01. La ciudad de San Fransokyo

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—La competidora número cinco está en posición. Ésta es la última prueba si es que desea hacerse con el campeonato y pasar a la historia. El viento tiene una fuerza de diez nudos hacia el oeste. Sabe que toda su carrera depende de éste momento—.

Ella lleva observando esa calle toda la semana, sabe con exactitud con cuántos segundos podía llegar hasta su meta. El andador de la costera, que está después de aquel semáforo que da el paso a través de una avenida, la espera impaciente. Se saca la goma de mascar de la boca y la pega en el lado derecho de su casco. Toma un respiro, retiene el aire y el semáforo frente a ella se pone en verde.

Pedalea tanto como se lo permiten sus pequeñas piernas. Su vista fija en la meta, viene la parte difícil, aquella pendiente que tantos problemas le ha causado en las ultimas semanas, siente cómo el corazón sube tanto que podría ya estar en su cuello.

Una, dos, tres... Las cuadras se van quedando atrás una a una. Le quedan un par de segundos. La luz verde del semáforo comienza a parpadear, es amarilla, y cruza la avenida en cámara lenta. Pasa frente a los autos de ambos sentidos que esperan ansiosos. Jamás había sentido tanta adrenalina en su corta vida.

Y llega al andador de la costera. No tiene ni un rasguño.

De un brinco abandona su triciclo violeta y tira su casco al suelo a modo de festejo, no sin antes recuperar su adorada goma de mascar y colocarla de nuevo en el interior de su boca.

—La gente aplaude efusivamente. ¡Ethel Leiko Tanaka lo ha logrado una vez más! *

Ella era muy pequeña en aquel entonces. Acostumbraba adornar su cabello con un pequeño broche que su madre le había regalado, pero era fastidioso por la forma en la que siempre se movía de su lugar. Usaba faldas cortas, aunque prefería los shorts para poder arrastrarse por el suelo sin arruinarlas y que eso le ameritara un buen regaño, aunque siempre recibía uno diciéndole que "las niñas no se arrastran por el suelo". Le gustaba la goma de mascar porque era el dulce más divertido de todos, ¡podía hacer enormes bombas con ella!

Así era ella cuando su padre le dio la noticia que cambiaría su vida.

Ahora se dirigía a una ciudad completamente extraña. No es que conociera mucho del mundo para ser sinceros, pero a sus cinco de edad, cambiar de ciudad era algo muy grande considerando las circunstancias.

Su madre había fallecido hacía tres meses en un accidente en la planta donde trabajaba. Aquel día su padre estaba en la ciudad vecina presentando un nuevo invento, mientras que ella estaba en la calle jugando con su triciclo luego de que sus clases en el kinder terminaran.

Esa misma tarde se sorprendió al ver a su padre llegar temprano. Lo normal era que él llegara al anochecer, y luego salieran juntos a cenar para celebrar lo bien que le había ido. Pero en lugar de ello, su padre llegó a casa con una mirada sombría.

Ella no era tonta, entendió perfectamente que su vida cambiaría drásticamente en cuanto escuchó su explicación sobre aquella explosión, pero jamás se imaginó que las cenizas se quedarían en su vida para siempre.

Al principio, su padre andaba por la vida con un rostro deprimido, no podía culparlo, ella también extrañaba a su mami. Nadie la entendía mejor que ella, ella le contaba historias sobre inventos asombrosos que habían mejorado la vida de todos, no historias tontas sobre princesas que esperan a ser salvadas por un príncipe. Ella la dejaba jugar con los demás niños, no como el resto de las mamás, que quieren que sus hijas solo jueguen con otras niñas.

Ella comprendió todas esas libertades el día que llegó a la famosa ciudad de San Fransokyo, y la señorita Natsuki Aizawa entró en su vida.

La señorita Tsuki, como ella prefería que le llamaran, era una joven muy hermosa, parecía la protagonista de las películas románticas que sus papás veían los sábados por la tarde. También era muy simpática, aunque no le quisiera mostrar abiertamente que le causaban gracia sus chistes simples y rosas. Cocinaba muy bien, eso nunca lo podría negar, en especial aquellos fideos con carne, sin duda eran su especialidad.

Más que una heroínaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora