Furia II

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Desde mi escondite contemplé cómo Jiyong se aproximaba a ella, sonriente, convencido de que aquella era su oportunidad. Me armé de valor y salí de aquel rincón con el corazón en la mano. Tenía que impedir aquel enfrentamiento como fuese. Jiyong no se merecía la burla y el desprecio a los que Jennie le iba a someter. En el estado en el que se encontraba iba a montar una escena, y más cuando estaba convencida de que yo la engañaba con aquel hombre.

Pero llegué demasiado tarde. Jiyong ya se estaba dirigiendo a su hija, felicitándola por el concierto. No tengo palabras para describir la cara de repulsión que ésta le dedicó. Mirándolo de arriba abajo, observándolo con un abierto desprecio, permaneció en absoluto silencio durante unos interminables segundos. Luego, dando un paso hacia mi amigo, se limitó a decir con sarcasmo:

—Déjame que yo también te felicite: ahora ya eres libre para tirártela cuando quieras.

Esto último lo dijo apuntándome. Aquella mano bien podía haber tenido una pistola entre sus dedos, porque aquellas palabras me atravesaron como una bala, rematándome como a un pobre animal agonizante. Sentí cómo las heridas comenzaban a sangrar sin remedio dentro de mí. Siempre supe que algo volvería a hacerme caer, son los altibajos de la vida. Lo que nunca hubiera podido imaginar es que me fueran a asesinar. Y mucho menos habría podido imaginar que el verdugo sería ella.

Refugiada en el dormitorio de Joy, me sentía algo menos alterada. Al ver la penosa escena protagonizada por Jennie, ella había insistido en sacarme de aquel circo y llevarme de vuelta en su coche a Yeongjong. Jiyong nos había seguido, hecho polvo por el arranque de furia que había provocado. Había contestado a su hija con unas duras palabras que no causaron ningún efecto positivo, sino todo lo contrario. Si no es por Nayeon, que llegó justo a tiempo para sacar a Jennie de aquel embrollo, la situación habría terminado en una furia interminable por parte del veneno que Jennie desprendía en cada palabra que no medía. A su padre ya no le importaba quién era aquella chica; sus ataques verbales lo habían sacado de sus casillas. Fue un triste final para aquella noche en la ciudad.

No quería regresar a casa por si a Jennie se le ocurría volver por allí esa noche.

Dudaba que fuera a hacerlo, sin embargo no quería arriesgarme. Su repugnante presencia al otro lado de la pared me habría recordado con mayor intensidad lo sucedido unas horas atrás. Si existía la más mínima posibilidad de que apareciera por la finca, no me encontraía en medio.

Además, necesitaba la compañía de mi mejor amiga que, al contrario de otros, no estaría esperando a arrinconarme en una esquina para despellejarme viva.

Me encontraba a solas en su acogedora habitación. Sentada sobre el muro de la ventana, mi mirada se perdía en la obscuridad de los bosques que rodeaban su casa. Me ardían los ojos, ya secos después de tanto llorar. Esperaba sin prisa a que ella regresara de la cocina. Se había empeñado en prepararme una tila para calmar mis nervios. No necesitaba ningún remedio casero. No estaba nerviosa, sino absoluta y desesperadamente desilusionada.

—Ya estoy de vuelta —anunció a mis espaldas—. ¿Te encuentras algo mejor?

—No, me siento como un trapo, pero por lo menos ya no me quedan más lágrimas —respondí con voz apagada, acurrucada en la ventana.

Ella me tendió la taza humeante. La acepté por las molestias que se había tomado, aunque lo cierto era que no me apetecía tomar nada. No me sentía con fuerzas ni como para remover el azúcar con la cucharilla.

Joy se sentó a mi lado.

—Si te digo la verdad, no entiendo absolutamente nada de lo que ha ocurrido esta noche —comentó con tristeza—. ¿Por qué estaba tan drogada? Es una idiota, ha echado a perder todo lo que ha conseguido en estos últimos meses. No puedo dejar de preguntarme qué es lo que la ha empujado a volver a meterse en ese túnel sin salida.

La canción número 7 ; Chaennie [Finalizada] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora