La mano cortada.

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Decir que soy escritor es, como poco, una fruslería... Escribo, sí, he ganado dinero con mis libros, ¡también! pero no he sido honrado y mucho menos, he logrado enriquecerme con mi pasión. Confieso que, desde niño, he adoptado la escritura como una forma de escape cuando la realidad se tornaba demasiado dolorosa como para soportarla, con los años, fue una ambición. Sólo triunfé con una obra que tuvo un éxito respetable, se titulaba «Horror Vacui» si bien es cierto que la época dorada de esta novela pasó, dudo mucho que haya quedado en el recuerdo del lector. Ni siquiera creo que, quien encuentre este escrito, vaya a creer lo que en él relato...¡Pero juro por Dios y toda su corte celestial que lo que contaré es cierto! Es cierto porque la culpabilidad me ahoga; siento cómo aprieta la soga alrededor de mi cuello y me impide respirar como antaño.

Soy viejo ya y estoy arruinado, aunque vivo en mi viejo caserón, el cual, pude mantener gracias a lo que quedaba de los ahorros que me procuró la novela anteriormente mencionada. El alcohol es lo único que me motiva a no quitarme la vida, al menos, hasta aquel día...¡Un día que maldije hace tiempo por haberme robado la poca razón que me quedaba! ¡me hizo rememorar un crimen atroz!

¡Soy culpable, lo confieso! ¡yo maté a la muchacha! P-pero...pero no fue conscientemente... Aquella noche había ido a un fumadero de opio cerca de Whitechapel, estaba frustrado porque hacía meses que no conseguía terminar «Horror Vacui» y mi editor, como una mísera hiena hambrienta, se presentaba día tras día en mi puerta, hambriento por nuevos capítulos, amenazándome con la fecha en que vencía el plazo, con que no me pagaría los días que tardase. ¡Era incapaz de ponerme a escribir! Aquella noche tenía la razón embotada por el opio, los sentidos adormecidos y la moral enterrada con el humo anestésico de las pipas de agua. Cuando salí, mi situación no pareció mejorar... Y tampoco lo hizo cuando una prostituta, me rechazó por ofrecerle una suma ridícula por sus servicios y me despachó con toscas palabras.

Me enfurecí como una bestia a la que encarcelan contra su voluntad, notaba cómo la vergüenza ardía en mis mejillas y, entonces, cuando la veía alejarse con su falda raída ondear al ritmo de sus sugerentes movimientos de caderas, pensé:

«Podría matar a esa puta...No servirá para mucho más que para hacer un ejercicio de inspiración. ¡Eso es! si la mato... Podré acariciar la esencia del asesinato »

Gracias al opio, la idea se me antojaba apetecible, cosa que mi ira avivó como la leña seca que se echa al fuego.

Tal es así que me giré, me quité la corbata y corrí tras ella. Cuando le rodeé el cuello con ella, la mujer, sorprendida y horrorizara, intentó defenderse, aunque estando yo detrás, apenas llegó a despeinarme y darme un par de manotazos. Poco tiempo después, cayó al suelo, estando yo jadeando por el esfuerzo... No me horrorizó en lo absoluto, sino que me fascinó...

Le tiré los diez chelines que le ofrecí por el servicio y, como una terrible venganza, ultrajé su memoria; le robé la alianza de plata sucia que tenía en su anular, aún cuando el cuerpo estaba tibio.

Me fui de allí, relamiéndome los labios por puro placer.

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La policía encontró el cuerpo, por supuesto, aunque no al asesino... Los crímenes en Whitechapel son el pan de cada día en los barrios bajos y, si una prostituta muere, se achaca a los proxenetas, a ajuste de cuentas o a la tarea de los sicarios. Yo, sin embargo, me sentía tan vivo... Tan increíblemente satisfecho que, justo a la mañana siguiente, me puse a escribir como si mi existencia por entero dependiera de ello.

Rememorar el asesinato fue, para mis sentidos y mi inspiración, lo mejor que habría podido hacer en mi carrera como escritor...¡Sí, es horrible! ¡sí, puede que me tomen por loco! ¿pero qué podía hacer? Era la única salida...¡No temo a los juicios que pueda provocar la lectura de estas páginas, no me arrepiento y, no me cabe duda, de que cualquiera en mi lugar habría hecho lo mismo...¡Estaba desesperado!

Pues bien, terminé mi novela, “Horror Vacui” fue un tremendo éxito, jamás había visto tanto dinero sobre el papel cuando el jefe administrativo de la editorial me extendió el cheque. Eran varios miles de libras, no recuerdo cuanto exactamente. ¡Estaba maravillado!. Viví cómodamente unos años, sin embargo, para cuando quise publicar otra, fue un fracaso rotundo y contundente... Me di a la bebida, me encerré en mi caserón y ni siquiera atendía a mis pocos amigos... Los perdí, lo perdí todo.

Creo recordar que también perdí el anillo de la prostituta, ni siquiera reparé en ello con los años: al principio, lo llevaba en el bolsillo de mi reloj todo el tiempo, luego no fui tan cuidadoso y me dio importó bien poco dejarlo en un rincón, hasta que, una terrible madrugada, escuché algo... Unos toquecitos perezosos y tenues que provenían de la cocina.

Toc...
Toc, toc...
Toc, toc, toc...

La persistencia de aquel sonido me hizo bajar, al principio, con cierto temor, pero luego saboreando la acritud de la ira debido a aquel sonido extraño e iracundo, como si quisiera tirar la puerta de la alacena abajo.

La alacena...

¡¿Cómo es posible que provengan del interior de la alacena?!

–¡Muéstrate! –Le grité con rabia febril, mientras abría las puertas, obedeciendo al deseo en un absceso de rabia que estaba por detonar mi corazón.

Toc, toc...

No podía creerlo...¡Nadie daría un chelín por mi cuando escriba lo que allí vi!.

La hórrida visión de una mano cortada, removiéndose como un gusano infecto en el cajón de sal donde se conserva la carne. Estaba como recién amputada, algo pálida pero sin tener la piel ligeramente amarilleada por la salazón... Como si estuviera ahí, colocada con exquisita morbosidad para mi. Como un regalo.

Toc, toc...

¡Basta, basta! ¡esto no puede estar pasando! Se mueve...repta... Como una serpiente pérfida que porta pavor y locura, queriendo emponzoñar mi razón con sus colmillos de irrealidad...¡Pues es imposible que aquello estuviera pasado!

Y en su dedo anular, el anillo...

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⏰ Última actualización: Apr 03, 2020 ⏰

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