Alitas súper picantes

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—Detesto ser quien rompa todas sus ilusiones, pero el título las alitas más picantes en todo San Fransokyo pertenece a mi tía.

No era una pregunta, era una afirmación, un hecho. Tadashi Hamada había ganado ésta discusión cada que salía a flote el tema de las alitas de pollo. No era para menos, en serio que las alitas de la tía Cass eran las mejores de la zona, pero Ethel necesitaría encontrar unas mejores en San Fransokyo para ganarle ésta discusión al muchacho.

—Apuesto a que puedo comer más alitas súper picantes —. Fred acababa de proponer un reto, ella curveó un poco sus labios ante la idea que acababa de tomar forma en su mente

—¿Tienes idea de lo que estás diciendo, Freddie?— intervino Honey Lemon alarmada—Los jugos gástricos de tu estómago en conjunto a todos los condimentos que contiene la salsa de las alitas podrían provocarte una gastritis severa e incluso una úlcera gástrica si no te alimentas adecuadamente.

Honey Lemon era especialista en hablar a gran velocidad con una enorme cantidad de términos extraños en un momento dado, éste podría ser uno de esos momentos si ella no hacía algo.

—Gallinas.

Quizá esa no era la palabra más adecuada, después de todo. Tadashi, Honey y Wasabi la observaron un tanto desconcertados. Fred se lanzó hacia ella con la intención de darle un abrazo.

—¡Ese es el espíritu, GoGo! —Pero Ethel, mejor conocida como 'GoGo' entre sus amigos, levantó su mano para indicarle que no se atreviera a tocarla, aunque eso no evitó el fuerte abrazo que su amigo le terminó proporcionando.

—No sabía que te gustaban las alitas súper picantes de la tía Cass —comentó Wasabi realmente curioso por conocer su respuesta.

—Ni siquiera las he probado —admitió ella luego de liberarse de los brazos de la mascota escolar — pero es un reto interesante, y la verdad es que ya tengo hambre.

Todos compartieron una mirada preocupada. En verdad que se arrepentirían de esto más tarde.

El café El Gato de la Suerte tenía una clientela bien establecida y muchos de ellos eran frecuentes, como el grupo de cinco amigos que ahora se encontraban frente a una charola repleta de alitas súper picantes de la receta súper secreta de la tía Cass.

Honey Lemon parecía no estar muy segura de toda esa situación, pero debía admitir que se moría de hambre después de haber pasado tanto tiempo en la escuela, así que se unió a la competencia sin pensárselo dos veces.

Wasabi abandonó la competencia después de ingerir dos alitas. Él pidió un emparedado de jamón de pavo y se limitó a observar como el resto firmaba su próxima visita al médico escolar.

Fred parecía no tener fondo, ¿Acaso lo tenía? Ethel se preguntaba una y otra vez en cómo le haría para vencerlo si continuaba comiendo a ese nivel.

Tadashi era el mas acostumbrado al ardor en toda la boca causado por la receta de su tía, ¿cada cuándo comía esas alitas enchiladas? Pareciera ser que diario porque llevaba un muy buen ritmo, casi comparado al apetito de Fred.

Ethel por su parte, hacia todo lo posible por seguir en pie de lucha, sus ojos lloraban, su nariz escurría y sentía la lengua dormida. Pero debía seguir, sin importar las consecuencias.

Quizá todo el sufrimiento había valido la pena. Al menos eso se decía ella mientras estaban todos sentados en la sala de espera del hospital local.

—Les dije que no era buena idea —les reprochaba Honey Lemon mientras recordaba la enorme cantidad de medicamentos escritos en su receta y hundía su rostro entre sus manos.

Más que una heroínaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora