XI

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 La prueba número dos es una agenda encuadernada en imitación cueronegro con una fecha dorada, 1947, en escalier sobre el ángulo superiorizquierdo. Hablo de ese pulcro producto de la Blank Blank Co., Blanqton,Mass., como si realmente estuviera frente a mí. En verdad, fue destruido hacecinco años y lo que ahora examinaremos (por cortesía de una memoriafotográfica) no es sino una breve materialización, un minúsculo fénixinmaturo.

 Recuerdo la cosa con tal exactitud porque en realidad la escribí dos veces.Primero anoté cada etapa con lápiz (entre muchas enmiendas y borrones) enlas hojas de lo que se llama comercialmente «repuesto para máquina deescribir»; después copié todo con abreviaturas obvias, con mi letra máspequeña y satánica, en el librillo negro que acabo de mencionar.

 El 30 de mayo es día de abstinencia por edicto en New Hampshire, pero noen las Carolinas. Ese día, una epidemia de «fiebre intestinal» hizo queRamsdale cerrara sus escuelas durante el verano. El lector puede comprobar elinforme meteorológico en el Ramsdale Journal de 1947. Pocos días después,me mudé a casa de la señora Haze y el diario que me propongo exponer (comoun espía que transmite de memoria el contenido de la nota que se ha tragado)abarca casi todo junio.

 Jueves. Día muy cálido. Desde un punto ventajoso (ventanas del cuarto debaño) vi a Dolores descolgando ropa en la luz tamizada por los manzanos, trasla casa. Salí. Ella llevaba una camisa a cuadros, blue jeans, zapatillas de goma.Cada movimiento que hacía en las salpicaduras de sol punzaba la cuerda mássecreta y sensible de mi cuerpo abyecto. Un rato después se sentó junto a míen el último escalón de la entrada trasera y empezó a recoger guijarros entresus pies —guijarros, Dios mío, y después un vidrio curvo de botella de lecheparecida a una boca regañosa— para arrojarlos contra una lata. Ping. Noacertarás otra vez..., no podrás —qué agonía— otra vez. Ping. Maravillosapiel, oh, maravillosa: suave y tostada, sin el menor defecto. La crema produceacné. El exceso de sustancia oleosa que alimenta los bulbos pilosos de la pielproduce, cuando es excesiva, una irritación que abre paso a infecciones. Perolas nínfulas no tienen acné aunque se atiborren de comida pingüe. Dios mío,qué agonía ese tenue lustre sedoso en sus sienes que se intensifica hasta elbrillante pelo castaño. Y el huesecillo a un lado de su tobillo cubierto depolvo. «¿La hija de McCoo? ¿Ginny McCoo? Oh, es un espanto. Mala. Y coja.Casi se muere de parálisis». Ping. La vírgula brillante de su antebrazo al bajar.Cuando se puso de pie para llevarse la ropa, pude admirar desde lejos losfondillos descoloridos de sus blue jeans recogidos. Más allá del jardín, lablanda señora Haze, completada por una cámara fotográfica, creció como unacuerda de fakir y después de varias alharacas heliotrópicas —ojos tristes haciaarriba, ojos alegres hacia abajo— tuvo el descaro de retratarme mientrasparpadeaba sobre los escalones. Humbert le Bel.

 Viernes. La vi cuando se marchaba a alguna parte con una niña morenallamada Rose. ¿Por qué su modo de andar me excitaba tan abominablemente?Analicémoslo. Una desvaída sugestión de pulgares vueltos hacia adentro. Unaespecie de cimbreante aflojamiento bajo la rodilla, prolongado hasta el fin decada pisada. El espectro de un arrastre. Muy infantil, infinitamente meretricia,Humbert Humbert se siente además infinitamente turbado por el lenguajevulgar de la pequeña, con su voz aguda y agria. Después la oí gritar redomadassandeces a Rose por encima del cerco. Pausa. «Ahora tengo que irme, nena».

 Sábado (principio acaso corregido). Sé que es una locura continuar coneste diario, pero escribirlo me procura un peculiar estremecimiento. Y sólo unaesposa enamorada podría descifrar esta letra microscópica. Permítaseme decircon un sollozo que hoy mi L. tomaba un baño de sol en la llamada «galería»,pero su madre y otra mujer anduvieron incesantemente por los alrededores.Desde luego, podía sentarme en la mecedora y fingir que leía. Preferí noarriesgarme, y me mantuve lejos: temía que ese miedo horrible, insensato,ridículo, lastimoso que me paralizaba pudiera impedir que diera a mi entrée unaire fortuito.

Lolita [original]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora