5.Eva

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Mientras escuchaba a Lucas hablar mi cabeza empezó a divagar entre mis recuerdos, llevándome a la escena en la que lo vi por primera vez.
Aquel día, hace 12 años estaba haciendo un puzzle que me regaló mi padre para entretenerme debido a que otros niños no solían querer jugar conmigo por mi incapacidad para hablar con ellos.
Mi hermano Luis llevaba toda la semana hablando sobre un vecino con el que había jugado en el parque, sobre lo divertido que era y que le cayó tan bien que le regaló su coche de juguete rojo favorito, y a cambio aquel niño le regaló un muñeco de un dinosaurio.
Me sorprendió oír aquello puesto que mi mellizo, con sus 6 años, siempre había ido a todos lados con su coche rojo, y ni siquiera me permitía tocarlo.
Es por ello que aquel día, cuando oí que su amigo iba a venir a visitarnos, algo se encendió dentro de mí.
Necesitaba conocerlo.
Necesitaba saber quién era la persona a la que mi hermano atesoraba tanto.
Oí un coche aparcar en nuestro jardín y bajé corriendo, asomada desde las escaleras para ver a mis invitados antes de que ellos me vieran a mí. Mi hermano corrió también por las escaleras y abrazó al niño que entraba por la puerta con sus padres.
Era un niño rubio, de pelo rizado y ojos marrones. Sus rasgos contrastaban mucho con mi hermano, bastante más bajito que él a pesar de ser de la misma edad, con pelo negro liso y ojos grises, al igual que yo.
Mi hermano y yo, no sólo compartíamos cumpleaños, sino aficiones, gustos musicales, y sobre todo, el físico, pareciéndonos tanto que lo poco que nos diferenciaba a plena vista era mi lunar sobre mi ojo derecho y que mi pelo fuera mas largo que el suyo.
Mi hermano, tras abrazar a su nuevo amigo, señaló hacia donde estaba yo, y ante la mirada de los padres del niño, y de nuestros padres, ambos subieron corriendo y entramos los tres en la habitación de mi hermano.
El chico me sonrió y se dirigió a mí.
-Hola, soy Lucas- no dejó de sonreír, esperando una respuesta de mi boca.
Entré un poco en pánico e intentando mantener una sonrisa en mi boca indiqué mediante signos a mi hermano que me presentara.
-Se llama Eva- dijo finalmente mi hermano rompiendo el silencio incómodo que se había creado- no puede hablar-.
Fue entonces que Lucas me miró y yo me esperé lo de siempre, que no le interesara hacerse amigo de alguien con quien no podía comunicarse tan fácilmente como con los demás.
Sin embargo sonrió aún más que antes- encantado de conocerte Eva, espero que te guste jugar a los coches porque he traído el que tu hermano me regaló-.
Cogí otro de los coches que había en la habitación de mi hermano y los tres jugamos durante horas.
Con el paso del tiempo, Lucas venía a vernos mucho, no sólo a Luis, sino también a mí.
Fue estudiando libros de lenguaje de signos, y aunque al principio se le daba fatal, más o menos cuando teníamos 12 años ya éramos capaces de hablar sin necesidad de escribir yo en un cuaderno o de que mi hermano hiciera de intérprete.
Cuando hice los 18 decidí que quería estar con él para siempre.
Cogí un ramo de flores con una tarjeta de "Lucas Raga ¿quieres ser el rayo de sol que me ilumine los días, " (Sí, muy cursi lo sé, pero qué queréis que le haga, decidí que me declararía así cuando todavía tenía 9 años).
Al entregarle el ramo con la carta se río-creí que nunca me lo pedirías- y tras esto me besó, haciéndome sentir que todo mi mundo iba a mejorar, que él estaba ahí, y siempre lo iba a estar.
No fue una decisión precipitada, aunque pillara a muchos por sorpresa.
Nunca había querido tanto a nadie.
Además nuestras familias lo aprobaban, puesto que nos habían criado a los tres juntos.
Así que aquí estábamos, semanas después, en una cita. Yo le repetía cada día por signos lo mucho que le quería desde el primer día, sin embargo él era más reservado.
Aquel día parecía nervioso, y olía muy fuerte al champú de su madre y a desodorante. El olor era tan fuerte que casi me noqueaba pero preferí no comentarlo para no hacerle ponerse más nervioso de lo que ya lo parecía.
"¿Pasa algo"? Le pregunté, él negó con la cabeza, se giró hacia mí y me dijo.
-Quería decirte que te quie-. Antes de que pudiera siquiera terminar la frase me lancé a él y le besé. Me sentía como si estuviera flotando, puesto que ahora sabía que él sentía lo mismo que yo, no sólo salía conmigo por pena o algo así, que no me veía sólo como a una hermana, por haber crecido juntos.
"Gracias". Le dije. "Yo también te quiero".

Palabras hacia el EdénDonde viven las historias. Descúbrelo ahora