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En un Laberinto, sin importar a qué dirección uno se encamine, siempre se llegará al centro de este. Por lo que no puedes dar vueltas por siempre, regresando a rastras al mismo lugar. Algún día, tendrás que salir, ¿Bajo qué excusa? ¿Qué necesidad?


Un pajarito volando en la profundidad de la noche

Con las alas rotas...


Por lo que Sarah no acudió a las murallas del Laberinto para volverse a perder en el cementerio de su memoria, ni para buscar respuestas o liberar su furia en llanto, porque no podía hacerlo para siempre; y por cariño y amor, no acudió a Hoogle, pues sabía que aquel relato que tenía para horas de contar le rompería el corazón.

Y si todo dejara de tener sentido, al igual que siempre todo lo había hecho, entonces ya no tenía que seguir las reglas de una historia mal contada, mal amada, perversamente arruinada; su propia historia.

Él había arruinado su historia desde el principio y antes, pero no encontraba diversión alguna ya en culparle de todo a él, si ella debió de tener sus fallas alguna vez pues era no más que humana al final del día, las personas normales de carne y hueso tenían sus incontables errores; más aquél adonis oculto en la sombra de su propia melena rubia, aquel que alguna vez pudo comparar con la belleza que creía que solo un ser divino podía tener, aquella que dolía, si a él podía comenzar a contarle sus faltas y jamás terminaría de hacerlo... Oh, maldita sea.

Perdió la noción del tiempo que llevaba estancada en este mismo embrollo.

Si desde antes lo sabía, y aquella noche tan solo fue su furia e ira dentro de su corazón y su mente, pero ahora, sentía que el suelo que pisaba la estaba comiendo lentamente, arrastrándola más allá del centro de la tierra, gramo por gramo de las zapatillas que calzaba y el delicado velo de su vestido que rozaba el camino que dejase al andar.

Sarah observó el castillo desde ahí, las puertas de la Ciudad de los Goblins, y cualquier deseo que tuvo de salir y exiliarse del reino le abandonaron, haciendo que su cuerpo anduviera en dirección a su objeto en su propia mirada.

Si deseaba que sus tierras y su corazón la dejasen en paz, debía de hacer algo al respecto, y aquello, dudaba ella, no iba a ocurrir escondiéndose en las mazmorras y pasadizos del Laberinto, su tan precioso y amado Laberinto.



Elise había desarrollado el oído para poder escuchar el fino y delicado andar de su madre, pero solo en esta ocasión, no le había escuchado entrar a su habitación.

Había una charola de plata servida con un tazón de frutas cortadas a pequeños cuadros y un vaso de leche en esta, junto a su respectivo tenedor de mismo reluciente. Sarah tomó una sola fresa en su silenciosa presencia y lo degusto pese al ácido sabor en sus labios, teniendo su base de comparación en su marchita fruta prohibida, que esta había sido mucho tiempo atrás, dulce.

En la niña, causó impresión profunda su presencia.

-¡Mami! -la pequeña chilló al verla, y pronto se vio rodeada por sus brazos y su vestido como un suave manto; en su euforia, la princesa aproximo su oído al pecho de su madre, y se detuvo para poder escuchar con atención.

-¿Todavía te duele tu corazón? -su madre le había afirmado en aquella extraña y repentina fiesta que su padre había organizado que, su corazón, así como su latir, se encontraba de maravilla, ¿Pero aquello cuanto duraría en realidad?

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