Todos los elfos estaban alterados y tristes por la muerte de la reina del gran Bosque Verde, pero ninguno más que Oropher, Rey del Bosque, su amado esposo.
Alwyn, así era el nombre de aquella amada reina, una reina divertida que gobernó junto con Oropher el Gran Bosque Verde con sabiduría y rectitud. Hace nueve meses estaban todos tan emocionados y llenos de dicha, pues Alwyn había quedado embarazada. Muy pronto Oropher tendría un hijo y el reino tendría a un pequeño príncipe que aprendería a gobernar con el pasar de los años.
Lamentablemente, algo terrible pasó, pues en medio del parto las cosas se complicaron y Alwyn perdió la vida dejando así este mundo. Por fortuna, el bebé había nacido fuerte y sano. Oropher con una profunda tristeza acogió al pequeño en sus brazos y el bebé al verlo le sonrió de manera tierna, Oropher veía que su pequeño se parecía bastante a él; pero aquella hermosa sonrisa la había sacado de su madre.
— Como lo sentimos, mi señor Oropher.— Todos los elfos asistieron al funeral de la reina y le dieron el más sincero pésame a Oropher, quien no podía fingir siquiera una sonrisa, pues la pena era tan grande y el dolor en su pecho era muy profundo.
El funeral había acabado, Oropher subió a su habitación y no salió del lugar durante varias horas. El pequeño bebé que aún no había recibido nombre era cuidado por las elfas quienes le pusieron varios nombres y no lograban decidirse.
Durante toda la tarde no hubo señales de vida en la habitación de Oropher, así fue hasta que llegó lo oscuro de la noche. Las elfas luego de dar un baño al bebé y arroparlo, lo dejaron descansando en una habitación que estaba al frente a la del Rey Oropher.
Todos descansaron, pues aquel día había sido difícil y complicado, tal vez el siguiente día mejoraría o sería peor que el día anterior. De repente, unos llantos se escucharon en medio de la noche, Oropher quien se encontraba al frente despertó inmediatamente y al saber que era sólo el bebé intentó volver a dormir, «Los elfos se encargarán de él» pensaba volviendo a recostarse.
Las elfas medio dormidas se dirigieron a la habitación del pequeño y por más que le cantaban, arrullaban o mecían el pequeño no callaba. De un lado para el otro, las elfas y los elfos corrían trayendo juguetes, alimentos cualquier cosa para que pudieran dormir tranquilamente; pero no tenían éxito.
Oropher no podía dormir debido al alboroto que había al frente de su habitación, trataba de no perder la cordura y se cubría con las sábanas para no escuchar los llantos del pequeño.
—Déjame dormir al menos... ¡Por los Valar!— exclamó Oropher cubriéndose con una almohada que se encontraba debajo de su cabeza; sin embargo el bebé no callaba—. ¡Ya basta!
El Rey se levantó se lavó el rostro y se acomodó su bata, pues no tenía ganas ni fuerzas para ponerse otra cosa. Medio dormido al igual que todos abrió la puerta de su habitación y encontró a todos los elfos corriendo de un lado a otro a una increíble velocidad.
—Lamentamos molestarlo, su majestad...— dijo uno de los elfos y al escuchar el llanto del pequeño corrió para traerle otra cosa—. Lo sentimos mucho, pero el pequeño no logra conciliar el sueño.
Oropher bufó molesto y caminó hasta la cuna del pequeño, sus ojos azules estaban muy llorosos, sus cabellos dorados se encontraban completamente enredados. El Rey lo miró con indiferencia, en cambio, el pequeño al verlo le sonreía y se estiraba como si quisiera que Oropher lo cargase.
—Déjame dormir ¿Puedes?— preguntó Oropher y el pequeño empezó a reír—. No tiene caso hablar contigo, eres un bebé... No entiendes ni lo que te digo.
Los elfos los observaban con curiosidad, pues Oropher había sido el único que había logrado que el pequeño callase. Unos elfos empezaron a cabecear y Oropher se empezó a alejar del pequeño; pero apenas dio unos dos pasos, el bebé empezó a llorar e intentaba alcanzar a su padre.
—Silencio.— ordenó Oropher, pero el pequeño estaba escalando su cuna y estaba a punto de caer de no ser que Oropher lo había alcanzado primero—. ¿Quieres quedarte conmigo?
El pequeño sonrió y extendió sus pequeños brazos, Oropher no pudo resistir más y se lo llevó del lugar, los elfos se quedaron dormidos debido a lo cansados que estaban. El Rey del Bosque se llevó al niño en brazos a su habitación.
—¿Deseas descansar aquí?— le preguntó Oropher al pequeño quien estaba muy inquieto.
El elfo apenas se dio la vuelta y al volver la vista hacia el bebé, lo encontró sosteniendo un frasco de perfume que le había pertenecido a Alwyn. El Rey elfo fue corriendo hacia el pequeño y le quitó el frasco que sostenía en sus pequeñas manos. El pequeño empezó a llorar y Oropher le enseñó el frasco.
—Es sólo un frasco... ¿Lo ves?— Entonces Oropher dejó el aroma en el aire y el pequeño sonrió—. Es un dulce aroma ¿No lo crees?
El pequeño jugaba con uno de los mechones de su padre mientras sentía aquel delicioso aroma que poseía el perfume de Alwyn.
—Tu madre siempre deseó tener un hijo ¿Lo sabías?— preguntaba el padre del pequeño haciéndole cosquillas—. Y aún no tienes nombre... ¿Qué te parece el nombre Oropher, como tu padre?
El pequeño se veía molesto y Oropher logró entenderlo, así que nombre tras nombre el Rey elfo fue probando hasta que se iba a dar por vencido. De repente, recordó la primera vez que había conocido a Alwyn, su voz hermosa, como el viento jugaba con su cabello mientras bailaba y el hermoso sol de primavera que la iluminaba.
—Y... ¿Qué te parece, Thranduil?— El pequeño sonrió y aplaudía con sus pequeñas manos—. Entonces ese será tu nombre... Thranduil, Rey del Gran Bosque Verde.
Y así fue como ambos se recostaron en las suaves sábanas quedándose profundamente dormidos durante el resto de la madrugada.
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Los relatos de Arda
FantasyEn la Tierra Media sucedieron diferentes cosas, además que las guerras y las fiestas, a veces no todo es alegría, pero tampoco tristeza. En este libro encontrarás diferentes one-shots, historias inconclusas y muchos relatos más. ...