4: Indigo

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Jackson ya había perdido la cuenta de las veces que había hecho eso.

Solo tirar la puerta de su casa, enojado, tratando de ignorar los gritos que iban dirigidos hacia él y vaciar su mente. Correr, calle abajo, llenando sus pulmones con el aire frío de la noche, sintiendo la brisa marina en su rostro a medida que ponía metros y metros de distancia entre él y aquel suplicio llamado hogar.

Odiaba esas noches, cuando su padre bebía de más y le recriminaba por todo, acusándolo de vago, de inútil e irresponsable. Odiaba que su madre no lo defendiera, o, al menos, se pusiera de su lado. Odiaba demasiado esa sensación asfixiante que sentía en aquellas paredes, en aquel techo que lo limitaba, en los libros aburridos que no le brindaban la más mínima realización. Era agobiante.

Por eso prefería correr hasta que su pecho le doliera y los músculos de sus piernas vibraran en punzadas de tensión. Ya tenía ese camino grabado en su mente, en su cuerpo. Recto hasta la playa y luego a la derecha, perdiéndose entre los matorrales de uva caleta y los corales puntiagudos. Lejos de la zona donde usualmente había pescadores tardíos con sus pequeñas barcas. Sí, más allá, donde la costa se volvía salvaje y era casi imperceptible la presencia del hombre. Ese era el lugar donde prefería pasar sus noches.

La brisa era reconfortante. Solo el olor a salitre y peces, a algas y espuma, tan fresco, parecía capaz de borrar su malestar.

Jackson solía caminar entre las piedras filosas. Acercarse al mar, allí donde las olas golpeaban y dejaban pequeñas lagunas entre los corales, llenas de caracolas y erizos. A pesar de la oscuridad, ya conocía al dedillo cada metro de aquel sitio. Solía ir hasta el punto más lejano y allí se agachaba a sentir las olas chocar y arrullarlo con su canto. La luna era la única fuente de luz allí. El pueblo se perdía entre los pinos de la playa y todo se sentía natural, sereno y en paz.

Y esa noche no era la excepción.
Pero había algo más que Jackson disfrutaba de aquel lugar. Algo único y especial, que solo él tenía el placer de conocer.

Y no pasó mucho tiempo antes de verlo.
Probablemente ya fuera medianoche. El cielo y el mar se diluían juntos, armonizando en aquel tono violáceo-azulado de la madrugada. Jackson pudo escuchar una voz lejana que tarareaba. Una melodía hermosa y suave que parecía venir de entre las mismas olas.

Esa era su verdadera fuente de calma. La verdadera razón por la que amaba aquel sitio.

Aquella voz que resonaba como proveniente desde el fondo del mar. Jugando con sus oídos hasta hacerse más y más cercana, hasta ver esos cabellos de un tono índigo intenso asomar entre las olas, brillando bajo la luna, cada gota resplandeciendo como un pequeño diamante, una fortuna goteando en el amplio movimiento de las largas hebras.

-¡Jae! -Jackson lo llamó, casi temeroso de que su imperfecta voz arruinara la quietud de aquella escena.

Pero no. Nada fue más hermoso que ver esa sonrisa surgir al escucharlo. Ver cómo se acercaba a él, nadando con aquella gracia inhumana hasta acercarse al borde de los riscos.

-Hoy también viniste. -Le contestó con aquella voz cantarina y Jackson sintió que podría perderse en su mirada. En las hebras de cabello que caían en sus hombros, algunos saliendo de la trenza desordenada que seguía su camino a lo largo de la húmeda espalda del tritón. En los detalles plateados de los adornos de su pelo, en los tatuajes que brillaban en su piel, como si la tinta fuera hecha del mismo mar. Tan maravilloso y místico.

-Sí... no me sentía bien en casa, y pensé "debería ir a ver a Youngjae, seguro se siente solo sin mi" y pues, aquí estoy. -Jackson sonrió, fingiendo una ligereza que no sentía.

Youngjae amplió su sonrisa, cediéndole la razón aun si sabía que había mucho más detrás de lo que Jackson decía.

-No deberías estar despierto tan tarde. -Lo reprendió con cariño.

-No podría dormir de todos modos. Así que prefiero venir a verte.

-Ya veo... -Youngjae se giró, mirando hacia la distancia, hacia la luna brillante y solitaria que teñía las puntas de las olas con su frío resplandor-. Entonces... ¿Me aceptarás la invitación esta noche? -Lo miró de vuelta después de esos breves segundos de vacilación. Jackson se mantuvo en silencio, pensativo, temeroso. Todos sabían las leyendas, lo que pasa si te dejas llevar por la voz de una sirena.

Sonaba peligroso, pero tan entrañablemente atractivo también.

-Yo... -Su mirada había caído, hacia sus zapatillas húmedas y arenosas, la duda golpeaba en él, como un viento ambivalente que lo movía de un lado a otro-. No sé si...

-Hey... -Jackson sintió un tacto frío en su mejilla. Una piel suave, como hecha de agua, sintiéndose demasiado delicada contra la suya, seca y áspera, llena de los vellos de su incipiente barba. Una mano de Youngjae haciéndolo levantar la mirada, su rostro muy cerca. Las escamas dispersas en sus brazos, en su abdomen y en el inicio de sus caderas brillando bajo la luz de la luna-. No tengas miedo.

-Pero...

-Solo será una noche... solo ven... -Youngjae se dejó caer de vuelta, hundiéndose hasta los hombros, una de sus manos aun extendida hacia Jackson-. Solo quiero que tu viaje hasta aquí no sea en vano.

Jackson titubeó. Miró también a la distancia, al horizonte oscuro y perdido. A la inmensidad del mar, la del cielo, la del mundo. Sintió ese oscuro vacío color índigo, encima de él, haciéndolo sentir más pequeño aún, más insignificante.

-Para mí eres más grande que ese firmamento, Jackson. -susurró el tritón, casi suplicante-. Solo ven conmigo, por favor. Te prometo que nunca te lastimaré.

Y solo bastó un suspiro para decidirse. Bastó quitarse sus zapatos y dejarlos en las rocas. Hundirse, en lo azul, en lo oscuro. Ambos perdiéndose entre las olas, hasta que todo estuvo tranquilo una vez más. Solo índigo sobre índigo. Solo cielo sobre mar, hasta la lejanía del horizonte.








Corrección: mili_ngu

Jackson's Week [Rainbow Colors]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora