Encuentro I

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Jennie:

El espejo retrovisor de mi coche reflejaba la lejana silueta de los edificios de Seúl. Sumida en aquel desesperante y monumental atasco de la A-6, no dejaba de preguntarme por qué demonios había cedido al chantaje de mi abuela. A mi alrededor, los demás conductores parecían fastidiados por la lentitud con la que nuestros vehículos se alejaban de la capital. Aunque ellos, con toda seguridad, se iban voluntariamente de escapada de fin de semana. Yo, en cambio, me hallaba atrapada en aquel denso tráfico, camino de un lugar al que no quería ir y sin perspectivas de regresar por el momento. Mi mal humor no se debía al simple hecho de que tan sólo avanzáramos unos metros antes de volver a detenernos de nuevo; tenía motivos mucho más preocupantes para estar jodida. Me veía obligada a mudarme a una casa con una familia que no conocía en absoluto. Ir de chica amable y gentil por la vida no era lo mío.
Y tampoco me veía interpretando el papel de huésped ejemplar.
Mi vida era gris y solitaria, una mierda probablemente, pero yo ya me había acostumbrado a ella. No sentía la necesidad del calor de un hogar, y tampoco quería tener que rendirle cuentas a nadie. Aquel experimento que mi abuela había preparado iba a ser un rotundo fracaso; no me cabía la menor duda. Pero, como no me iba a dejar en paz hasta que se lo demostrase, no me quedaba más alternativa que pasar por el aro. El tiempo me daría la razón y ella se daría cuenta de la idea tan estúpida que había tenido.
En vista de que el tráfico volvía a detenerse por completo, aproveché para introducir los datos de mi destino en el navegador: Estación de cercanías de Yeongjong, Incheon.


Chaeyoung:

El aparcamiento de la pequeña estación de Yeongjong estaba prácticamente desierto, pero no me extrañaba en absoluto. Debido a la huelga de trenes que sufríamos desde hacía tres días, muy pocos utilizaban el ferrocarril para ir y venir de la ciudad. Aquello era una gran faena para la multitud de personas que trabajaban en la capital, quienes se veían obligados a conducir hasta Seúl soportando los larguísimos atascos.

La expansión inmobiliaria de los últimos años había ido atrayendo a nuestro pueblo a muchos seulenses que buscaban vivir con algo más de paz. Treinta años atrás, Yeongjong era tan sólo un pequeño y apacible pueblo ganadero situado a las faldas de la sierra de Incheon. Sin embargo, desde la inauguración del inmenso campus de la universidad (que había traído consigo a multitud de estudiantes), sumado a la llegada de la autopista y el tren suburbano (que nos permitían llegar a la capital en menos de una hora),Yeongjong se había convertido en lugar de residencia para aquellas familias que huían de los minúsculos departamentos de Seúl. Nuestro pueblo era un lugar ideal para criar a sus pequeños, así que nuestro número de habitantes no paraba de incrementarse.
Mi madre era una de esas seulenses que había dejado la ciudad años atrás.

Aunque había crecido en el seno de una familia acomodada del barrio de Jung-gu, no le costó demasiado dejar el ajetreo de las calles de la capital por una vida más tranquila en el campo. La razón por la que ella se mudó a Yeongjong fue porque aquél era el pueblo natal de mi padre, quien tras estudiar la carrera en Seúl y ejercer allí durante unos años su profesión de arquitecto en un prestigioso estudio, decidió regresar al lugar que lo vio nacer para fundar su propio negocio de arquitectura aprovechando los primeros brotes del auge inmobiliario.

La facilidad con la que mi madre encajó el cambio a una vida más rural y tranquila era sorprendente, pues no todo el mundo lo conseguía. Jamás hasta entonces había vivido rodeada de árboles y animales, no obstante, descubrió que le gustaba mucho más que la asfixiante atmósfera de la alta sociedad de Seúl, tan proclive a las habladurías superficiales. Y aunque no sabía nada del negocio de caballos que dirigía su suegro, enseguida se interesó por aprender todo sobre su cría y adiestramiento. Con la ayuda de mi abuelo, que entonces aún vivía, se fue convirtiendo en una entendida en el tema, hasta el punto de que ahora es ella la que se hace cargo de la finca que mi padre heredó.
Pero la persona que había ido a buscar aquella tarde no encajaba en ninguno de esos ejemplos: no era una joven soñadora y enamorada como mi madre. Tampoco era uno de esos padres de familia que buscan criar a su familia lejos del bullicio, y mucho menos se trataba de una estudiante que viniera voluntariamente a nuestra joven universidad. Jennie era una chica con problemas, y no venía a Yeongjong por voluntad propia.
Una vez más, recordé que aquella idea no me terminaba de convencer, o mejor dicho, no me convencía en absoluto. La única persona con la que no me importaba compartir mi espacio era mi hermano, aunque él se había independizado recientemente, dejándome como dueña y señora del segundo piso de nuestra casa. Ahora tendría que compartir de nuevo mi reino; y lo peor de todo es que sería con una extraña.
Mis padres debían de estar algo locos si pensaban que una chica de veintitrés años se iba adaptar con facilidad a vivir con una familia que no había visto desde su niñez y que, además, residía en un lugar tan distinto al que ella estaba acostumbrada. Jennie venía de Seúl y nuestro pueblo, como ya he dicho, no tenía mucho que ver con la capital.

La canción número 7 ; Chaennie [Finalizada] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora