Alcé la mano y encendí la luz de la mesita de noches. Efectivamente estaba en mi habitación. Algo bueno, aunque también había alguien conmigo.
—¿Quieres apagar la jodida luz?— Una voz familiar me dejó de piedra.
Me giré lentamente y ahí estaba él.
Tenía los ojos cerrados y estaba tumbado encima de mi colcha de Patchwork.
—Keiv... ¿Qué haces en mi habitación?—le susurré sin poder apartar los ojos de él.
En cuanto oyó mi voz sus ojos castaños se abrieron y pegó un bote cayéndose de la cama. Se ve que estaba en el borde, tampoco era que la cama fuera muy grande.
—¿Mina? Mierda, Mitchell me va a cortar las pelotas.—Le oí decir mientras se ponía en pie y con las manos intentaba hacer algo con sus rizos.
Tenía el pelo casi por los hombros, normalmente no solía tenerlo tan largo, pero se estaba volviendo un poco descuidado. Creo que tenía que ver con la situación que andaba soportando en casa. Desde que su padre murió y su madre, hermana y él tuvieron que irse a vivir al parque de caravanas ya no era el mismo.—¿Recuerdas algo de anoche?—pregunté algo aliviada de que fuera él.
Eso significaba que mi integridad seguía intacta. Confiaba en Keiv ciegamente.
—Poco, pero estoy seguro de que no ha pasado nada si es a eso a lo que te refieres.... —susurró mientras miraba de un lado al otro—. ¿Has visto a mis zapatos?
Rebusqué con la mirada y encontré sus Nike sobre mi escritorio.Vaya sitio.
Se puso las zapatillas a toda prisa y me miró un segundo antes de respirar hondo.
—Esto nunca ha pasado—me advirtió antes de irse hacia la ventana, abrirla y saltar al exterior sin miramientos.
Por un segundo me quedé sin aliento, luego me levanté y corrí hacia la ventana esperando encontrarle tirado y retorciéndose en el suelo, pero ya no estaba ahí.
Me recordó la escena donde Jacob saltaba de la ventana de Bella y desaparecía por el bosque convertido en lobo.Suspiré y volví a la cama.
¿Por qué se ha puesto así? Ni que tuviera la lepra.
Desde siempre Keiv había estado en mi vida. Era el mejor amigo de mi hermano mellizo. Iban a todos lados juntos, lo que conllevaba que estuviera en casa casi todos los días. Incluso habíamos tenido que compartir los tres una tienda de camping, no sé porque de pronto se portaba tan raro.
Encogiéndome de hombros, enfundé mis pies en mis esponjosas pantuflas y bajé a desayunar. En la cocina encontré a mi padre y a mi hermano en una discusión mientras desayunaban.
—...ojalá pudiera encerraros a todos, menudo problema habéis causado...—decía mi padre en tono severo.
—¿Qué ha pasado?
Me senté con ellos en la isla de la cocina y me serví un cuenco con cereales azucarados.
Mi padre desvió la mirada de Mitchell a mí.—¿Dónde estabas anoche?
Abrí la boca para contestar que había ido a la fiesta de London Sullivan cuando mi hermano contestó por mi.
—Después de los farolillos la traje a casa, no se encontraba bien.
Mi padre me inspeccionó con sus oscuros ojos, sabía que si pestañeaba o miraba a otro lado sabría que era mentira, mi padre solía ser un detector de mentiras andantes, solo había algo que nunca fallaba...
—La regla... ya sabes.—Me encogí de hombros y llevé una cucharada a la boca.
Solo había una cosa que le daba bastante repeluz como padre soltero y eso era; la regla.
—Vale.
—¿Qué ha pasado?— Volví a preguntar. Realmente necesitaba saber qué había pasado, no me acordaba de nada.
—Sullivan la volvió a liar, drogó a todos y algún chalado quemó la casa.
Abrí los ojos de par en par.
—¿¡Qué!?
No me lo podía creer. Por una vez que pasaba algo emocionante en el pueblo y no me acordaba. Que ironía.
—Si pudiera os encerraba a todos, sois unos malcriados—exclamó en tono autoritario.
La verdad es que los jóvenes del pueblo tenía la autoridad bastante «hasta las pelotas». Todos los fines de semana buscaban algún problema que dar que hablar durante toda la semana.
—Por una vez que pasa algo emocionante y me lo pierdo...—me quejo aun siguiendo la mentira de antes.
Mi padre me mira de mala manera.
—No tiene nada de emocionante drogarse y mucho menos quemar casa ajena, Mina.
Volví a encogerme de hombros.
Oí a Mitchell suspirar.
Se ve que llevaba un buen rato disfrutando del agrio humor mañanero de papá.Escuchamos la puerta de la entrada abrirse y todos nos giramos a la puerta de la cocina esperando al intruso. Si había algo que nadie tenía en aquel pueblo era intimidad, nadie sabía llamar antes de entrar y los cotilleos estaban a la orden del día.
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FRUTA PROHIBIDA ©
Teen FictionKeiv ha estado siempre ahí, en los partidos de fútbol, las barbacoas familiares, cumpleaños... pero no fue hasta ese día que Mina le notó. Mina era todo lo que él nunca sería; dulce, ingenua, perfecta y prohibida. Sí, sí, prohibida. Mitchell era s...