Capítulo 4

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¨Le cose si scoprono attraverso i ricordi che se ne hanno. Ricordare una cosa significa vederla, ora soltanto per la prima volta.¨

"Las cosas se descubren a través de los recuerdos que de ellas se tienen. Recordar una cosa significa verla por primera vez"

Cesare Pavese (Diario)


II. Retazos

Escribo, sin prisa, partida en dos: una mujer que necesita escribir su historia para no olvidarla, y otra mujer que necesita volver a amar para seguir viviendo.

Desde la ruta de asfalto, un angosto camino de tierra seca nos adentraba en él, mi pueblo, San Pedro. Estaba regresando. Otra vez.

Mi corazón palpitaba tan fuerte que me dificultaba respirar. Otra vez. Las manos me sudaban, mi boca, seca y pastosa, mis músculos de la espalda, tensionados. Intenso calor me recorría el cuerpo. Otra vez. Mientras que las hojas secas volaban haciendo remolinos en el aire, mi mirada fija se perdía en ese campo interminable ahora plantado de soja. Los rayos del sol se filtraban como punzantes estalactitas a través de la ventanilla del auto.

Papá ahora muerto. Muerto.

El aire fresco, el olor a tierra húmeda, el ruido de las hojas de los robles al chocar entre sí, conformaban una melodía que me empezaba a tranquilizar y recuperaba la respiración. Otra vez.

Mi lugar de la infancia había sido este campo. Y yo volvía a él.

Pinos como un cerco, grandes y chicos, todos en fila y alineados como un ejército cuidando su fuerte.

Eucaliptos melodiosos y perfumados, robles y palmeras transportadas y sembradas entre otros que no recuerdo sus nombres.

Al pisar esta tierra, blanda, verde, esponjosa, respiré profundamente como si quisiera reencontrarme con mi esencia, esas raíces muertas.

Entrando a la estancia, tuve que contener las lágrimas producto de una extraña mezcla de melancolía, nostalgia y desarraigo. Yo había creído que después de ese último otoño nunca más volvería. Pero mi padre ahora estaba muerto. Muerto. Y yo regresaba con mi hijo de la mano, mi Tizi. Mis ojos sangraban, empapados y hundidos en una sucesión de recuerdos que incendiaban imágenes de mi pasado.

Sebastián seguía allí, petrificado como un espantapájaros de la finca. Me miró con el desprecio de siempre, pero esta vez sonreía sarcásticamente y ahora estaba abrazando a mi hermana, Laura.

Ella no me miró a los ojos. ¿Qué me estaban ocultando? También vino al encuentro Pedro.

DESPUÉS DEL ENTIERRO

La tierra, aliviada por el aire fresco después de la tormenta. Las gotas gruesas y pesadas de la lluvia durante la noche transformaron el suelo muerto en esta tierra fértil. El hedor a muerte y a sequía queda atrás. Ahora el suelo lodoso y húmedo está listo para sembrar una esperanza. El silencio quiere callarlo todo: el canto obstinado de los pájaros, el grito del gallo y los perros que aúllan para disipar los fantasmas de la noche. El ruido de las hojas de los eucaliptos, al chocar entre sí, son como ecos de olas de un mar revuelto. Componen una rapsodia. El sol con sus hilos de luz anaranjados entreteje una red casi invisible que va cubriendo el cielo. A lo lejos, en el centro del casco de la estancia, una construcción colonial vieja y agrietada teñida de dorado por los tenues rayos. La mezcla a eucaliptos y a pinos se asemejaba a un incienso prendido que invade el aire ya tibio. Desde el establo, el relinchar de los caballos nerviosos por los truenos y relámpagos de la madrugada, esperan descargar su galope desenfrenado por el campo. El suelo, lleno de naranjas y duraznos machucados de los árboles. Algunos serán vendidos, otros convertidos en mermelada y los más dañados por la lluvia serán descartados. Todo anuncia un nuevo amanecer.

La sonoridad de tu vozWhere stories live. Discover now