Capítulo 3

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En la oscuridad de la cantina, entre el frío y el olor a vino, mis ojos que habían quedado vacíos instantáneamente se volvieron a llenar de sabor.

Empezaba a doler menos el mirar sin encontrar a Lucca,

¿pero dónde estaría?

Y entonces Enrico me tomó de la mano, con su fuerza y dulzura a la vez y me invitó a sentarme en el patio trasero de la casa donde había una mesa con sillas a la sombra de una enredadera de jazmín del país, y otra fragancia me embriagaba. Observar las colinas verdes de vides y las higueras llenas de frutos. Sembrava un mondo meraviglioso, el contemplar la tierra de Enrico, ¿pero y Lucca?

Los colores de losviñedos reflejaban un cielo calmo. El susurro de las hojas al chocar entre sípor el viento era como oír el eco de las olas de un océano bravío. Y un sueñoprofundo y denso me atrapó. En ese mar, oscuro y turbio, un oleaje me tapaba eintentaba ahogarme y yo resistiendo a la muerte y al olvido. En el fondo, caídoy muerto estaba Lucca y no podía moverme, estaba atrapada entre tanta aguasalada y de repente miré hacia arriba y una tenue luz me guiaba hacia lasuperficie. Y nadé como pude, y una mano me tomaba la mía y me rescataba de eseahogo.

Al despertar de aquella ensoñación perversa, Enrico me miraba con su mirada contemplativa y en sus ojos se reflejaban el verde de los viñedos.

Sei stanca? —me preguntó.

No. Creo que me quedé dormida. ¿Qué hora es? —contesté.

Casi las tres de la tarde. Andiamo al castello. Dai.—dijo Enrico.

Y nos subimos de nuevo en la camioneta

Ti piace Marco Mengoni?—me preguntó.

Sí, mi piace anche mi piace Eros, Modà, e Tiziano Ferro. Amo la música italiana—le afirmaba.

¿Tutti uomini? Me dijo graciosamente y luego preguntó: ¿Per Lucca?

No, amo Italia per mi abuela materna era da Génova, lei mi parlava tutto il tempo nel suo dialetto. Me crié en el campo, en San Pedro, pero la secundaria tuve que hacerla en un colegio italiano en Capital.

El destino es irónico, porque conocí a Lucca bailando tango, odiando el tango, y él quería aprender ese baile y convertirse en un bailarín y profesor. A mí me gustan más los ritmos latinos, la salsa, el merengue, la bachata, zumba. Tendrá que ver tal vez con mi cuerpo, que se parece más a una caribeña que a una porteña. Mis piernas son cortas, mi cadera es pronunciada y me gusta el calor de esos ritmos. El tango es nostálgico y me produce una tristeza melancólica y remota.

De vuelta al camino hacia arriba y en un silencio largo y calmo cuando de repente, Enrico me dijo: creo que quizás Lucca sea un amigo de la infancia. Creo que quizás sea el hijo de una señora del pueblo que a los trece años su padre se lo llevó a vivir a Roma.

Mi corazón empezó a latir más y más fuerte.

¿Estás seguro? —mis palabras temerosas salían de mis labios.

—No, no sé. Pero cuando éramos niños, había un Lucca Gentile que le encantaba bailar y cuando tenía trece años el padre se lo llevó a Roma. Y su madre quedó sola qui, en un estado de tristeza, melancólico, casi autista. —me confesó.

Siamo arrivatti! —me dijo emocionado.

—Y el castillo? — le pregunté decepcionada.

La sonoridad de tu vozWhere stories live. Discover now