VIII. Eres un grave problema

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Tenía que admitirlo. Quitando y olvidando el terrible hecho de que Inosuke había sido agredido en el instituto por un aparente idiota, estaba contento. Nunca creyó que el simple hecho de llevarlo a su casa le hiciera tan feliz. Cuando invitó a Zenitsu por primera vez no fue así ni de cerca, y a Kanao todavía no la había invitado. Aunque con ella era de otra manera, tenía otro significado diferente presentarle su hogar... Un paso que todavía no estaba preparado para dar ni por asomo, eran solo tres meses lo que llevaban, muy poco para él. No le importaba que el otro chico se mantuviera en silencio. Lo respetaba. Él, en cambio, le hablaba con calma, dándole descansos de tener que escucharle todo el tiempo. Completamente distinto a la manera que tenía el rubio de cotorrear. Más suave, más relajado, más ameno. Y eso, el más bajo lo agradecía. Prefería mil veces una conversación tranquila con un medio amigo que una alocada y ruidosa. Disfrutaba su tono de voz, aunque no le hacia reír como Zenitsu. De hecho, directamente nada de lo que decía se le hacía lo suficientemente gracioso. Y cuando algo se suponía que lo era, le sonreía, soltando un leve bufido ligero para no ser grosero con él. No era que pensara que Tanjirou era aburrido, solo era un poco más... Ah, no sabía si existía la palabra correcta para describirlo. Y si la había, no la recordaba. Pero había algo en él. Algo que lo mantenía muy atento a todo lo que decía, algo que con el rubio no hubo, puesto que con este desvió su atención varias veces. Tal vez fuera aquella manera interesante de contar las cosas, de hablar sin prisa. Pasaron todo el viaje en tren de aquella manera. Hasta que llegó un momento en el que él mismo se metió en la conversación solitaria sin darse cuenta. Para cuando se coscó de ello, ya habían llegado frente a la casa, y no supo cómo demonios había mantenido una charla durante tanto tiempo sin trabarse, sin hacer pausas para pensar. Fluida y natural. La primera vez que conseguía aquel logro en toda su vida con alguien que no era su madre o padre. Reconocía haberse sentido tan cómodo... A lo mejor fue eso, la comodidad, la ausencia de nervios. E igual de cómodo parecía aquel hogar, similar al suyo, de un estilo parecido a la casa de Zenitsu. La suya era totalmente rústica, casi todo de madera tratada, tal y como debía ser una casa perteneciente a una aldea. Era curioso. Su padre ganaba lo suficiente para tener una enorme, con algún que otro lujo, pero la actual era tan acogedora que nunca se planteó la idea de obtener una. Tal vez no fuera tan moderna, pero era fresca, bonita y pegaba a la montaña, al aire puro del bosque con su aroma a frutos y vegetación. Tanjirou introdujo las llaves en la cerradura y comenzó a desbloquearla.

-Mi madre ha salido a comprar al centro. Pero Nezuko está estudiando ahora. -lo sabía porque a mitad de camino había recibido un mensaje. No necesitaba decirle a Inosuke que no fuera ruidoso, ya de por sí no lo era.

-¿Cuál de las tres Nezuko que he visto? ¿La adolescente, la niña o la que parece un bebé grande? -su pregunta iba en serio, pero hizo reír al pelirrojo justo cuando abrió la puerta.

-La adolescente. -las otras dos eran actrices diferentes de dichas edades. -Además... ¿cómo va a estudiar una niña sola? ¿O un bebé? Esos no estudian. -acababa de provocar que el más bajo se muriera de la vergüenza, causándole un tsunami de altas temperaturas que quemó por completo su rostro.

-Es verdad... -lo admitió, eso había sido muy estúpido de su parte.

La distribución y la decoración eran distintas, lo segundo más tradicional, pero por el resto de cosas era exactamente igual al aire del hogar del rubio. Tardó poco en mostrárselo todo, exceptuando la habitación cerrada de su hermana donde ella estaba metida. Eso sí, le avisó del invitado a través de la puerta. Aunque Inosuke fuera gay, no era correcto si ella andaba con poca ropa por ahí. Había que mantener la imagen y el respeto, según él. Al menos, delante de alguien que no era amigo. Lo llevó hasta su habitación, ligeramente menos ordenada que la de Zenitsu, con paredes un poco más oscuras, pero no por ello menos luminosas. Una cama individual, un escritorio con un portátil viejo y algunos apuntes aquí y allá, al lado del armario, y una silla de ordenador con ropa doblada. Era bonita, mostraba la naturaleza del adolescente promedio de Japón. No como la suya, que volvía loca a su madre por lo desastrosa que estaba... Aunque fuera un muchacho educado y de buen ver para los demás, dentro de su cuarto propio era un caso perdido.

Detrás de la luzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora