T R E S

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Aturdido.

Sentía su cabeza dar vueltas, más vueltas que las que dio Katsuki al intentar atrapar a su crío en la fiesta.

Una pesadez enorme que cubría se mente, que dicho de paso, estaba algo nublada y borroza como su visión.

Entre abrió sus ojos. La resolana dio directamente en sus ojos bicolores, irritado se levantó con lentitud.

Analizó el área donde se encontraba.

Era seca, una zona árida sin duda. La tierra era como arena, estaba dura y seca, signos de deshidratación.

¿Dónde estaba?

Shinso le había dicho claramente que le había dado un día, un día libre literalmente. Pero, ¿estaba bien?, el lugar no le era conocido en absoluto.

Confundido, continuó caminando, a lo lejos notó unos árboles enormes. Un bosque.

Shouto estaba acostumbrado a estar en bosques. Había estado ahí desde temprana edad, así que sería divertido volver. Poco a poco sus cortos pasos se volvieron rápidos y apresurados, éstos se volvieron zancadas hasta finalmente terminar corriendo.

La sonrisa zurcaba su rostro con alegría. Sentía el viento chocar contra su rostro, había dejado de ser aire caliente para volverse un aire fresco. Corría sin parar.

Corría libre.

Sin ataduras, como lo fue una vez. Un chico libre, libre de un reino y de responsabilidades como anhelaba volver a ser una vez más.

El bosque era enorme. Era profundo y misterioso sin dejar de ser húmedo y fresco. Podía oír a la perfección el sonido emitido por las criaturas que ahí habitaban, pequeñas aves que estaban en sus nidos, pequeñas ardillas que saltaban de rama en rama  e incluso mariposas hermosas y lindos insectos que volaban entre las hojas y flores del lugar.

Siguió su rumbo sin dejar de apreciar la belleza del bosque en donde caminaba. Acariciaba con delicadeza cada flor que se encontraba en el camino, cada planta que estuviese cerca, incluso unos pequeños conejos que salían de sus madrigueras.

Sentía paz.

Se recostó en el pasto verde. Era tan suave y fresco. Solo dejó salir un suspiro de alivio acompañado de una sonrisa pura.

Giró a un costado enfocando su vista a una planta cercana. Era una hermosa flor, pero era curioso ya que era una rosa, tan roja como el cabello de su amigo el dragón.

Con melancolía la tomó entre sus manos para admirar de cerca. Inmediatamente pensó en su pecoso, recordó que el primer día que conoció a Izuku, le había obsequiado una de esas a lo que él le mencionó que eran sus favoritas.

—Izu... —susurró con la voz apagada. Sin dejar de mirar la bella flor. Estaba feliz de ser libre como en los viejos tiempos pero, no podía dejar de lado a Izuku.

La curiosidad atacó sus pensamientos como el gato al canario. Se levantó del lugar con decisión y tomó la flor consigo para guardarla en su bolsillo.

Tal vez Izuku a estas alturas estuviera en su castillo. Quizá estuviese en Yuei o en Mitgh. No pensaba pasar por Endeavour, nah, eso sería después.

Pasó por el bosque ojeando cada parte de él, esperando llegar al reino indicado.

Pero notó algo más. Un cartel, un dibujo en uno de los árboles.

—¿Izuku? —articuló con confusión. La imagen, el dibujo, no era nadie más que el amor de su vida. Aquel afiche mostraba el rostro del pecoso, pedía recompensa por su captura, incluso lo llamaban redentor. ¿Porque?

Happily Ever After.... Again.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora