Al día siguiente, se marcharon a la ciudad para comprar cosas necesariaspara el campamento: toda compra hacía maravillas con Lo. Durante la comidapareció de su habitual humor sarcástico. En seguida de comer, subió a sucuarto para sumergirse en las historietas adquiridas para los días lluviosos delcampamento (las leyó tantas veces que cuando llegó el jueves no las llevóconsigo). También yo me retiré a mi cubil, y escribí cartas. Mi plan eramarcharme a la playa y después, cuando empezaran las clases, reanudar miexistencia en casa de la señora Haze. Porque ya sabía que me era imposiblevivir sin la niña. El miércoles salieron nuevamente de compras; me pidió queatendiera el teléfono si la directora del campamento llamaba durante suausencia. Llamó, y un mes después, o poco más, ambos tuvimos ocasión derecordar nuestra agradable charla. Ese miércoles, Lo comió en su cuarto.Había llorado durante una de las consabidas riñas con su madre y, como yahabía ocurrido en ocasiones anteriores, no quería que yo viera sus ojoshinchados: tenía una piel delicada que después de un llanto prolongado seinflamaba y enrojecía, volviéndose morbosamente seductora. Lamenté muchosu error acerca de mi estética privada, pues ese toque de carmesí boticelliano,ese rosa intenso alrededor de los labios, esas pestañas húmedas y pegoteadasme encantaban. Y desde luego, esos accesos de pudor me privaban de muchasoportunidades de plausible consuelo. Pero esa vez había algo más de lo que yopensaba. Mientras estábamos sentados en la oscuridad de la galería (una ráfagaviolenta había apagado las velas), Haze me reveló con una risa lóbrega, quehabía dicho a Lo que su amado Humbert aprobaba enteramente la idea delcampamento. «Ahora –agregó– ha puesto el grito en el cielo, so pretexto deque usted y yo queremos librarnos de ella. El verdadero motivo es otro: le hedicho que mañana cambiaremos por otros más ordinarios algunos camisonesdemasiado lujosos que me hizo comprarle. ¿Comprende usted? Ella se vecomo una estrella; yo la veo como una chica sana, fuerte y decididamentecomún. Supongo que ésa es la raíz de nuestras dificultades».
El miércoles me las arreglé para ver un instante a solas a Lo: estaba en eldescanso de la escalera, con una camisa vieja y pantalones cortos blancos,manchados de verde, revolviendo cosas en un baúl. Dije algo que pretendía serafable y gracioso, pero se limitó a resoplar sin mirarme. El desesperado,agonizante Humbert la palmeó tímidamente en el coxis, y ella lo golpeó contodas sus fuerzas con uno de los botines del difunto Mr. Haze. «Traidor», dijomientras yo me precipitaba escaleras abajo frotándome el brazo entreostentosos lamentos. Lolita no consintió en comer con Hum y mamá: se lavóla cabeza y se acostó con sus ridículos libros. Y el jueves, la tranquila señoraHaze la llevó al campamento.
Autores más grandes que yo escribieron: «Imagine el lector», etc.Pensándolo bien, puedo dar a esas imaginaciones un puntapié en el trasero.Sabía que me había enamorado de Lolita para siempre; pero también sabía queella no sería siempre Lolita. El uno de enero tendría trece años. Dos años más,y habría dejado de ser una nínfula para convertirse en una «jovencita» ydespués en una «muchacha», ese colmo de horrores. El término «parasiempre» sólo se aplicaba a mi pasión, a la Lolita eterna reflejada en misangre. La otra Lolita cuyas crestas ilíacas aún no llameaban, la Lolita queahora yo podía tocar y oler y oír y ver, la Lolita de la voz estridente y elabundante pelo castaño –mechones y remolinos a los lados, rizos detrás–, laLolita de nuca tensa y cálida y vocabulario vulgar –«fantástico», «super»,«podrido», «fenómeno»–, esa Lolita, mi Lolita, se perdería para siempre parael pobre Catulo. ¿Cómo podía permitirme, pues, no verla durante dos meses deinsomnios estivales? ¡Dos meses robados a los dos años de su vida de nínfula!Me disfrazaría de niña sombría y anticuada –la tosca mademoiselle Humbert–y pondría mi tienda en las cercanías del campamento, esperando que lasrubicundas nínfulas clamaran: «Adoptemos a esa niña de voz ronca» yllevaran a la triste Berte au Gran Pied de tímida sonrisa a su rústica tierra,Berte dormiría con Dolores Haze...
Sueños ociosos y estériles. Dos meses de belleza, dos meses de ternura seperderían para siempre y no podría hacer nada, nada, mais rien.
Pero ese jueves reveló una gota de preciosa miel en su pulpa. Haze debíallevar a Lo al campamento casi de madrugada. Cuando me llegaron losdiversos ruidos de la partida, salté de la cama y me asomé a la ventana. Bajolos álamos, el automóvil ya estaba con el motor en marcha. De pie en la acera,Louise se protegía los ojos con la mano como si la pequeña viajera ya sealejara bajo el fuerte sol matinal. Pero el ademán resultó prematuro.«¡Apúrate!», gritó Haze.
Mi Lolita, que había cerrado la puerta del automóvil y bajaba el vidrio dela ventanilla y saludaba a Louise y los álamos, (a ninguno de los cualesvolvería a ver nunca más), interrumpió el movimiento fatal: miró hacia arribay.... corrió hacia la casa. Haze la llamó furiosa. Un instante después, oí cómomi amor corría escaleras arriba. Mi corazón se ensanchó con tal fuerza quecasi estalló en mi pecho. Me sujeté los pantalones del pijama, abrí la puerta ysimultáneamente Lolita apareció jadeante con su vestido dominguero, y cayóen mis brazos, y la boca inocente de mi adorada palpitante se fundió bajo laferoz presión de unas oscuras mandíbulas masculinas. En seguida la oí –viva,inviolada– bajar las escaleras. El movimiento fatal se reanudó. La piernadorada se introdujo en el automóvil, la puerta se cerró –volvió a cerrarse– yHaze, la conductora sentada al violento volante, se llevó a mi vidamascullando con sus labios color rojo-goma palabras enfurecidas e inaudibles.Mientras tanto, sin que ni ellas ni Louise la vieran, la señorita Vecina, inválida,agitaba la mano débil pero rítmicamente en su galería con enredaderas.
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Lolita [original]
عاطفيةHumbert Humbert, un europeo recién llegado a los Estados Unidos, comienza a sentir algo más que amor paternal por la hija de su nueva esposa, Lolita, una niña vivaz y extrovertida que no se esperaba lo que estaba por pasarle.