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"El sufrimiento de los inocentes"
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          —¿¡Cómo demonios se les pudo haber escapado!? —La voz del jefe resonó con furia en la habitación.

—N-no es que se nos escapara, jefe. Un auto apareció de la nada y atropelló al muchacho —dijo uno de los hombres, su mirada clavada en el suelo, igual que las de sus compañeros, mostrando su sumisión y temor.

—Ese mocoso es el único sobreviviente y testigo. Si habla, los medios se abalanzarán sobre esto y nuestra empresa se irá a la quiebra. ¿Tienen idea de lo grave que es eso? —El jefe golpeó la mesa con fuerza, su tos seca interrumpiendo sus palabras.

La escena se desarrollaba en la imponente residencia del jefe, un lugar que, pese a su lujo, tenía un aire casi estéril. Las paredes, de un blanco impoluto, contrastaban con los muebles de color vino que rodeaban al jefe, quien se encontraba semiacostado en una cama especial. Varias almohadas le daban soporte, mientras una máscara de oxígeno cubría su rostro y agujas intravenosas transferían medicamentos directamente a su debilitado cuerpo. El constante pitido de las máquinas que monitoreaban su pulso resonaba en la habitación.

Una enfermedad respiratoria, que había avanzado demasiado como para ser tratada, lo condenaba a unos pocos meses de vida.

Junto a la puerta, un joven permanecía en silencio, observando la escena con atención. Era el hijo del jefe, un hombre en sus veintes, de rostro serio y emociones controladas, pero sus ojos seguían cada palabra y cada movimiento de su padre y los hombres con un brillo oscuro. Sabía lo que se esperaba de él, lo que algún día tendría que hacer por el bien de la empresa familiar.

—Perdónenos, jefe... No hicimos bien nuestro trabajo —dijo el hombre al centro del grupo, el mismo que había apretado el gatillo aquel día, acabando con la vida del padre de Jeon—. ¡Lo sentimos! —repitieron los hombres al unísono, inclinándose aún más.

El jefe contuvo la tos por un momento, su pecho subiendo y bajando con dificultad.

—¡Fuera de mi casa! ¡Ahora! —escupió con un tono de desprecio.

Los hombres no tardaron en obedecer, huyendo despavoridos. El jefe, solo ahora, pasó la mano por su frente sudorosa, agotado y frustrado. La idea de perderlo todo —su residencia, sus tierras, su fortuna— a causa de ese chico lo enloquecía. Pero él ya no estaba en condiciones de mancharse las manos otra vez... no podía permitírselo.

Con un suspiro entrecortado, se quedó mirando la nada, hasta que una idea cruzó por su mente, iluminando su expresión por un instante.

El joven, que hasta entonces había permanecido en silencio, dio un paso adelante. Su padre lo miró, con un brillo calculador en los ojos.

—Necesito que hagas algo por mí —dijo, en un tono más frío, más calculador—. Es la primera y última vez que te lo pido. Si lo haces bien, podrás irte a donde quieras. Pero solo si lo haces bien. ¿Aceptas?

Él no ensuciaría más sus manos... Pero su hijo sí podría hacerlo.

Jungkook


—¿Disfrutas del show? —me pregunta GaRam, y por un momento, me desconcierta. Su voz es suave, pero su curiosidad es evidente. Mi mirada sigue la dirección en la que está mirando, hacia el escenario donde Hoseok está haciendo su actuación.

Me giro hacia el escenario y veo a Hoseok, vestido como un oso y buscando comida con una torpeza cómica que hace reír a los niños. La escena es absurda pero sorprendentemente alegre. Me sorprende lo bien que una actuación tan simple puede cambiar el ambiente.

Please Look At Me + jjk Donde viven las historias. Descúbrelo ahora