Parte 3

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PARTE 3

Abril del año 2110, Donan, bosque de Cuid Anmacha.

No es que pareciera una aldea fantasma, es que lo era. De las pocas casas que componían Donan sólo quedaban en pie, decentes y en uso, menos de diez. El pavimento y los muros llevaban años descuidados, así como toda la naturaleza. Lo único que trataba de mantenerse a raya era el bosque. Los escasísimos habitantes bien se preocupaban de que no acabase devorando la aldea, por su propio bien.

Atardecía y los rayos dorados, repletos de partículas y polen flotante, rebotaban contra el verde de las hayas y helechos y daban un ambiente realmente hermoso a ese lugar maltrecho. Cualquiera se habría preguntado qué demonios hacía ella allí, pero después de cientos de años dedicándose a vagabundear, Avryale no se preguntaba la razón de porqué sus pasos la habían llevado a algún lugar en concreto. De hecho, esa particularidad era una de las que la hacían gozar de cierta fama. Comenzaba a caminar, una intuición surgía en su mente, y sus pies se ponían en marcha. No importaba si jamás había estado en ese punto concreto, o si lo había visitado decenas de veces, cómo era el caso. Ella llegaba y caminaba, observaba, daba vueltas. No importaba si permanecía en el lugar una semana, dos días, cinco horas o diez minutos. Solo se marchaba cuando sentía que no tenía nada más que hacer allí. Y Donan la llamaba una vez al año.

Caminaba despacio por las calles de piedra gris destrozada, tarareando de forma muy queda una vieja cancioncilla en élfico, a veces silbada, a veces murmurada, a trozos incluso verbalizada.

–So weep not for me my friend, when my time below does end... –murmuró, siguiendo con un silbido. Ya había detectado a dónde la llevaban sus pasos.

Una vaca mugió a lo lejos y escuchó la voz de una mujer hablar con alguien. Al fin y al cabo sí había gente en la aldea. Se detuvo ante una casa en concreto y se cruzó de brazos, rozando con los dedos su insignia de Viento. Paredes de piedra y techo de madera, con un adherido en la parte trasera, completamente de madera podrida y mohosa. Sonrió de medio lado al recordar ese gallinero; miró al cielo y después al bosque. Después cerró la mano dejando estirados solo los dedos índice y corazón, con los que se tocó el pecho y después señaló al suelo muy despacio. El gesto de bendición de los seguidores de Dana.

–It don't matter where you bury me, I'll be home and I'll be free. –Recitó, sin cantar.

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Abril de 1947, Donan, bosque de Cuid Anmacha.

Antes de partir esa mañana la hija de Bronte el Viejo les había cedido la abandonada casa del gallinero para descansar, a falta del templo de Dana. El gallinero seguía usándose, pero ya no vivía nadie allí. Avryale, Hake, Eghan y Temar entraron a trompicones y ni siquiera se esforzaron en encontrar alguna habitación. Se dejaron caer en la sala principal, en el suelo.

–Yo haré la primera guardia. –Dijo Avryale. Hake asintió.

–Avisame para relevarte.

Ambos sabían que nadie iba a pegar ojo esa noche. La elfa cogió una silla y la puso al lado de la ventana desde la que podía ver la zona del bosque desde la que habían venido. El bosque le devolvía la mirada, y no solo eso, ella se mantenía tensa, atenta, como quien espera contando los segundos después de ver un relámpago en el cielo. Esperaba escuchar, de un momento a otro, ese alarido afónico que se notaba salido de las entrañas del wendigo. De pronto un relámpago apareció en el cielo. La Ruta cerró los ojos y contó hasta veintiuno. El trueno sonó como un golpe y después un desgarro, y cuando el eco del fenómeno comenzaba desvanecerse, allí apareció en el aire. El grito del wendigo. Avryale no abrió los ojos hasta que cesó y respiró profundo.

Susurros en la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora