el collar en el cuello de esa chica.

Un diario olvidadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora