Mi padre adoptivo me rebautizó con el nombre de Takanashi Hirotaro, ahora formaba parte de los samurais, tenía un apellido1, podía pasearme por las calles de la ciudad portando mi katana y mi wakizashi2, orgulloso de ambas. Con el correr del tiempo, dejé de lado la posibilidad de usar el chonmage3 y preferí usar mi cabello corto para mayor comodidad.
Souta también fue adoptado por uno de los samurais que había quedado sin herederos; Yamaguchi-sama lo acogió y lo rebautizó bajo el nombre de Yamaguchi Masamune. Masamune, por su parte le suplicó a su padre que adoptase también al pequeño Yuki, y cuando este cumplió los 15 años recibió el nombre de Yamaguchi Yoshiie.
Los tres nos dedicábamos a las tareas de los cuarteles, solo que ahora ya no dormíamos en el ático: Cada uno tenía su habitación propia, cómodamente amueblada. Apenas despuntaba el alba nos entregábamos a nuestras labores y enseñanzas; intentábamos ser amables con aquellos niños que habían corrido nuestra misma suerte y tratábamos de no darles mucho trabajo, aunque no muchos merecían ese trato.
Llegó, pues, el día en el que mi padre me obligó a convertirme en hombre, tenía 18 años. Masamune, que ya había pasado por eso, me acompañó hasta el distrito del placer; durante el trayecto no mencionamos una palabra, pero mi corazón galopaba desenfrenado conforme cada paso que daba.
En la puerta del burdel, Masamune me palmeó el hombro y me deseo lo mejor, dejó que entre sólo; en el interior ya me estaban esperando, una señora de unos 45 años se inclinó y me guió hacia una habitación en uno de los pisos superiores sin articular sonido. En aquella habitación me esperaba una jovencita quizás un par de años más joven que yo, la cual sumisa y muda, me despejó de mis armas, mi ropa y se llevó, sin pena ni gloria, mi inocencia.
Al salir, Masamune me esperaba de brazos cruzados, apoyado contra la pared de un muro; al verme repitió el mismo gesto que me hizo antes de que entrara y ambos regresamos hacia el palacio el absoluto silencio.
Nuevamente tuvimos que enfrentarnos a poderosos enemigos; esta vez, mi puesto ya no era en el estandarte de la división, sino en el frente de batalla, sobre mi caballo, con Yoshiie y Masamune a mi lado. Fue así como recibí mi decimonoveno cumpleaños.
-Mira cómo se preparan para morir-Dijo Yoshiie, poco quedaba del antiguo Yuki, aquel joven de 15 años, alto, fornido, de mirada penetrante y atemorizadora había desplazado al pequeño niño tímido y miedoso que alguna vez había llegado al cuartel. Miraba airoso al enemigo desde la montura de su caballo pelirrojo, su lanza brillaba con destellos rojos a la luz del sol del atardecer, clamando sangre; Yoshiie la acarició como quien acaricia la cabeza de un niño impaciente y excitado.
-Te apuesto una botella del mejor sake a que mato más enemigos que tú, hermanito-Dijo Masamune, preparando su carcaj.
-Que sean dos-Respondió su hermano, aumentando la apuesta.
Mi padre se acercó al galope hasta donde estábamos nosotros, se lo veía nervioso; a pesar de haber librado innumerables batallas se comportaba como si fuese la primera vez que batallaba. Nos dio las indicaciones de último minuto y regresó al lado de Yamaguchi-sama.
-¿Por qué tu padre se encontraba tan nervioso, Hirotaro?-Preguntó Yoshiie.
-Desconozco el motivo-Respondí, mirando hacia su dirección; mi padre hablaba con Yamaguchi-sama, el movimiento de sus manos demostraban que estaba nervioso por algo en especial, y se movía inquieto en la silla de montar mientras se retorcía las manos.
-Aguarden aquí, que nadie se mueva hasta que dé la orden-Dije y fui galopando hasta donde estaba mi padre.
Al verme llegar, Yamaguchi-sama interrumpió su charla; me miró preocupado.
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El Cerezo y La Katana
RomanceDurante el periodo Edo, en Japón, los hombres luchan entre ellos, la sangre nipona de hermanos y hermanas se derrama constantemente, y Hirotaro, un humilde samurai, lucha al servicio de su Emperador. En medio de todo ese caos, surge un pequeño retoñ...