Una vida es el mejor regalo

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El tiempo pasaba. Las cartas de Strom llegaban a casa. Siegfried invitaba a Heli a la villa cada vez que podía. Dunkelheit no podía sino encerrarse en sus adentros cada vez que veía el coche azul claro de la familia Herzog. Era incapaz de soportar la idea de que un día llegaran con la triste noticia de que una bala había atravesado a Strom y lo había matado. Que estaba desaparecido en acción o que una explosión había partido su cuerpo en pedazos. Se sentaba en el banco del jardín de rosas y sacaba sus plumas o se enfrascaba en algún libro de anatomía, había conseguido volver a la universidad. Se aprisionaba a su mundo para no volver a salir hasta que Siegfried viniera para avisarle de que ya se habían marchado. Un día soleado, el último día de agosto, Cecania Herzog se acercó a su jardín. Ella tragó en seco temiéndose lo peor. Se sentó junto a ella y de su bolso sacó un pequeño paquete. Eran un montón de cartas, sumado con un pequeño presente.

-Lo envió Strom-dijo.-Sé que hubiera sido más apropiado dártelo mañana, pero...

-No pasa nada-cortó Dunkelheit.-Lo abriré mañana, muchas gracias-sonrió con el paquete en las manos.-Espero que le llegue a tiempo el mío. Lo he enviado hace un par de semanas para asegurarme.

-Tuvo mucho tiempo libre-señaló la señora Herzog. El paquete no era precisamente fino.

-O muchas noches sin dormir-Dunkelheit analizó la ingente cantidad de cartas escritas por su pareja.-¿Le contó sobre sus pesadillas?-dejó el libro de anatomía y el paquete a un lado. Cecania Herzog asintió.

-Mi hijo me ha dicho que tus cartas le ayudan, las lee todas cada noche-las palabras de la madre de Strom eran apasionadas.-Me alegro de que os améis tanto. Aunque no le guste admitirlo sigue siendo el mismo niño al que le gustaba pasar las noches durmiendo contigo.

Por un momento pensó en comentarle su encontronazo con él. Confesar que la había golpeado en un ataque de celos. No para perjudicar a Strom. Para que fuera su madre la que la ayudara a convencerse de que eso no iba a volver a suceder. Que había sido un caso aislado. Nunca se había preocupado por los celos de Strom, más allá del cómo perjudicaban estos a su relación y la salud del joven. Prefirió callar. Cecania notó un gesto anormal en su rostro y decidió hablar como si le hubiera leído la mente.

-Ha pasado algo, ¿me equivoco?-ella negó con la cabeza.-¿Otra vez los celos?-asintió. La señora Herzog chasqueó la lengua.-Cuantas veces le habré dicho que eso es lo único que puede separaros-rodó los ojos.-Parece ser que mi hijo sigue sin entenderlo. Lo siento mucho, Juwel. Tal vez no lo eduqué bien.

-¡No!-se apresuró a decir.-No es su culpa. Strom y yo nos hemos criado juntos. Nunca hasta ahora nos habíamos separado. Es normal que haya desarrollado una dependencia hacia mí-todo lo que salía de su boca era sacado de un libro de psicología que le había prestado un compañero de su universidad. No tenía ni idea de dónde venían todos esos conocimientos, pero suponía que tendrían algún tipo de fundamento. Unos que no se sustentaran en meras suposiciones e ideas indemostrables por al ciencia.

La señora Herzog siguió insistiendo en que el comportamiento desconfiado de su hijo primogénito no era razonable ni justificable. La charla no fue bien, ni siquiera tomó el rumbo que la joven Zorn quería. Lo que empezó siento un simple comentario, terminó siendo un exhaustivo análisis del carácter de Strom Herzog, que alternaba entre lo subjetivo y lo objetivo dependiendo del momento. Por suerte, Heli saltó como un felino silvestre de entre los arbustos de flores que crecían al sol del jardín. Se tiró a los brazos de su futura cuñada y su madre con el fin de ser recibida por ellas. La chiquilla reía sin parar bajo la severa mirada de su madre, que se había llevado una mano al pecho por el susto. Dunkelheit había dibujado una sonrisa honesta en su rostro y se la estaba regalando a la niña. La cual estaba ya cerca de la pubertad. Colocó a Heli en su regazo a pesar de que su cuerpo comenzaba a ser demasiado pesado para sostenerlo demasiado tiempo sobre los músculos de las piernas mucho tiempo. Heli la miró con sus ojos oscuros durante un momento y enroscó los brazos en torno al cuello de la chica. La piel de la niña resultaba casi morena a la vista, en contraste con el tono alabastro de la joven mujer que la sostenía en su regazo.

Mi cordura por tu vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora