Fin de Semana

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—Eso, eso... ve despacio... ngh...—Donggyun gimió deliciosamente cuándo me tuvo dentro por completo. Me sonrió, desde su sitio sobre mi cadera y acarició mi pecho al tiempo que echaba sus preciosas caderas hacia delante. Jadeé, y con lentitud le embestí.
—S-sí... a-ahí se... se siente...
Enrojecido se inclinó y gimió sin pudor, al tiempo que yo soltaba una risita perversa.
—¿Se siente qué?
Él negó. —¡Ngh! ¡A-ah, J-Jiwon!
Le embestí con tortuosa lentitud, con pecaminosa profundidad. —Dímelo...
Él jadeó. —Se s-siente tan... tan rico... ahí, a-ahí...
Me lo cogí sin paro ni tregua hasta que lo sentí estrecharse en torno a mí.
Entonces me dejé ir en su interior, y maravillado contemplé su expresión al sentirme llenarlo nuevamente.
—E-está caliente... —Susurra húmedo en mi oído y yo me estremezco, y le doy unas últimas estocadas. Él gime, me rodea con esos preciosos muslos suyos y ríe. —Ya no... no puedo. Estoy por morir.
También rio. —Eso dijiste la vez anterior. Aún puedes.
Donggyun me besa el mentón. —¿No es suficiente ya?
—Nunca tengo suficiente a la hora de cogerte. —Él se sonroja aún más. Amo hablarle así de guarro porque sé que le pone húmedo y duro.
Lo siento resurgir contra mi abdomen y me lo follo una última vez, a la orilla de la cama, furiosamente, tendidamente, y lo lleno una última ocasión antes de caer los dos rendidos.
Mi plan era pasarme el fin de semana entero cogiéndomelo. Habíamos acordado apagar los móviles y olvidarnos de todo al primer despertar juntos y desde entonces no habíamos parado de intentar saciarnos el uno del otro.
Y yo habia salido perdiendo. No podía, pensé, mientras le veía acomodarse sobre mis sábanas, desnudo y lleno de mí. Sentirlo se había convertido en una necesidad.
—¿Estás bien? —Preguntó, somnoliento.
—Sí, Paleto. —Susurré, mirándolo fijamente. —Duerme un rato. Aún nos queda hoy y mañana.
Él sonríe. Antes de decir nada, ya ha caído en el sueño, y yo solo puedo seguir observándolo.
¿Qué había ocurrido? ¿Por qué? ¿Qué era todo aquello? No lo sabía. No tenía respuestas para ninguna de esas preguntas. Sólo sabía lo muchísimo que necesitaba yo la cercanía de Paleto. Lo mucho que la deseaba, que la anhelaba.
Jamás había sentido ese placer a la hora de poseer a alguien. Jamás me había corrido solo por escuchar a alguien gemir hasta quedarse sin voz. Jamás el sexo había sido tan bueno, no hasta que ese torpe Paleto virgen de cejas enormes y corazón blando irrumpió en mi vida.
Desperté con su boca cálida en mi verga y me la follé con soltura. Antes de dejarme correrme, me montó de nuevo y me cabalgó hasta que me quedé perdido en mi propio cuerpo. —De nuevo —Pedí contra su mejilla suave, caliente. —De nuevo, quiero más, quiero más...
Pensé que se negaría, pero ávido cómo estaba, se echó en la cama, ocultó su rostro en la almohada y alzó el culo. —Tómame.
Y lo hice.
Esa últina ocasión, dejé caer mi cuerpo sobre el suyo, y le aprisioné con mis brazos mientras mis caderas se movían por sí solas. El sonido amortiguado de sus deliciosos gemidos, el ardor de su piel, empapada contra la mía, su interior húmedo y estrecho, recibiéndome...
Me corrí con tal fuerza que por un momento me quedé en blanco. Le giré, y le rodeé con mis brazos y sentí humedad caliente corriendo en su abdomen, y busqué a ciegas sus labios. Él me besó, rendido, antes de dejarse caer sobre mi pecho, vencido de cansancio.
Antes de pensar nada, me quedé dormido


Capítulo IV



La verdad sea dicha, mi intención tan pronto vi al coche del profesor Myung-Dae estacionarse, había sido el de, efectivamente salir pitando de ahí, pero como todo lo demás en esa noche, fracasé en el intento. El profesor Myung-Dae luego de haberse acercado corriendo a mí, para asegurarse de que estaba bien me había hecho ir a su apartamento a las afueras del campus porque yo tenía, y cito, "un aspecto preocupante".
Desde el momento uno había sospechado yo que sería una pésima idea acompañarle teniendo en cuenta que yo no podía estar cerca de él sin el riesgo de ponerme a hiperventilar, pero destruido cómo estaba, sólo fui capaz de agachar la cabeza, jodidamente avergonzado y seguirle. Además de que a pesar de estar aún más consciente que el resto de los que se quedaron en el antro, yo también estaba medio ebrio.
Ya dentro, como el buen valiente que era me arrepentí y a punto había estado de salir huyendo cuándo él, preocupadísimo me detuvo. Que si es muy tarde, que si puede ser peligroso, que si corría el riesgo de ser asaltado y atacado (¡Ja, buena esa!), que no estaba en condiciones...
Me guió a través de un pasillo hasta una pequeña sala de estar de aspecto impoluto, impecable, y yo sólo pude mirarme, y ruborizarme.
Sí, ruborizarme.
Yo, que podía ver al guarro de Jiwon menearle el rabo a alguno de esos vulgares ligues suyos sin siquiera parpadear, me estaba ruborizando de la vergüenza que me causó estar así de impresentable frente al profesor. Cabello revuelto, ropa con alcohol a medio secar, peste dulzona típica de alguien que vomito tanto que hizo quedar como idiota a Regan del Exorcista... vergüenza, deshonra para mi estirpe, destierro, exilio, olvido...
—Dormiré en el suelo. —Aseguré, con la cara ardiéndome en las llamas de la deshonra.
Él parpadeó. Sus ojos violetas (preciosos, dicho sea de paso) me observaron, escandalizados.
—¿Estás bromeando? Por supuesto que no. Te daré una muda de ropa, te darás un buen baño caliente y me darás tu ropa para enviarla ahora mismo a la lavandería.
Por favor, Dios, Alá, Odín, Zeus o quién sea que este escuchándome, acaba con mi suplicio...
—P-Pero...
—Sin peros, Chanwoo. Anda. Obedéceme.
Estaba tan avergonzado en esos instantes que por alto pasé que podía haber malentendido sus sugerentes palabras.
Quince minutos después estaba de pie, tan limpio como podía estar nuevamente en la sala.
—Ya he dejado tu ropa en la lavandería. Mi habitación es esa, puedes...
Me negué furiosamente. —¡No profesor, ni hablar! No dormiré en su cama, eso ya está fuera de los límites.
El profesor Myung-Dae siempre había dicho que era de sus mejores alumnos, porque yo de verdad me había esforzado en serlo y jamás nunca me había mirado de otra forma que no fuera con una sonrisa gentil y orgullosa en su apuesto rostro de Adonis, por eso cuándo en ese momento frunció el ceño y se cruzó de brazos sentí un dolor tan feo que por poco llegué a creer que me había dado un ictus o algo.
—No, si te he traído aquí es porque seguramente estás muy lejos de casa y no estás en condiciones de marcharte y no me vas a decir que te deje dormir en el suelo porque eso es pura mierda. —Me sorprendí aún más ante la grosería porque... bueno, él era perfecto. No cometería jamás las mismas faltas tontas que el animal de Jiwon o yo a la hora de hablar, y sin embargo ahí estaba, soltando la palabra con "m"—Dormirás en mi cama, yo aquí en la sala y mañana con calma desayunarás y ahora sí, te marcharás.
Solo asentí.
Cada paso fue una tortura, pero no pude evitar suspirar de gusto cuándo una mullida y fresca cama me recibió.
En el marco de la puerta, él rió. —¿Lo ves? Estás que gritas por un buen descanso. —Yo lo observé en silencio, luego le sonreí.
—Gracias, profesor.
Él sólo me devolvió la sonrisa.
Suspiró, y mientras cerraba la puerta, su dulce voz me soltó. —Dulces sueños, Chanwoo.
Me quedé dormido casi de inmediato.
Y cuando desperté, la luz entraba a raudales a través de las ventanas y un delicioso olor parecía llenarlo todo. Sali a puntillas de la habitación y en total silencio caminé hacia dónde sospechaba que provenía el olor.
Y ahí estaba.
Cuán enamorado estaba yo de ese hombre, pensé, mienteas lo observaba maniobrar con una sartén, atento, con el cabello revuelto y vestido de pijama. Cuán enamorado, cuán perdido...
—B-buenos días, profesor... —Dije con suavidad. Él se giró y me sonrió y su sonrisa provocó mi sonrisa.
—¡Chanwoo, buenos días! Siéntate, ya casi está el desayuno... ¿te gustan las tortitas?
—¡Me encantan!
Su sonrisa fue tan dulce que fue imposible no sentir que en cualquier momento me desmayaría.
—Perfecto, siéntate, siéntate. Ya está la mesa puesta.
La verdad era que sentía que estaba en un puñetero sueño. Estaba ahí, sentado en la cocineta del profesor Myung-Dae, mientras ese hombre que era el hombre de mis sueños cocinaba para mí deliciosas tortitas y las servía en mi plato con una solícita expresión...
Esto no podía ser real, definitivamente.
—¿Esto es un sueño, verdad? —Pregunté sin poder evitarlo. Él, sentado ya frente a mí parpadeó y echó a reír. —¿Por qué lo dices?
Yo bebí un trago de delicioso té de jazmín antes de exponerle mis razones.
—No tiene sentido que usted esté cocinando para mí luego de haberme salvado anoche de mi lamentable ebriedad.
El profesor negó. —Chanwoo, esto es real. Tan real como el hecho de que esas tortitas se terminarán por enfriar si no las comes ya.
¡De ninguna manera!
Las devoré sin piedad, y repetí plato porque, pues, ¡me moría de hambre, de verdad!
Charlamos en algo sobre la fiesta a la que fui -santo Dios, qué vergüenza conmigo- y sobre el programa de lectura que estaba dirigiendo los viernes por las tardes.
—¿Podría apuntarme yo? —Pregunté de pronto. Él parpadeó, sorprendido.
—¿Te gustaría? Había pensado en ti -sí, acepto casarme con usted, pariré a sus hijos no sé como y le haré feliz para siempre- pero creí que quizás no estarías dispuesto.
¿Bromea? Si me pidiese que me casara con usted lo aceptaría antes de dejarlo terminar de hablar y aún sobraría tiempo, joder.
—¡Por supuesto que sí!
El profesor Myung-Dae me sonrió
—Pues perfecto, entonces. Te inscribiré hoy mismo.
Baile de la alegría te danzaré siete veces luego de despertar de este sueño hermoso.
—Le ayudare a limpiar todo. —Dije y durante un precioso momento sentí que estábamos en alguna realidad alterna dónde ambos vivíamos juntos y felices y estábamos teniendo una bella rutina sabatina.
Luego, él llevó mi ropa ahora limpia a la habitación y luego de cambiarme, salí a la sala.
Él estaba ya en ropa de calle -que guapo que se veía de jeans y camiseta- y se levantó tan pronto me vio salir de la recámara.
—Te llevaré a casa.
Negué escandalizado.
—¡De ninguna manera!
Él frunció el ceño. —Perdona Chanwoo, pero no era una pregunta. Era un hecho, te voy a llevar a casa.
Y ahí estaba. Ese destello de imponencia, de fuego en su voz y me tenía de rodillas delante de él.
Ruborizado solo agaché la mirada.
—Usted sólo hace lo que quiere.
Él sólo me miró.
Sus ojos violeta parecieron ver a través de mí, y por primera vez en mi vida yo me sentí verdaderamente desnudo delante de alguien.
—Anda. Vámonos.

.

Una vez en un mercadillo rural escuché que era posible encantar a alguien de amor. Hacerle algún hechizo para que se le amara con locura.
Creo que Paleto me había hecho alguna de esas mierdas porque no le encontraba lógica yo a que no pudiese ni por un segundo dejar de besarlo.
—J-Jiwon sunbae... —Jadeó cuándo me aparté de su boca. Lo observé.
Mala idea. Había comenzado a notar que el simple hecho de contemplar sus ojos brillantes, su mejillas rosadas y su expresión misma me perdía.
Lo besé de nuevo.
—Ca-casi no puedo respirar —Susurró a duras penas, siguiendo el ritmo de mis labios.
—Entonces no respires y déjame seguir besándote. —Pedí y él rió.
Y yo sonreí y lo besé de nuevo, esta vez más suave, esta vez más delicado.
Cuándo me separé, él acarició mi pecho y se acurrucó entre mi abrazo. —No quiero que este fin de semana se termine nunca.
—Podemos repetirlo. —Dije, luego de meditarlo un instante.
Él parpadeó. —¿Cómo dices?
—Sí. Cada fin de semana, sin falta mis padres y mi hermano se largan. —Me incorporé de golpe. Una idea se me había ocurrido, una idea para que aquello que estábamos viviendo no fuese sólo algo de una vez. No sabía qué era y no me interesaba saberlo. Sólo quería seguirlo sintiendo y ahí, ahora estaba teniendo una forma para conservarlo. —...No me llevan con ellos porque me odian. Pero qué importa, podemos... podemos repetirlo. Siempre, sin problemas, cada que tú así lo quieras. Será nuestro secreto y no estaremos atados de ninguna forma.
Él no me respondió de inmediato.
Cuándo me miró de nuevo, sus ojos café habían perdido algo de su brillo, y su sonrisa algo de su alegría.
Pero aceptó.
—Está bien. Hagámoslo.
Sonreí. Lo rodeé de nuevo y lo hice subir a mi regazo. Suspiró cuándo nuestras pieles desnudas volvieron a encontrarse.
Yo besé su mentón. Luego mi boca encontró su boca.
—Hagámoslo.

Continiará.

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