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El viento nos daba de lleno en el rostro, mientras que la luna adornaba con su brillo nuestros prófugos pasos.
Una canción de fondo armonizaba nuestros pensamientos, y mi mirada se dirigía con parsimonia hacia la maleza sucia que crecía al filo del camino.Tu mirada se mantenía al frente: impávida, vigilante.
La bóveda celeste teñida de negro y las pocas estrellas que habían en ese momento nos sirvieron de testigos.
Las palabras se perdieron entre los brazos de los minutos que pasaban, que se iban lentamente del reloj. El vaho que creó nuestra respiración comenzó a opacar tenuemente los vidrios del automóvil, pero no nos importaba en lo absoluto. Nunca nos importó.
El auto corría por la vieja autopista y tu rostro comenzó a coronarse de orquídeas.
Orquídeas blancas, de tersos pétalos y dulce aroma. Cada una brillaba con luz propia, y me mostraba algo más allá de lo banal, de lo superfluo.
Una a una las hojas comenzaron a desprenderse de tu corona, mientras que a mí me brotaban espinas en el dorso y en las palmas de las manos.
Se enredaron por mis dedos, las yemas y trazaron cada una de mis huellas dactilares; se encajaron en cada vena que recorrían mis manos, riachuelos rojos de vida y humanidad.
Algo tan complejo y sutil estaba creándose aquella noche, pero no nos dimos cuenta.
Estábamos demasiado asustados como para realmente saberlo. La luna sólo nos miraba expectante a alguna palabra, algún pensamiento, a algo.
Pero no dijimos nada.Tus labios se transformaron en delicadas piezas de arte perfumadas. Mi corazón fue besado por tal magnum opus, mientras el perfume comenzaba a asfixiarme dolorosa y exquisitamente.
Esas espinas que tenía en mi corazón
se enzarzaron en lo más profundo de tu ser.Gritos, sollozos, suspiros y jadeos.
Una batalla campal entre nuestros cuerpos para ver quién moriría primero.
Una batalla extrema, imposible, por ver quién caía primero al suelo. Gritos, sollozos, suspiros y jadeos: no decimos nada, pero sentimos todo.El auto comenzó a ir lento, como si supiera lo que nos estaba sucediendo. Pequeñas estrellas rezagadas comenzaron a aparecer de entre las nubes, sólo para contemplar el caos en la tierra.
La destrucción de todo lo visible e invisible reflejándose en un beso.
Aquella noche me demostraste que podías volverte Jehová y Lucifer al mismo tiempo. Podías hacerme rezar e implorar por piedad, maldecir y bendecir, glorificar y despreciar por igual.
Lloré con fuerza, haciendo que mis lágrimas formaran pequeños diamantes al caer al suelo del auto, y las espinas pasaron a ser de oro sólido. El perfume de las flores se convirtió en oxígeno, y los pétalos en ambrosía.
Tus labios emanan miel dorada, elíxir hipnotizante y eterno.
Y bebí.
Bebí de tus labios hasta quedar satisfecha.
Y morí. Viví y morí, morí y viví, viví y viví.
Viví, mientras morías en mis brazos.
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Escritos Nocturnos.
Teen FictionRecopilación de pequeños o largos escritos que escribí en la madrugada.