Que felices que son las gaviotas... que despreocupadas se ven al planear sobre el mar, hasta parece que sonríen. Son almas reencarnadas de hombres que han muerto en prisión, por eso ahora pueden disfrutar de su libertad, aunque sea en una criatura inferior.
Las veía planear mientras amargas lágrimas brotaban de mis ojos, las primeras desde la muerte de mi honorable padre. Su recuerdo tomó forma en mis pensamientos y recordé las que fueron sus últimas palabras antes de la batalla que se llevaría su vida: ama a tu mujer, respétala ¿Por qué había dicho eso? Los hombres japoneses no acostumbramos a ser corteses con el sexo femenino, para nosotros las mujeres no son más que cosas, solo están en este mundo para encargarse del hogar y traer nuestra descendencia al mundo, ¿acaso mi padre era diferente al resto de los hombres? ¿O había sido como ellos y estaba arrepentido?
Deseaba poder entenderlo y al mismo tiempo dejar de amar a mi princesa. No podía evitar que ella permaneciera conmigo, era su guardia real y debía cumplir con mi tarea, pero cada risa, cada palabra que pronunciaba, cada vez que ella era amable conmigo... era como una montaña que debía cruzar. Hace un par de años tuve que fingir que amaba a la hija de un poderoso terrateniente para obtener información, suponía que, hacer lo mismo pero al revés, no me costaría trabajo... pero me equivocaba.
Mi padre siempre me había dicho que para aliviar la tensión y despejar la mente no había nada mejor que un buen baño caliente en las aguas termales rodeado por la fría nieve y luego un buen sake o un té caliente. Lleve todo lo necesario para higienizar mi cuerpo, sentado en el pequeño banquillo del baño recogía agua caliente en el recipiente de madera y lo volcaba sobre mi cuerpo, esa sensación me generaba placer; en medio de esa región tan fría, la calidez del agua era lo más parecido a lo que, en mis sueños, era el cuerpo de mi princesa.
Una vez que mi cuerpo estuvo limpio, me dirigí hacia la piscina termal, me sumergí lentamente en ella para no descompensarme por el cambio de temperatura, apoyé suavemente mi cabeza en el borde de la piscina y miré hacia el cielo gris, estaba anocheciendo y debía estar en la posada antes de que empiece a nevar, de lo contrario, podría enfermarme.
Antes de que haya caído el sol ya estaba nevando, pero por suerte yo ya me encontraba dentro de la posada. Al entrar en mi habitación me encontré con la princesa sentada dándole la espalda a la ventana circular, frente a ella estaban todos los instrumentos necesarios para la ceremonia del té.
Ella me miró y sin decir una palabra me invitó a sentarme frente a ella y a acompañarla en su ceremonia; yo me acerqué a ella lentamente y me senté, la princesa me dedicó una reverencia (yo la reverencié a su vez) e inició la ceremonia.
Era tal el cuidado y la perfección que ella empleaba para este ritual que era un pecado parpadear y perderse hasta el más mínimo detalle. Yo no había lavado mi boca ni mis manos para purificarme, pero como acababa de salir del baño creí que no tendría muchos inconvenientes; la princesa me dio unos bocaditos ligeros para comer, yo los saboreé lentamente, esa demostración de amor era única e invaluable para mí; cuando acabé de comerlos mi señora me entregó unos dulces en un papel plegado con un palillo para cortarlos, también los comí lentamente.
Normalmente, luego de esto, se espera afuera hasta que esté el primer té, pero la princesa ya tenía todo preparado.
La princesa me sirvió el primer té: Koicha1. Yo tome el tazón con la mano izquierda y lo equilibré con la derecha, la giré lentamente para que la marca establecida quede lejos de donde yo bebería, bebí lentamente sin hacer ningún tipo de ruido.
Luego la princesa me sirvió otros bocaditos secos y preparó el siguiente té: Usucha, más ligero y menos espumoso.
Limpié con los dedos donde mis labios habían besado el tazón, giré nuevamente la taza para que la marca quede frente a mí y orientada a mi señora, la deposité sobre el tatami e hice una reverencia, luego volví a tomar la taza con los codos pegados a las rodillas y observé toda su belleza.
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El Cerezo y La Katana
RomanceDurante el periodo Edo, en Japón, los hombres luchan entre ellos, la sangre nipona de hermanos y hermanas se derrama constantemente, y Hirotaro, un humilde samurai, lucha al servicio de su Emperador. En medio de todo ese caos, surge un pequeño retoñ...