3. Clase sobre sexo con un dinosaurio

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Ahora que sabíamos que Augusto cursaba en San Pancracio, el próximo paso en nuestra investigación era ver con quién más había hablado por internet, y si alguien sabía quién era en verdad. Así que el miércoles salteamos las dos primeras horas para encerrarnos en la sala multimedial.

Les envié un mensaje a todas las chicas del colegio que figuraban como amigas de Augusto. Algunas me contestaron enseguida, otras un poco más tarde y algunas nunca.

A la vez, en la computadora de al lado, Oliver intentaba hackear la cuenta de Augusto. Pero, por su ceño fruncido y su desinterés por las Oreos que le traje, parecía que no le iba del todo bien.

Y a mí no me iba mejor. Las pocas chicas que me respondieron estaban en la misma situación que yo hace unos días. Ninguna lo había visto, ni siquiera por webcam, ninguna sabía nada de él, y todas creían que Augusto gustaba de ellas. Parecía que este tipo gastaba su tiempo libro enamorando chicas por internet, a todas con el mismo cuentito. Pero a ninguna le dije lo que Oliver y yo sabíamos. No quería llegar a él con una horda de adolescentes furiosas armadas con trinches y garrotes. No; si encontraría a Augusto, quería tener una pequeña charla privada con él. Luego lo tiraría a las garras de las demás chicas para que lo despedacen.

Así que para el primer recreo teníamos poco y nada.

—Me rindo —exclamé en cuanto terminé de hablar con una chica de 3° A— Estuvimos buscando durante casi dos horas y seguimos en el mismo lugar.

—Este tipo sabe lo que hace —comentó Oliver, entre la admiración y el odio— ¿Y ahora qué?

—Tenemos que encontrar algo que nos lleve a él —dijo sacándose los anteojos y restregándose los ojos. A veces me olvidaba que los llevaba puestos. Se veía tan distintos sin ellos; más joven... Más guapo—. ¡Ya sé! —exclamó, mirándome— ¿Como se expresaba? ¿Tenía algunas palabras que dijera siempre, alguna expresión típica de él?

—Em... no sé. Escribía con buena ortografía y hablaba como cualquiera de nosotros —contesté. Me quedé pensando por un momento, intentando recordar nuestras conversaciones—. Lo siento. Pero no me acuerdo de nada que nos podría ser útil.

—Genial —gruñó mi compañero, justo antes de que toque el timbre.

—¡Sos la peor amiga de toda la historia de todos los mundos de todos los universos de todas las dimensiones! —me gritó Lourdes en cuanto me vio en el patio. En realidad, ella me estaba esperando afuera de la sala de computación, con los brazos cruzados y haciendo puchero con los labios—. ¿Por qué no me dijiste que te lo querías quedar para vos?

—Yo no lo quiero para eso —contesté con un suspiro. A veces mi amiga era muy densa—. Sólo quiero que descubra quién es Augusto. Y vos estabas interfiriendo en nuestro trabajo.

—¡Foo! Aguafiesta —se quejó con fastidio fingido.

—Debo aclarar que le presenté sus opciones —me defendí—. Pero él no quiso quedarse a esperarte. Sorry, guacha.

—¿Pero quién querría perderse todo esto? —exclamó señalándose a sí misma, desde su cabeza hasta sus pies. Tenía el cabello negro y corto casi como un chico, aunque nadie jamás la confundiría con un varón gracias a su bien dotada delantera. Lourdes no era la gran cosa, normal, linda. Aunque jamás había recibido un rechazo... Bueno; hasta Oliver.

—Vos no tenés remedio.

—¿Y qué tiene? ¿Acaso solamente los chicos tienen permiso de ser unos calentones libidinosos? —dijo haciéndose la feminista.

—¿Desde cuándo usas palabras como "libidinoso"? —pregunté sorprendida y comencé a caminar hacia nuestro aula.

—Em... No. Por acá —dijo señalando el salón de actos—. Los de 4º tenemos charla de Educación Sexual.

—¿Y desde cuándo tenemos Educación Sexual?

—Lo sabrías si hubieras asistido a clase en vez de tener clases privadas con Leprince.

En ese momento, Oliver salió de la sala multimedial. Nos miró sorprendido a ambas.

—Hola, Ollie —saludó melosamente mi amiga, y yo contuve el impulso de golpearme la frente contra la pared.

Oliver no dijo nada, sólo se quedó viéndola con fastidio y algo miedo.

—Vamos. Tenemos una charla en el salón de actos —dije y tomé el brazo de Lourdes como hacíamos siempre, pero esta vez fue para evitar que se tirara sobre Oliver.

El dichoso salón era algo así como un teatro grande, con un escenario y montones de filas de butacas. Para cuando llegamos, casi todos los asientos estaban ocupados. Oliver se apartó de nosotras y fue a sentarse en una butaca apartada de todos; sacando un libro de su mochila. Al parecer, Oliver estaba más interesado en la literatura que en el sexo.

«¿Por qué no me extraña?» pensé con ironía.

Y sin otro remedio, Lourdes y yo nos sentamos en la primera fila. Al menos ella estaba feliz por tener una buena vista del profesor Leprince.

—No entiendo por qué tenemos esta charla —comentó mi amiga—. No hay nada sobre sexo que yo ya no sepa.

—Claro. Porque vos sos una master of sex —dije entre risas. Lourdes no tenía cura.

—No me molestaría darles una demostración a todos —admitió—. Claro que necesitaría de la ayuda del profe Leprince.

—Creo que tendrías futuro como actriz porno —bromee.

—Sí, hasta me ofrecieron ser Anastasia en Cincuenta Sombra. Pero era demasiado pervertida para el papel —dijo como si se lamentara.

En ese momento, la señora Pereyra apareció en el escenario junto al profesor Leprince.

—Buenos días, alumnos —saludó el dinosaurio que teníamos como directora. Existía el rumor que Pereyra era la abuela de Mirtha Legrand y Chavelo; con eso se pueden imaginar lo arcaica que era nuestra directora—. Hoy tendrán su primera charla sobre Educación Sexual. No quiero que ningún desubicado se atreva a realizar una broma con respecto al tema, o de otra forma será sancionado. ¿Quedó claro? —preguntó, y se oyó un murmullo de resignación—. Muy bien —aceptó, satisfecha. Esto será de lo más aburrido. —Ahora los dejo con el profesor Leprince —dijo antes de irse.

Gastón dio un paso al frente y sonrió a la clase.

—No la odien tanto. Esto es un tema delicado para alguien de su edad —dijo en tono de confidencia—. En su época las chicas conocían lo que era el sexo en su noche de bodas.

—Y al día siguiente su marido le pidió el divorcio —dijo uno de los chicos, haciéndonos reír a todos, incluso al profe.

El Sr. Leprince pasó por alto su comentario y prosiguió a dar la clase. Vimos un video sobre las diferencias biológicas de los sexos. Y no era en dibujitos como esperaba; tenía modelos humanos. Lo que, a pesar de la advertencia de Pereyra, provocó miles de comentarios por parte de los alumnos.

—Apuesto a que esta es la primera vez que ves un pene —dijo el estúpido de Facundo en mi oído.

—Andate a la mierda, retrasado —le contesté, hablando entre dientes.

—Pero tu mamá seguro tiene más que experiencia en este tema —siguió molestándome—. Se ve que le gustaba tanto que te puso ese nombre, Penélope.

—Dejá de hincharme los ovarios o no habrá médico sobre la faz de la tierra que averigüe que alguna vez fuiste hombre —lo amenacé.

—¿Qué vas a hacer? ¿Chupármela hasta gastarla —agregó con una risota—, virgencita?

Y fue entonces cuando me di vuelta y le rompí la nariz.


¿Quién es Augusto?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora