Capítulo 1: Lazos

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Un denso manto tormentoso acechaba sobre un vasto cementerio de alerces y robles. El suelo se cubría por una fina capa de niebla. Los depredadores nocturnos salían de sus escondites tan sigilosos como hambrientos, para dirigirse hacia los campos del poblado cercano.

Tras cierto tiempo, el sombrío velo fue revelando gradualmente un lánguido claro de luna menguante. Bastaba para cuidar los pasos a pocos metros, sin embargo, el horizonte era un abismo desconocido y absorbente. Parecía como si el cielo se hubiera fundido con el suelo, para conformar un vacío infinito y devastador, engullendo celosamente cada estrella del firmamento.

Un coro infantil y enérgico comenzó a propagarse junto al susurro de la brisa otoñal. Un niño y una niña de no más de trece años, el primero visiblemente menor, se encontraban corriendo uno detrás del otro mientras descendían la colina de las Montañas Arklay.

-¡No puedes alcanzarme!-. Gritaba el niño que llevaba la delantera.

Ambos tenían la tez tan pálida como la nieve que estaba a punto de avecinarse; a veces, hasta parecían cadavéricos. Pero por su vivaz cántico, no aparentaban padecer enfermedad alguna.

Esta melodía se hizo presente en los oídos de un forastero que estaba recorriendo el sendero hacia Silent Town, casi a ciegas. Su aliento evidenciaba que apenas podía mantenerse despierto sobre el caballo. Pero estaba lo suficientemente lúcido como para ser atraído por dos hipnóticas luces centelleantes que emitían un curioso sonido. A distancia se asemejaban a los ojos de una gran bestia reptante que escapaba del averno. Comenzaba a recordar los mitos mas recientes de aquel poblado. Se decía que últimamente se veían luces extrañas al pie de la montaña, muchos lo atribuían a entidades denominadas "Fuegos Fatuos", en el antiguo folclore local. Ante estas presencias se creía que los niños corrían peligro si no permanecían en sus hogares pasadas las tres de la madrugada. Cuentos de cuna para apaciguar las pesadillas de los padres e impedir que los niños se acerquen demasiado a tierras salvajes y peligrosas. O al menos eso creía, hasta que leyó un artículo reciente en el periódico, que aseguraba que varios menores habían intentado ascender la montaña en un estado anómalo de sonambulismo colectivo. A falta de una autoridad local, muchos mayores debían quedarse despiertos por las noches para evitar que se replicasen estos sucesos.

-¡¿Hola, hay alguien ahí?!-. Dijo, con una voz rasposa.

Nadie respondió. El viajero, que lucía un traje marrón con una estrella plateada en el pecho, trató de escudriñar el origen de aquellas estrellas terrestres, pero era una práctica imposible para el ojo humano. Las diabólicas carcajadas acrecentaban su volumen y las luces se acercaban más y más. Poco a poco el interés fue reemplazado por indescriptible terror. Su cuerpo se petrificó por completo. El aliento pronto se hizo visible, como una mortecina bocanada. Su caballo comenzaba a retroceder alarmado, hasta que, a cierta distancia, las luces adoptaron la forma de dos niños que los traspasaron como una cortina de humo, provocando que el animal se encabritara.

Fue suficiente para despertar al forastero del trance, quien, con todas sus fuerzas, trató de controlar a su aterrada montura para dirigirse a toda prisa a su destino. Los pequeños espectros, de cabello castaño y ojos café, continuaban totalmente inmersos en sus juegos. Como si fuesen personajes etéreos de un sueño de verano.

De repente, una brisa glacial congeló la jovial marcha, acompañado por la aparición de una mujer cuya apariencia no sobrepasaba los veintitantos años. Esta se retiró la capucha de la vestimenta oscura para dejar a la vista un rostro ligero de pecas, con gélidas lagunas color ámbar en los ojos y rodeado de una pequeña cascada de cabello azafrán cobrizo, que no llegaba a extenderse más allá de los hombros.

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⏰ Last updated: Mar 22, 2020 ⏰

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Michelle Rose, Relatos de una Parca. Libro 1: Otoño.Where stories live. Discover now