II

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Patrick también almorzó. Luego se tumbó en un sofá. Pero como todos los días, en el preciso momento en que iba a agarrarle el sueño, su sirviente estrelló con estrépito un vaso contra el suelo en la habitación. Patrick se incorporó sobresaltado y echó mano al cuaderno de Lohmann, ruborizándose de nuevo, como si leyera por primera vez las desvergüenzas escritas en él. El cuaderno se abría ya solo por la página que integraba el Homenaje a la Soberana Artista Vera Farmiga. A este título seguían unas cuantas líneas tarjadas; después, un espacio en blanco y luego...
Nada hay ya en ti de tu pureza extinta. Pero eres una artista soberana; y si te ves alguna vez encinta…
Lohmann no había tenido tiempo de hallar el consonante que faltaba. Pero la posibilidad expresada en el tercer verso decía ya muchas cosas. Dejaba sospechar que el autor participaba personalmente en ella. Quizá la misión del cuarto verso hubiera sido confirmarlo así claramente. Para descubrir aquel cuarto verso que faltaba, hizo Patrick esfuerzos tan desesperados como sus alumnos para averiguar la tercera plegaria del Delfín. Lohmann parecía burlarse con él de Patrick, y éste luchaba con Lohmann, cada vez más alterado, sintiendo la imperiosa necesidad de mostrarle que, en definitiva, era él el más fuerte. ¡Ya lo arreglaría él!
Proyectos aún confusos de actos futuros hervían en el ánimo de Patrick. No le dejaban estarse quieto. Tuvo que tomar su chaqueta, raída y vieja, y echarse a la calle. La lluvia caía fría y menuda. Con las manos a la espalda, la cabeza caída y una sonrisa venenosa en las comisuras de los labios, avanzó sorteando los charcos de la humilde calle del suburbio. Sólo un carro cargado de carbón y un par de chiquillos se cruzaron en su camino. En la puerta de la tienda de comestibles de la esquina colgaba el
cartel del Teatro Municipal:

Guillermo Tell.

Asaltado por una repentina idea, Patrick se detuvo a leerlo…
No; ninguna Vera Farmiga constaba en el reparto. De todos modos, quizá perteneciese a la compañía. Vogue, el almacenero de comestibles, lo sabría seguramente. Fue a entrar en el
establecimiento; pero, cuando ya empujaba la puerta, se arrepintió, alejándose a grandes trancos.

¡Preguntar por una cómica en su propia calle! Había que evitar las murmuraciones de aquella gente tan poco versada en Humanidades. Si quería desenmascarar a Lohmann, tenía que proceder con habilidad y disimulo… Tomó por la avenida que conducía al centro de la ciudad.
Si lo conseguía, Lohmann arrastraría en su caída a John Watson y a Jack. Hasta lograrlo se abstendría de dar cuenta al director de que se había atrevido a llamarle por su apodo. Ya se demostraría luego que los que así lo hacían eran también capaces de muchas otras perversiones.
Patrick lo sabía; lo había experimentado en su propio hijo, retoño único de sus relaciones con una viuda que de muchacho le había procurado los medios económicos necesarios para proseguir sus estudios, a cambio de lo cual la hizo su mujer en cuanto obtuvo un puesto en el profesorado. Seca y malhumorada, murió pronto. El hijo de Patrick tenía un aspecto tan poco atractivo como su madre, y además era flaquisimo. Sin embargo, siendo estudiante, solía exhibirse por las calles de la ciudad en compañía de mujeres equívocadas. Y si por un lado gastaba con tales amistades más de lo que podía, por otro había reprobado cuatro veces el examen de estudios superiores. Simple bachiller, no podía pasar de ser un mísero empleado, y un abismo humillante le separaba para siempre de aquellos que habían conquistado un título universitario. Patrick, que le había cerrado resueltamente las puertas de su casa, comprendía muy bien todo lo sucedido, e incluso lo había previsto desde el día en que oyó a su propio hijo designarle por el sobrenombre en una conversación con sus camaradas.
Análogo destino deseaba a Jack, John Watson y Lohmann, sobre todo a este último, al que parecía amenazar más peligrosamente por obra y gracia de Vera Farmiga. Patrick tenía prisa por
vengarse de Lohmann. Los otros dos casi desaparecían al lado de este individuo con su helada indiferencia y su expresión de curiosidad compasiva cuando el profesor se encolerizaba. ¿Qué clase de alumno era en definitiva aquel Lohmann? Patrick pensaba en él con odio. Bajo el arco de la puerta de la ciudad se detuvo de pronto, y exclamó en voz alta:

PROMETÍ OLVIDARTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora