No te vayas

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Los años pasaron y ambos niños, dejaron de ser niños... Era el primer día de septiembre de 1938, fecha, en la que Dunkelheit y Strom, cumplían 23 años. Un par de años atrás, el hijo primogénito de los Herzog había decidido ingresar en la academia de oficiales de manera voluntaria para convertirse en teniente. El día que el deber llamó a la puerta de su casa, la señora y el señor Herzog lloraron amargamente, escondiendo sus llantos de la pequeña de la familia. . Una niña de cabello avellana y ojos claros, soñadora y amable. Creció llena de dicha y felicidad en el seno de la adinerada familia burguesa. Heli quería a su hermano y lo admiraba por encima de todas las cosas. Inocente y pura, era demasiado buena como para bajarla de su nube con la dura realidad.

-¿De verdad tienes que irte, Strom?-los pálidos brazos de Dunkelheit estaban enroscados, como los anillos de una boa, al rededor del cuello del chico. Apoyaba la barbilla en el hueco que estos dejaban, intentando, de algún modo, evitar la marcha del único amigo de la infancia que le quedaba. Sabía a dónde iría y dónde acabaría, escuchó a su padre hablar con el señor Herzog. Hitler quería comenzar a invadir Polonia el año venidero y necesitaba una gran cantidad de soldados para llevar a cabo una nueva estrategia bélica: Blitzkrieg (la guerra relámpago).-Sé por qué te has convertido en capitán del ejército, Herzog. Mi padre no necesita más que mi felicidad para dejar que te cases conmigo. Ha sido una estupidez-susurró.-Puede que... Hubieran tardado un poco más en llamarte si no fueras teniente.

-Lo siento-murmuró, correspondiendo el cariñoso gesto de la chica.- Pero no es el fin del mundo, ¿o sí?-se separó de ella.-Traeré a casa un par de cruces de hierro en compensación. ¿Te parece?

Dunkelheit suspiró pensativa, mirando hacia el coche negro que aguardaban por Strom. Después de unos breves segundos, volvió a dirigirse al joven. Tomó sus manos y entrelazó sus dedos. Se acercó rápidamente a él para darle un beso. Al separarse, él rozaba sus labios con las yemas de sus dedos. Sentía aun la sensación de los labios de Dunkelheit. Se le notaba algo atontado. Ella le sacó de su trance con un leve empujón y una sonrisa sincera. Le señaló con la cabeza el coche.

-Ve-dijo finalmente, para separar sus manos.- La guerra no espera a nadie.

Strom subió sin despegar su mirada de las personas que habían ido a despedirlo. Ellos, le decían adiós con las manos. Una parte de él, deseaba que la chica de marfil le acompañase corriendo, tomando su mano, hasta que el vehículo tomara tanta velocidad o que la cuidad quedase demasiado lejos. Pero ella no lo hizo. Simplemente se quedó estática, con las manos entrelazadas sobre la tela oscura de su falda, diciéndole todo lo que no puede decirle con la mirada. Su rostro era tan serio y rígido que parecía una piedra, demostraba la preocupación que la invadía y aumentaba su fuerza a cada centímetro que el chico de cabellos rubios se alejaba de ella. Michael le pidió un día que le protegiera. ¿Cómo iba a protegerle, si ella se quedaba estudiando en Berlín, mientras él arriesgaba su vida por la causa Führer?

-Te escribiré-exclamó Strom alzando la mano para despedirse de ella. Dunkelheit le dedicó una última sonrisa nostálgica antes de desaparecer de su campo de visión.

Dunkelheit no pudo dormir las primeras noches tras la marcha de Strom. A menudo sus hermanos menores, Siegfried y Günter, la oían sollozar en la oscuridad de su habitación. Ella no dejó de pensar en él ni un sólo día. Diciéndose a sí misma que si Strom no volvía de la guerra sería su culpa. Se odiaría más a sí misma que al hombre que le hubiera arrebatado la vida.

