Capítulo 5: Señorita Hernández.

2.1K 190 52
                                    

WILLIAM

Sus ojos marrones me persiguen. Tienen un destello de color que no logré identificar y que muero por conocer.

No puedo evitar sonreír al recordar a esa muchacha, nerviosa y temblorosa darme su identificación. Sabía que era una forma de saber su nombre y su edad. Tenía un ligero presentimiento, por su apariencia, que no es de aquí y cuando vi que es latina me dio mucha más curiosidad. Tengo un pequeño delirio por las latinoamericanas.

Su nombre es Alejandra Hernández Subero, tiene 21 años y es venezolana. Su identificación dice que está muy cerca de cumplir años.

Estaciono la patrulla en la estación de gasolina y salgo para llenar el tanque mientras pienso en la bendita jovencita. Su vestido de lentejuelas dejaba ver unas buenas curvas por lo ajustado y sus tacones estilizaban sus piernas, que a decir verdad, son preciosamente pálidas.

―Ojalá te vuelva a ver ―pienso en voz alta, acariciando mi barbilla. Una sonrisa torcida no tarda en aparecer en mi rostro.

―Oficial Brown y oficial Jones ―escucho que me llaman por radio.

Me acerco a la ventana y extiendo la radio, haciéndole saber al oficial que nos habla que estoy escuchando. Hubo un accidente, no muy lejos de aquí, y nos asignaron a Mason y a mí a inspeccionar y a apoyar a los paramédicos. Nos hacen saber que hay heridos, pero nada grave.

―En camino ―respondo y pago por la gasolina.

Manejo por las oscuras calles de Manhattan con facilidad, ya que al ser de madrugada no hay muchos carros transitando. Me doy cuenta de que el accidente no es muy lejos de la discoteca donde vi a Alejandra y me encuentro tentado en ir en cuanto acabe aquí.

Son las cuatro de la madrugada, William. Ya no deben estar allí, me recuerdo.

Me detengo cuando veo a la ambulancia. Hay un Chevrolet Cruze y Volkswagen escarabajo medio destartalado con abolladuras. No hay indicios de que fue un accidente trágico y veo por el rabillo del ojo la patrulla de Mason.

Escucho unos chillidos un poco quejumbrosos y me acerco a la ambulancia, sorprendiéndome con quien me encuentro.

― ¡Estoy bien! No me toquen el brazo, está bien. No voy a necesitar un yeso. ¡Por favor! Pronto va a ser mi cumpleaños, no quiero un bendito yeso ―lloriquea, alejando al paramédico con su brazo bueno.

Señorita Hernández, nos volvemos a encontrar.

No pierde gracia a pesar de estar un tanto lastimada y despeinada, tiene algunos rasguños y cardinales a causa del choque. Se sostiene el brazo contra el pecho y mira a su alrededor con ojos llorosos.

―Buenas noches ―me acerco y ella endereza la espalda, mirándome como si tuviese dos cabezas en vez de una―. Permítame ―le pido al paramédico y este se aleja para darnos privacidad.

―O-Oficial Brown ―habla y la noto nerviosa. De nuevo.

―Señorita ―saludo―. ¿Le duele el brazo?

―No ―dice con convicción―. Es una leve molestia nada más. No hay por qué exagerar.

―Entonces no tendrás problema en extenderlo para darme tu mano, ¿verdad? ―pregunto, extendiendo mi brazo.

Ella mira mi mano por unos segundos y cierra los ojos, suspirando. Cuando los vuelve a abrir los tiene cristalizados.

―No puedo ―se rinde, dejando caer sus hombros―. Nunca me he fracturado, ni me han hospitalizado, ni puesto un yeso. Ni siquiera me han puesto una intravenosa, nada. No quiero, tengo miedo.

Los juegos de la lujuria | Bilogía LJDL #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora