Noche negra
Cómo se derrumba la vida en un instante.
Me había quedado unos minutos allí en el establo, disfrutando de los caballos y de ese olor tan particular que emanan. Pedro se había ido. Yo volvería a la casa un rato más tarde.
Cuando apareció Sebastián y me increpó ¿Qué pensabas que nunca te descubriría? ¿Que soy un idiota?"
Traté de defenderme, pero no pude. Las palabras se amontonaban al salir de mi boca y quedé paralizada.
Se sacó el pañuelo de raso azul que llevaba colgado en su cuello y me amordazó la boca. Su olor a perfume de hombre me daba arcadas. Luego se sacó el cinturón y me ató las manos.
Me arrancó la blusa, todos los botones caían al piso y me bajó los pantalones.
Me dio vuelta, me tiró sobre el forraje y me apretó violentamente la espalda con su bota. Mientras me susurraba con esa voz metálica y con tono cínico: "¿qué se siente ahora? ¿Te gusta?"
Me abrió las piernas y luego me penetró en la oscuridad. Cerré los ojos y comencé a llorar. En silencio.
Seguía diciendo: "tan predecible sos Victoria, la niña de papá con el peón. Que cursi sos. Y sentenció: Ni se te ocurra contarle a tu papi porque de una patada los hago echar a vos y a Pedro."
En ese momento apareció Pedro que a trompadas lo separó de mí.
Terminó diciéndole: Recogé las sobras. Y se fue como un cobarde.
Pedro me ayudó a desatarme, y a limpiarme. Se sacó su camisa y me la puso a mí. Yo no paraba de llorar y de temblar. Y él lloraba conmigo. Nos quedamos abrazados bajo una frazada esperando el alba.
Al día siguiente tomé mis cosas y me fui para no volver.
No volví a escribir en ese diario. De alguna manera intentaba lograr que este recuerdo se fuera difuminando en mi memoria poco a poco.
Noto ahora una sensación de extrañeza al leer lo ocurrido aquella noche negra con ese monstruo como si no hubiera sido yo la que había vivido y escrito. Fue mi forma de sobrevivir y reponerme.
¡Qué hábil es nuestra memoria!
Todavía no se había disipado la neblina que cubría el campo amarillento. Todo tenía ese color, el color de la tristeza, del adiós. Lentamente escalaba en el cielo un sol de invierno, lejano. El rocío y la escarcha se evaporaban. Muy pronto sería de día. El último en esta, mi tierra, mi lugar de la infancia que ya no podría recuperar.
Y en este estado contemplativo, Tizi me arranca a una verdad aún más triste:
—¿Mamá, acá vive mi papá? —preguntó Tizi.
—No, Tizi. Tu papá no vive acá. Está... —contesté y proseguí: "En esta casa vivíamos mami con la tía Laura, el abuelo y la abuela.
—Pero ellos no están —razonó Tizi.
—No, se fueron ... al cielo. Eran viejitos —le respondí.
—¿Y vos, te vas a ir, también cuando seas viejita? —preguntó tristemente.
—No, siempre voy a estar a tu lado —le prometí.
En ese momento, entró una nueva empleada en la estancia, Aurora, y me informó que había llegado el abogado.
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La sonoridad de tu voz
RomansaEn Miranda, Victoria recorre las calles de aquel pequeño pueblo en busca del amor de su vida y padre de su hijo. ¿Lograra encontrarlo? y sobre todo ¿Será troppo tardi?