Capítulo cinco .2

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Daniela
6 ºC

Suspirando, dejé el cuaderno de matemáticas en la mesa y me coloqué junto a mi madre, frente a la tabla de cortar.

-Déjame hacerlo a mí. Tú te estás armando un lío.

Como era de esperar, no protestó, sino que me regaló una sonrisa y se alejó como si hubiera estado esperando a que yo me diera cuenta de lo mal que lo estaba haciendo.

-Si terminas de hacer la cena -dijo-, te querré para siempre.

Hice una mueca y cogí el cuchillo. Mi madre siempre estaba manchada de pintura y vivía en un estado de permanente despiste. No se parecía en nada a las madres de mis amigos: jamás llevaba adelantar y nunca pasaba la aspiradora ni nada semejante. En realidad, a mi me gustaba tal como era: diferente. Pero en aquel momento, lo que quería era terminar de una vez los deberes.

-gracias, cariño. Estaré en el estudio.

Si mi madre hubiera sido una de esas muñecas que reproducen una frase grabada cuando les presionas la barriga, no cabe duda de que aquellas palabras habían formado parte de su repertorio.

-no te intoxiques con la trementina guión le dije, pero ya había desaparecido escaleras arriba.

Tras echar los restos mortales en el champiñones en un cuenco, me fijé en el reloj que colgaba de la pared pintada de amarillo claro. Todavía faltaba una hora para que mi padre regresar al trabajo. Tenía tiempo de sobra para hacer la cena y, tal vez, para salir más tarde a ver si estaba mi loba.

En la nevera encontré un pedazo de carne que, creí intuir, debía acompañar a los champiñones. Lo saqué y lo puse sobre la tabla. En las noticias de la tele, un <experto> elucubraba sobre la convivencia de limitar o trasladar la población de los lobos de Minnesota. Aquello me puso de mal humor.

Sonó el teléfono.

-¿Sí?

-Hola, ¿qué tal?

Era Abi. Me alegró oírla; era el polo opuesto a mi madre, organizada hasta la saciedad y siempre atenta y disponible. Con ella no me sentía tan marciana como de costumbre. Me coloqué el teléfono entre la oreja y el hombro y, mientras hablaba, corte la carne y separé un pedacito para más tarde.

-Aquí estoy, haciendo la cena y escuchando las bobadas que dicen en el telediario.

Abi adivinó al instante a qué me refería.

-Ya. Surrealista, ¿eh? Están dale que te pego con lo mismo. En la realidad, es puro morbo. ¿Por qué no se callan y nos dejarán pensar en otra cosa? Ya es suficiente con ir al instituto y oír la historia una y otra vez. Además, para ti debe ser bastante desagradable, después de lo que pasó con los lobos, y más para los padres de Jack. Seguro que están deseando cerrarles el pico esos periodistas -Abi parloteaba a tal velocidad que me costaba entenderla. Me perdí momentáneamente, sólo retome el hilo cuando me hizo una pregunta-. ¿Te ha llamado Kim?

Kim era la otra integrante de nuestro trío, y también la única capaz de comprender vagamente mi fascinación por los lobos. Pocas eran las noches en que no hablaba por teléfono con ella o con Abi.

-Supongo que andará por ahí haciendo fotos. Esta noche había lluvia de estrellas, ¿no? -respondí. Kim se enfrentaba al mundo a través del objetivo de su cámara; la mitad de mis recuerdos escolares parecían estar en blanco y negro, y estampados en un papel brillante de 10 × 15 cm.

-Tienes razón -convino Abi-. Kim no se lo perdería por nada del mundo. ¿Tienes un rato para hablar tranquilamente?

Miré el reloj.

Temblor- ADAPTACIÓN CACHÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora