Sorpresas I

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Chaeyoung:

Los días pasaban volando, mucho más de lo que me habría gustado. Tan sólo quedaban dos semanas para mi regreso a Corea. El mes de agosto estaba resultando ser climatológicamente extraño; unos días hacía un tiempo de perros y otros, como aquél, el sol lucía sin reservas y la temperatura era la propia de un día de verano.

Me encontraba sentada sobre mi toalla en la pequeña playa situada cerca de Ghirardelly Square, mientras releía unas páginas impresas del relato en el que no había parado de trabajar en las últimas semanas. Aquel ejercicio mental me estaba ayudando a poner mi cabeza en orden, asimilando todos y cada uno de los sucesos acontecidos en el último año. No era de extrañar que me hubiera sentido tan perdida; realmente habían pasado millones de cosas y todas ellas muy intensas. El hecho de plasmarlas en aquellas páginas me ayudaba a comprender mejor la complejidad de los sentimientos que habían surgido a mí alrededor. El rechazo de Jennie no me dolía menos por el hecho de escribir sobre ello, pero sí sentía un cierto alivio al haberlo puesto en palabras. Era como abrir una válvula en mi corazón para permitir que la presión se liberara.

Dentro de poco regresaría a Yeongjong y sería inevitable encontrarme con ella, así que más me valía estar preparada para vivir mi vida cerca de la persona de la que todavía estaba enamorada. No iba a tratar de engañarme a mí misma; sabía que la seguía amando, pero comenzaba a aceptar que nuestra relación era un imposible. Jennie era demasiado voluble y estaba demasiado herida como para poder comprometerse de nuevo; no había nada que yo pudiera hacer para cambiar esa realidad. Había quedado claro que sus demonios eran más poderosos que ella misma y yo no podía luchar contra ellos. Ya era bastante difícil mantenerme a mí misma a flote. No podía tratar de salvarla también a ella, porque entonces ambas nos hundiríamos.

Resultaba doloroso aceptar que el amor no era suficiente para salvar nuestra relación. Sin embargo, al mismo tiempo, me sentía por fin en paz. Existe un cierto alivio en el hecho de comprender que la realidad no depende únicamente de uno mismo. Hay veces que las circunstancias te conducen a caminos inesperados. Si ahora me encontraba en aquella playa, observando el azul e intenso reflejo de la bahía, era porque mi verano había tomado un giro completamente distinto al que cabía esperar. Durante el invierno, siempre me había imaginado pasando esos meses festivos en la finca junto a Jennie y mi familia. Quizá hubiéramos pasado juntas unos días en su casa de Busan... Sin embargo aquí me encontraba, a miles de kilómetros de lo previsible, viviendo una experiencia única y enriquecedora. La vida me había conducido a una situación totalmente desconocida, pero por lo menos yo estaba sacando lo mejor de mis circunstancias. Podía haberme quedado lamentándome en los brazos de mi querida madre. Pero me había armado de valor y no había dejado que la tristeza me anulara. Me tenía a mí misma más que nunca. Comenzaba a sentirme a gusto en mi propia piel y estaba muy orgullosa de haber encarado aquel reto con valentía.

La tarde que lloré desconsolada en mi habitación, escuchando aquella desgarradora canción, me atormentaba la idea de haber vuelto irremediablemente al punto de partida. Había sentido que todos mis esfuerzos por superar mi depresión habían sido en vano.

Ahora, tras describir cada tarde en mi portátil lo ocurrido desde que Jennie llegó a nuestras vidas, veía con claridad que no era la misma chica asustada como lo era antes. Como todo ser humano, seguía sintiendo dolor y tristeza, pero también me sentía llena de vida gracias a los progresos de Debbie con su caballo, las charlas con Hyunjin, las sesiones de open mic en los cafés de la ciudad y mi amistad con todos mis compañeros del rancho, en especial con Lena. Las cosas habían vuelto a la normalidad entre nosotras y ya no la evitaba. Lo acontecido la noche de la hoguera había quedado atrás y volvíamos a ser compañeras de aventuras, tanto en Shadow Creek como en algunas de esas tardes que pasábamos juntas recorriendo los rincones más pintorescos de San Francisco. Aquella ciudad se había convertido en mi mejor terapeuta y ahora comprendía que, sin darme cuenta, había avanzado mucho en mi empeño de encontrarme a mí misma. Aunque en realidad, más que encontrarme, se podría decir que estaba creando una nueva versión de mi verdadero yo. Debía esforzarme en vivir la vida que deseaba; no podía dejar que el destino me manejara como a un títere desprovisto de voluntad.

La canción número 7 ; Chaennie [Finalizada] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora