Parte 1

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"Susurros en la oscuridad"
Parte 1.

Este de Falkrach, décimo mes del año 1945.

Reconoció que iba a ser terriblemente difícil borrar la sensación de su recuerdo antes que las imágenes de su mente. Con su vista perdida en la alfombra de tonos rojos del suelo trataba de alejar pensamientos y recuerdos de lo ocurrido, como una niña que se tapa con la sábana pensando que la van a proteger. Había visto y vivido muchas cosas desagradables, pero pocas como ese terror más profundo que había sentido. Ese miedo que se convierte en irracional, que te bloquea el cuerpo cuando este solo te pide gritar y huir. Ese miedo al que hasta los adultos temen. Una vez le dijeron que tenerle miedo al propio miedo era sabio, y ahora comprendía porqué. Era sabio temer a aquella sensación de terror y horror.
Creyó escuchar la puerta de la sala cerrarse y sintió unos pasos pasar a su lado. Sus ojos marrones seguían perdido en los intrincados diseños ablianos de la alfombra.

–Bien, Ruta, vas a tener que contármelo todo de nuevo. Haré anotaciones y después te entrevistaras con el Tótem, ¿de acuerdo?
El aliento cálido. Aquellos ojos blancos. Ese escalofrío en la nuca.
–¿Me estás escuchando, Ruta?
El escalofrío en la nuca. El vaho en su rostro. El grito agudo con el eco del bosque.
–¡Eboras! ¡Escucha a tu capitán cuando te habla!
La elfa levantó de golpe la mirada hacia su interlocutor, que había sido un monologuista hasta ese momento.
–Disculpad, capitán.

El capitán Ardyan se frotó los ojos y suspiró. La elfa había regresado hacía escasas horas, magullada y herida, y sin rastro del resto de su Patrulla.
–Bien. Vayamos poco a poco. ¿Quiénes componían tu patrulla?
–Dos Cachorros, Cuatro Rutas, un cabo y cuatro Fauces, capitán. –Respondió Avryale Eboras de corrido, que además había decidido que el marco de la ventana a la derecha del capitán era un punto más interesante para fijar su vista que los ojos verdes penetrantes del Guía.
–¿Cuál era vuestra misión y cuando abandonasteis Foscardigh para llevarla a cabo?
–Encontrar la criatura que atormentaba a la aldea de Donan, situada en el oeste del Cuid Anmacha. Se enviaron tal número de exploradores acompañados de Fauces porque se sospechaba que esa criatura no se encontraba sola y era más peligrosa de lo que los informes indicaban. Abandonamos el cubil el décimo día del décimo mes.
–¿Para cuándo estaba planeado vuestro regreso?
–Para el decimosexto día del décimo mes.
Avryale no sabía decir con exactitud qué día era. La hoja en la que el capitán Ardyan anotaba indicaba que se encontraban en el quinceavo día del décimo mes.
–Bien, describe lo ocurrido, Ruta.
–¿Señor?
–¿Sí?
–¿Puedo ir al grano? –Esta vez la elfa le miró a los ojos.
–Sí.



Atardecía el quinto día del décimo mes y Donan comenzaba a asomar al final del estrecho camino que había vuelto a coger fuerza después de perderse ligeramente en la espesura.
–¿Veis? No ha sido tan difícil. –El cabo Lirian, un Sellyr recién ascendido pero con grandes dotes, lideraba la columna.
–En absoluto, aunque creo que los Cachorros van a estar teniendo pesadillas con el bosque durante la próxima semana. –Dijo con sorna Tarion, uno de los rutas, un mediano de cabello rubio, señalando hacia atrás, donde los Cachorros no se atrevieron a rebatir la broma.
–Todo culpa de Eboras y sus historias de terror... –Apuntó Eva, una muchacha pelirroja de Alban, una compañera Ruta que hacía buenas migas con la elfa.
Avryale se encogió de hombros sonriendo con sorna.
–Van a tener que acostumbrarse a esas cosas si se quedan en Foscardigh. –Dijo, mirando de reojo a los Cachorros.– A los Fauces les gustan mis historias, ¿verdad, chicos?
–En efecto, aunque me gustan más cuando van acompañadas de una buena jarra de vino especiado. –Hake pasó por el lado de Avryale, dándole una palmada en el hombro y sonriéndole con complicidad. Hake era un buen tipo, un hombre del norte de An Soir con bastantes historias que contar.
–Cómo no... –La Balachnore sonrió negando con la cabeza.
La Patrulla se había animado considerablemente al ver a lo lejos su destinación. El Cuid Anmacha era un bosque temible, con la capacidad de apaciguar, encoger y aterrorizar cualquier alma, a la vez que maravillarlas por su belleza e insólitas criaturas y acontecimientos. Era un lugar impredecible, plagado de misterios, y Donan era la única aldea habitada del bosque, por lo que se encontraba a tan solo un par de kilómetros de la linde, aunque ese recorrido podría llevar más de un día en recorrer según la experiencia del viajero; a un explorador del Aed Siad no debería tomarle más de medio día, siendo generosos.
Su llegada al pueblo no fue recibida de una forma especialmente animada. No es que los sorianos fueran gentes entusiastas precisamente, pero las miradas de recelo e incluso temor de algunos aldeanos se clavaron en los exploradores, que entraron en las calles solo acompañados del ruido de sus botas sobre el barro. El otoño era especialmente lluvioso en aquella zona. El cielo gris, la humedad y la ligera bruma hacían de aquel momento una escena para recordar, casi una postal típica de An Soir, decorada por el sonido de los animales de granja y por esa sensación de estar constantemente observado que no se puede percibir en todas partes.
–Tranquilos. –Dijo Avryale a los Cachorros, caminando detrás de ellos.– Os acostumbraréis.
–¿A qué? ¿A la lluvia? –Preguntó Kara, una de los Cachorros, una kaeriana de actitud prepotente.
–No, a ese peso que se te está clavando en la nuca y por lo que evitas mirar al bosque. Te va a acompañar siempre que estés aquí.
Los Cachorros enmudecieron.
Poco antes de llegar al ensanche entre calles que aparentemente sería la plaza del pueblo un hombre joven les salió al paso, acompañado de una niña que le cogía de la mano.
–Gracias por venir, montaraces. –Dijo, esbozando una leve sonrisa de agradecimiento. Sus ropas eran ligeramente mejores que las de algunos campesinos, y su cabello del color de la paja sobresalía por debajo de un sencillo gorro.– Mi padre el regidor os atenderá en el Templo. Como sabéis no tenemos ningún edificio mayor.
–Gracias Bronte; no debéis preocuparos por el lugar, donde podamos hablar con el Regidor será más que apropiado. –Dijo el cabo.
Bronte el Menor les guió una calle más arriba, hasta girar a la izquierda y dar con una pequeña plaza donde se encontraba un humilde templo dedicado cómo no a Dana. Era el último edificio del pueblo, y tras de sí sólo había un pequeño patio justo antes del bosque.
Las formas de adorar a las Diosas eran muy diferentes dependiendo de la cultura. Era común que los humanos requiriesen de lugares cerrados para sus oraciones, y aquel templo de Dana era un buen ejemplo de ello. Era un edificio rectangular construido con madera, usando la piedra para lo estrictamente necesario. Dada la pobreza de la aldea, el lugar era bastante humilde. Su puerta estaba decorada con florituras e imagenes referentes a la diosa, y daba paso a una sala diáfana, en cuyo centro se alzaba un roble que había visto días mejores. Su copa apenas sobresalía por la gran claraboya del techo a través de la que aun caían algunas gotas de lluvia. Allí les recibió Bronte el Viejo, el regidor de Doran, un hombre delgado entrado en años, que avanzaba hacia ellos cogido del brazo de una mujer muy parecida a Bronte el Menor, por lo que seguramente sería su hermana mayor.
–Bien hallados, exploradores. –Toda la Patrulla saludó con respeto. Solo uno de los cuatro Fauces había entrado con ellos, el resto esperaban en la puerta del templo.– Gracias por haber respondido a una de nuestras tantas llamadas.
Habían comenzado a llegar mensajes pidiendo ayuda a Foscardigh sobre una criatura que se comía a las gallinas y destrozaba los pocos campos de cultivo que tenía la aldea. Los mensajes se ignoraron incluso cuando los campesinos hablaban de caballos y vacas muertas. Sólo se empezó a prestar atención a las peticiones de ayuda cuando un niño de la aldea desapareció.
Lirian carraspeó.
–El Cubil Este lamenta el retraso en enviar la ayuda, Regidor. Solucionaremos los problemas que estáis teniendo.
–Han ido a más desde nuestra última misiva. –Anunció la mujer, que parecía contener el enfado.– la semana pasada encontramos el cadáver de Cormac, el ovejero, despedazado en la parte trasera de su granja.
–¿Despedazado? –Preguntó el cabo.
–También a algunas de sus ovejas y a uno de sus dos perros.
Los Rutas se miraron entre sí, extrañados, cavilando y pensando ya en qué clase de criatura podría ser. Uno de los Cachorros contuvo el aire.
–Parece que va a ser divertido. –Susurró Hake, el Fauce que había entrado con ellos.
–Debe ser una criatura nocturna, eso seguro. –El Ruta Kenneth era un entusiasta de las bestias.
–Quizá debas ser el primero en ir a averiguarlo, Kenneth. –Tarion, otro de los cuatro Rutas, respondió también con un susurro.
–Según vuestras informaciones... –Lirian continuó hablando haciendo caso omiso de los susurros a sus espaldas.– La criatura parece seguir un patrón. Los ataques han ocurrido cada quince días aproximadamente, ¿cierto?
–En luna nueva y en luna llena. –Confirmó Bronte el Viejo.
Eghan miró a Avryale. Algo sabían los Balachnore sobre fases lunares, y la elfa entrecerró los ojos pensativa.
–Bien. –El cabo guardó sus anotaciones.– Realizaremos una exploración y comenzaremos con una investigación. ¿Hay algún lugar donde podamos alojarnos?
–Dana os acoge en su hogar. –Dijo la mujer, ofreciéndoles con un gesto el templo.
–Qué bien. –Murmuró Eva.
Sin mediar más palabra Bronte el Viejo salió del templo como había aparecido, del brazo de una de sus hijas, arrastrando los pies, y sosteniendo con su mano libre la capa de lana que caía sobre sus cansados hombros.
La puerta se cerró con un pequeño eco, y durante un instante sólo se escucharon las gotas de lluvia sobre la madera del suelo y algunas de las hojas del roble moverse suavemente.
–Habrá que preparar un refugio. –Loks, el segundo cachorro, un orco de Vaslynia, habló prácticamente por primera vez en todo el día.
–¡Loks! Casi había olvidado como sonaba tu voz. –Bromeó Tarion.
–Venga, dejaos de cháchara. –Avryale avanzó hacia Lirian.– Cabo, lo mejor será que durmamos separados en diferentes puntos del templo.
–Correcto, muy bien, Eboras. Escoged un punto, repartíos. Que haya ojos por todo el templo.

La sala no tendría más de diez metros de largo por unos cinco de ancho. Los tres cachorros se fueron con alguno de los rutas, y estos seis se repartieron por todo el perímetro de la sala, uno en cada esquina, y dos en cada centro de cada recta. Lirian salió para hacer pasar a los tres Fauces y se apostó con ellos en la entrada; Temar era un solio de piel curtida y buen carácter, Eghan, un Balachnore mayor que Avryale que no se separaba de su espada, y Lona, una enana rubia que parecía de mal humor constantemente.
Quedaba muy poco para el anochecer, y una vez sus puestos estuvieran preparados se reunieron en el centro de la sala, al lado del roble, para planificar su noche.
Mientras Avryale y Tarion preparaban una hoguera, se repartieron los turnos de guardia.

–Hoy hay luna llena. –Informó Eva, mirando intuitivamente hacia la gran apertura en el techo, a través de la que sobresalía la copa del árbol y bajaban algunas gotas de la incesante pero suave lluvia.
–Si es cierto lo que los aldeanos dicen, es más que probable que la criatura salga esta noche. No será más que un lobo o un huargo que sabe que en Donan encuentra cena fácil. –Dijo Kenneth encogiéndose de hombros.
–Es bastante probable, puede que incluso sea una manada, si han atacado a un humano y a varias ovejas. En ese caso el pobre perro del pastor no tuvo mucha oportunidad. – Dijo Eva mientras se acercaba a calentarse las manos con las primeras brasas, guiñandole un ojo a Avryale.
Los Fauces parecían no prestar mucha atención a las suposiciones de los exploradores, y estaban más pendientes de las ventanas y las puertas.
–En cualquier caso –Lirian se incorporó.– comenzaremos a patrullar la aldea cuando sea noche cerrada. Antes no aparecerá. Eva, tú irás con Eghan y os llevaréis a Loks, la primera patrulla. Después Kenneth con Lona, Tarion con Temar y Kara, y Avryale con Hake. Continuaremos esa rotación a lo largo de la noche.
Todos los montaraces asintieron y se dispusieron a comer algo y a prepararse para sus patrullas. El silencio en el lugar era absoluto, ni siquiera se escuchaba a los habitantes de Donan, quienes seguramente llevarían mucho tiempo encerrados en sus casas.

Cuando la noche ya era completa, Eva y Eghan salieron con el cachorro orco. La acción era sencilla, recorrer todas las calles de Donan (que no eran demasiadas) y después explorar e inspeccionar las zonas exteriores así como los lindes del bosque. Mientras tanto los otros grupos descansaban y escuchaban atentos, todo en completo silencio.
Cuando de madrugada regresaron Tarion, Temar y Kara, informaron de que les había parecido escuchar unos gruñidos detrás de la granja, dentro del bosque.
–No ha sido gran cosa, podría haber sido un zorro seguramente. A todos los animales les afecta la luna llena. –Informó Tarion.

Los grupos de Ruta con Fauce funcionaban perfectamente, y la patrulla de Avryale fue tranquila, lo único que la elfa pudo detectar fue una extraña sensación, un cosquilleo por la nuca mayor de lo usual. La hoguera se había apagado ya y la rotación de patrullas comenzó de nuevo, aparentemente normal. Sin embargo, Kenneth y Lona tardaron más de lo normal. Justo cuando los exploradores se dieron cuenta de este hecho, mirándose y lanzandose señales con las manos desde cada uno de sus puestos, escucharon, a lo lejos y rompiendo el silencio de la noche el sonido de un chorlito. Todos los Rutas se incorporaron de golpe. Lirian reaccionó rápido y señaló a Avryale y a los Fauces Hake y Eghan para que saliesen al exterior y estos obedecieron al instante. Salieron del templo rápidos pero silenciosos, los dos Fauces siguiendo a la elfa, que corría buscando el origen del sonido. El canto del reclamo de madera que todos los exploradores tenían parecía provenir de la granja. Corrieron hasta allí, haciendo verdaderos milagros por no resbalar en el barro y por ver bien hacia donde se movían en mitad de la noche.
Cuando giraron la esquina para encontrarse con la granja a lo lejos vieron a unos cincuenta metros las figuras de sus compañeros, uno en el suelo, siendo sujetado por el otro, y otra figura frente a ellos. Doblaba el tamaño de un humano grande, se elevaba a dos patas y parecía abalanzarse sobre ellos. Justo en ese instante Hake disparó una flecha a la carrera, una flecha errada pero que pasó lo suficientemente cerca de la criatura como para asustarla, alertandola de su presencia, y huyendo del lugar hacia el bosque.
Cuando alcanzaron a sus compañeros, Kenneth sostenía el cuerpo sin vida de Lona, que había muerto abrazando su propio cuerpo en un esfuerzo inútil de contener sus tripas.
–¿Pero qué coj...? –Murmuró Hake.
–¿Qué era? –Interrumpió Avryale, tratando de no mirar el cadáver de Lona.
Kenneth tardó unos instantes en apartar la vista de la compañera que sostenía en los brazos y miró a Avryale.
–Lona... –Murmuró.
–Sí. Ya lo veo. ¿Qué era, Kenneth? ¿Lo has visto? ¿A dónde ha ido?
–¡Lona ha muerto! –Gritó el muchacho, justo cuando Eghan se agachaba a coger el cadáver de la enana.
–Y si no nos dices qué ha pasado puede que muera más gente, Kenneth. Así que metete un dedo por el culo para dejar de cagarte y dime qué era lo que has visto.
No, Avryale no tenía paciencia para estas cosas. No era una joven muchacha que acababa de salir de casa para criarse en el Aed Siad. Ella ya se había criado mucho antes de lucir la rosa de los vientos en el brazo izquierdo. Se agachó y agarró al muchacho de cabello del color de la paja de los hombros y lo puso en pie con fuerza mirándole a los ojos. Justo en el momento en que Kenneth abrió la boca para contar lo ocurrido un gruñido agudo, ligeramente similar al de un pájaro, sonó a sus espaldas, en el bosque. Los cuatro allí presentes se miraron fugazmente y corrieron a esconderse entre las casas. El cadáver de Lona quedó en el suelo, entre el barro, empapada por la lluvia.
Hake apoyaba su espalda contra la pared de la granja, a su lado Kenneth cerraba los ojos fuertemente. El Fauce se asomó por la esquina despacio, para ver si veía algo, pero tan solo vio a Avryale y a Eghan, agazapados tras un pequeño muro delante de él. La elfa le negó con la cabeza y mediante signos convinieron regresar al templo rápidamente.



Entraron al templo de Dana a trompicones, provocando un buen susto en el resto de sus compañeros.
–¿Qué ha ocurrido? –Dijo Lirian acercándose rápidamente a ellos.– ¿Y Lona?
Eghan negó con la cabeza y todos se silenciaron.
–Estaba destrozada. –Dijo Kenneth.– Tenía garras y salió de la oscuridad, apenas tuve tiempo de reaccionar y erré el disparo. Creo que... creo que su cabeza era una calavera.
Todos se miraron entre sí.
–¿Una calavera animal? –Preguntó Eva.
–Desde luego no era humana.
Avryale frunció el ceño. Sólo recordaba una única criatura con cabeza de calavera animal.
–Regresad a vuestros puestos. –Ordenó el cabo.– En silencio. Eghan, Hake, hacer guardia en el porche exterior, os revelaremos en un rato.

La noche continuó transcurriendo con aparente normalidad. No volvió a escucharse ningún sonido extraño, aunque seguramente ninguno de los exploradores llegó a dormir. Avryale perdía su mirada entre las brasas que quedaban de la hoguera y el techo, alternando la vista entre cabezada y cabezada. Cuando la noche era más cerrada y oscura notó que había conseguido conciliar algo de sueño, y se esforzó en no abrir los ojos para aprovechar al máximo, pues no sabía cuando uno de sus compañeros la despertaría para que relevase la guardia. Sin embargo lo que la despertó no fue un toque en el hombro o la llamada de su nombre, si no una pequeña brisa caliente en su frente y una extraña sensación en la nuca.
Comenzó a abrir los ojos despacio, y acabo de abrirlos de golpe con un respingo. Contuvo la respiración, abrió los ojos castaños todo lo que pudo, paralizada. Frente a ella, a penas a un palmo de su rostro, unos ojos completamente blancos le atravesaban sobresaliendo de las cuencas de una calavera de cérvido que aun conservaba todos los dientes. El resto del cuerpo era un bulto negro, pero de sus fauces salía con una respiración forzada el aliento cálido que la había despertado formando nubes de vaho delante de ella.
Nunca llegó a saber cuánto tiempo estuvo paralizada bajo esa mirada, sin mover ni un sólo músculo, presa del pánico más absoluto. Toda la sala se enfrió de golpe, no escuchó ni un aviso, ni una sola respiración de ninguno de sus compañeros. La criatura se incorporó despacio, crujiendo con un extraño sonido a cada movimiento espasmódico y abandonando a Avryale en su lugar desapareció entre las sombras. La elfa no supo si se había marchado, pero giró despacio la cabeza en busca de sus compañeros. Nadie se movía, pero hasta un idiota habría reconocido que de los seis que estaban allí dentro, tres eran ya cadáveres destrozados cuya sangre brillaba en la oscuridad con el reflejo de las brasas.

FIN PARTE 1

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