Las cartas llegaban desde el campo de entrenamiento y eran respondidas de inmediato por ella. La sonrisa que se dibujaba en la cara de ambos no pasaba desapercibida por las personas que los rodeaban. La de Dunkel reflejaba el alivio de saber que estaba bien, la tranquilidad que le transmitía el ver la letra de Strom era inmensa. Mientras la de Strom era la viva imagen de un sentimiento que anidaba en su interior desde muy niño. Sus ojos brillaban con mucha intensidad al leer las palabras de Dunkelheit. Sus cartas terminaban siempre con las mismas palabras: En Berlín te espera mi cuerpo, pero mi mente siempre está contigo. Strom tendía a firmar junto a la frase "No te vayas", seguido de los días que faltaban para salir del campo. Era bonito ver cómo reaccionaban a las cartas del contrario. Normalmente Dunkelheit le enviaba un dibujo hecho con pluma, mostrando alguna imagen que ella hubiese visto interesante para dársela: dibujos de su hermana, de las calles de Berlín, su familia...

-¿Y esa sonrisa, hermana?-preguntó Günter dándole un mordisco a su sándwich mientras se subía a la cama de Dunkel.- ¿Ha llegado una carta de ese soldado?

-No es cualquier soldado, hermanito, sabes su nombre y es teniente-sonríe ella, guardando los papeles de se sus dibujos, bajo la almohada, junto con su pluma.- Te gustaba que te levantara y te diera vueltas en el aire, ¿te acuerdas?

Günter asintió y comenzó a rebotar sentado, encima del colchón y las mantas. Comiendo su merienda con toda la tranquilidad del mundo. De la nada, soltó una pregunta sobre su relación con Strom y ella la respondió sin problema, aunque extrañada por la cuestión planteada por su hermano.

-A Padre le gustaría que te casaras con él-mencionó dando un último bocado a su sándwich de lechuga y fiambre.- Le he escuchado hablado con mamá-se pasó la mano por la boca.-Quieren comprometeros, papá quiere intentar que le den un permiso, aunque sea durante un día, para darle la noticia en persona.

Dunkel sonrió, ocultando su rubor tras los largos y ondulados mechones morenos. Günter rió ante la reacción de su hermana mayor.

***

Nunca se llevaron demasiado bien. No hablaban demasiado, sólo lo justo. A veces jugaban juntos, incluso ella le contaba cuentos y le arropaba cuando sus padres iban de fiesta por la noche. Pero nunca se demostraron amor entre ellos, no como con Siegfried.

Una mañana, Falk Zorn fue llamado a la cancillería y tuvo que ir de inmediato. En ese momento, Dunkelheit salía de la universidad. Se suponía que él iba a recogerla. Tuvo que llegar a la cancillería como pudo y esperar allí hasta que su padre saliera. Se pasó la tarde dibujando a los oficiales y los trabajadores que pasaban por allí. Era muy tarde cuando vio a su padre salir con varios de sus camaradas, todos reían y parecían realmente alegres. Le felicitaban por algo que ella no logró escuchar bien, sólo alcanzó a oír algo sobre un traslado inminente. Estaba adormilada, llevaba horas esperando. Los trabajadores de la recepción la dejaron que se quedara en una pequeña sala amueblada a modo de sala de estar. Se había tumbado en uno de los divanes, el aburrimiento la terminó venciendo, dejando que se evadiera durante un rato. Despertó poco antes de que su padre saliera de la oficina de Himmler. Incluso el segundo hombre más importante del Reich le felicitaba. Debía ser algo realmente bueno.

-Vale-rió Falk.-Vale, parad, parad-no era usual para ella verlo de aquella manera. Tal jovial, alegre y fresco... Casi extrovertido.-¡Hola!-la saluda con la mano.-¡Heil Hitler, Juwel!

-¡Heil Hitler! Padre, parece contento, ¿buenas noticias?

Nada más decir eso, su padre la abrazó efusivamente. Dunkel correspondió, extrañada por el inusual comportamiento de su padre.

-Me han ascendido. ¡A comandante! Verás lo contenta que se pone tu madre. ¡Mañana mismo nos vamos a Austria! ¡También tengo una buena noticia para ti! ¡Te vamos a comprometer con Strom!

-¡¿Qué?!

Dunkel sintió como el aire se marchaba de sus pulmones y pensó que se desmayaría tras recibir semejante noticia. 

Mi cordura por tu vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora