El mejor de la clase y otros dos o tres, Lohmann entre ellos, estaban incluso seguros de no haberla leído. El Delfín sólo se hacía repetir por la profetisa dos de sus plegarias nocturnas. Ello le bastaba para ver en Juana una enviada de Dios. De la tercera no se decía nada en aquella escena. Luego,
constaba, sin duda, en algún otro lugar de la obra, se infería indirectamente del contexto o se cumplía en alguna forma, sin que a punto fijo se supiera cómo ni dónde. El mismo número uno se confesaba
que podía haber algún detalle que le hubiese pasado inadvertido. De todos modos, había que decir algo sobre aquella tercera plegaria y hasta sobre una cuarta o una quinta, si Basura lo hubiera exigido.
Una larga práctica de los ejercicios de composición les había enseñado ya a llenar un cierto número de páginas con frases más o menos vacías sobre cosas de cuya existencia real no estaban nada convencidos, tales como el deber, los beneficios de la enseñanza o el honor de servir con las armas a la patria. El asunto les tenía perfectamente sin cuidado, pero escribían sobre él. La obra de que
procedía les era ya odiosa a fuerza de haber servido de base meses y más meses para que el profesor les pusiese «algo raro», pero escribían con empeño.
La Doncella de Orleáns venía siendo estudiada por la clase desde nueve meses atrás. Los que habían perdido el curso la conocían ya del anterior. La habían leído del principio al fin y del fin al principio; se habían aprendido de memoria escenas enteras; la habían analizado desde el punto de vista histórico, el poético y el gramatical; habían puesto en prosa sus versos y transformado de nuevo en verso esta prosa. Para todos aquellos que al principio habían sentido la dulzura y el esplendor de la creación poética, ésta había perdido ya todo interés. En el sonsonete, diariamente repetido, no se percibía ya melodía alguna. Nadie oía ya la pura voz adolescente en la que se levantan severas y espectrales las espadas, ninguna coraza cubre ya el corazón, y se extienden ampliamente desplegadas alas de ángel, luminosas y crueles. Aquéllos que más tarde hubiesen vibrado ante la inocencia inefable de la virgen guerrera, hubiesen amado en ella el triunfo de la debilidad y hubiesen llorado al ver convertirse a la invencible amazona, abandonada por el cielo, en una inerme muchachita enamorada, habrán de tardar ya mucho tiempo en poder experimentar tales sensaciones. Acaso necesitarían veinte años para que Juana pudiese volver a ser para ellos algo más que una pedante
acartonada y polvorienta.
Las plumas corrían sobre el papel. El profesor Patrick se solazaba mirando por encima del hombro de sus alumnos lo que éstos iban escribiendo. Para él era un buen día aquel en que lograba atrapar a alguno, sobre todo si se trataba de alguno que le había gritado su apodo. Aquel día hacía bueno todo un año. Desgraciadamente, llevaba ya dos cursos en los que no le había sido posible pescar a ninguno de sus astutos ofensores. Habían sido dos años malos. Un año era bueno o malo, según que durante él hubiera atrapado a alguno o no le hubiese sido posible probar su delito.
Patrick, que se sabía odiado y burlado por los alumnos, los consideraba, a su vez, como enemigos hereditarios, a los que había que tratar de hacer reprobar el curso. Habiendo pasado toda su vida en colegios e institutos, le era imposible considerar a los muchachos y juzgar sus actos desde el punto de vista, más alejado, del hombre objetivo y experimentado. Los veía tan de cerca como si fuera uno de ellos, inesperadamente investido de poder sobre los demás y elevado a una cátedra. Hablaba y
pensaba en su idioma y empleaba su argot. Lanzaba sus discursos en el mismo estilo que ellos hubieran empleado en igual caso; esto es, en períodos latinizantes sembrados de «así pues», «en realidad de verdad» y otras muletas inútiles, restos de su clase de lectura y traducción de Homero en los cursos superiores; pues, naturalmente, lo que importaba en tales clases era traducir el estilo exacto y minucioso de los griegos en la forma más torpe y pesada posible. Como sus miembros habían perdido ya toda flexibilidad, exigía que los alumnos se moviesen también con lentitud. No comprendía la necesidad juvenil de agitarse continuamente, hacer ruido, repartir codazos y
empujones, atormentar, imaginar travesuras tontas y desahogar en actos gratuitos el valor superfluor
y la energía sin empleo. Cuando castigaba, no lo hacía con la serena superioridad del que piensa:
"Son ustedes unos malcriados, como corresponde a su edad, y es necesario imponerles un poco de disciplina», sino que castigaba de verdad, apretando los dientes. Todo lo que sucedía en el Instituto tenía para Patrick la gravedad y la realidad de la vida. La flojera equivalía a la relajación del ciudadano inútil; la falta de atención y la risa constituían una resistencia contra el poder del Estado; un garbanzo de pega era el cañonazo inicial de una revolución; una tentativa de engaño deshonraba para toda la vida. Cuando enviaba a alguien al calabozo, se sentía como un dictador que hubiese deportado nuevamente a un grupo de revolucionarios a las colonias
penitenciarias, y se diese cuenta, al mismo tiempo con orgullo y miedo, de su poder y de la oculta labor que iba ahogandolo. Jamás olvidaba a quienes había debido encerrar en el calabozo alguna vez, o que habían incurrido de algún modo en falta contra él. Como llevaba veinticinco años profesando en aquel mismo Instituto, la ciudad y sus contornos estaban llenos de antiguos alumnos suyos. De aquellos a quienes había atrapado in fraganti y de aquellos a los que no había podido probar nada. Y todos ellos seguían llamándole aún por el sobrenombre. El Instituto no terminaba para él de puertas afuera; se prolongaba a la ciudad entera y a innumerables habitantes de todas las edades. Por todas panes surgían a su paso alumnos disipados y perversos que no se habían sabido la lección y le habían hostilizado. No era nada raro que un alumno nuevo, que había oído hablar de Patrick, el profesor basura, a alguno de sus familiares, como de un divertido recuerdo juvenil, se viese sorprendido, a la primera respuesta
equivocada
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PROMETÍ OLVIDARTE
Mistério / SuspensePatrick es un profesor de secundaria solitario, tirano e inflexible. Este hombre, movido por el deber, desprecia la modernidad y como llevan la vida los jovenes. Se dedica a educar y torturar a sus alumnos a quienes considera un reflejo de una socie...