Gimme, Gimme, Gimme (An Amelia after midnight)

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Dos

Gimme, Gimme, Gimme (An Amelia after midnight) 

Luisita Gómez se había convertido en una entusiasta de la zumba. O más bien, una entusiasta de mirarle el culo a Amelia mientras que ella misma se tropezaba con pasos desordenados y la voz de Gloria Gaynor haciendo estruendo en la sala: I Will Survive, canturreaba la rubia por la plaza de los frutos.

— ¡Luisi! — La pesada voz de su hermana la hizo pararse en seco, mordiéndose el labio porque, definitivamente, la había pillado. — Caramba, Luisi, que poco más y no te alcanzo... — Comentó su hermana con el ceño fruncido. No podía creerse que, al final, su hermana pequeña, fuese a las clases de zumba con más entusiasmo que ella.

— Hombre, María, es que me he tirado como un milenio esperándote. — Respondió la rubia indignada mientras ponía los brazos en jarra. — Habíamos quedado a las 10:30 y tú seguías durmiendo bien pancha a las 10:27, pues entonces yo he dicho: No llegamos, María, no llegamos.

María sabía que su hermana era impaciente. Que sumaba los minutos de reloj más rápido que los segundos y que odiaba llegar tarde a los sitios, especialmente, cuando algo le interesaba. Lo que le sorprendía era, que su hermana hubiese encontrado su vocación con esto de la zumba. Vale, que sí, que las clases de Amelia le gustaban hasta a ella, que no había más que ver cómo se había corrido la voz por el pueblo y ahora, hasta Gertru la pollera se había animado a ponerse unas mallas y dar un par de vueltas sobre la pista de baile, pero de ahí a que fuese algo insólito, pues tampoco había que exagerar.

— Bueno, Luisi, pero es que no son ni las once menos veinticinco aún, caramba. ¡Ya me podías haber despertado!

Luisita torció los labios desesperada. Cuanto más tiempo se tirase allí parada, más sitios en primera fila estarían siendo ocupados por Gertru y sus secuaces.

— María, hija, es que no lo entiendes, que, si llegamos tarde, ¡Nos quitan la primera fila! — Trató de explicarle como si fuese la cosa más urgente del universo. Y en realidad, para Luisita, ver a Amelia aquella mañana, lo era. Y no por nada, no porque estuviese coladita por su profesora de zumba o porque tuviese algún interés en ella, en absoluto, era más una ambición profesional por ser la mejor de la clase y, obviamente, seguir demostrándole a su hermana que, en definitiva, llevaba el baile en la sangre.

— Bueno, hija, pues tira, tira... — Acabó cediendo María mientras la miraba sin entender muy bien la película y se dejaba arrastrar por el paso apresurado de la rubia.

— Pero bueno, ¡Qué madrugadoras! — Luisita suspiró. Radiante, estaba radiante: Como si hubiese dormido sus ocho horitas de sueño, comido y bebido el agua suficiente y hecho su dosis de ejercicio diaria. (Eso también lo ponía en la Cosmopolitan y estaba segurísima de que Amelia seguía esos consejos al pie de la letra.)

— Mi hermana, aquí como la ves, que se ha aficionado a la zumba. — Contestó María sin darle mucha importancia, aunque Lusita sintió unas repentinas ganas de asesinarla y quedarse tan pancha. — Bueno, Amelia, cariño, me voy a cambiar, que con las prisas, no me ha dado tiempo...— Y esto lo dijo echándoselo en cara a la impaciente de su hermana, antes de desaparecer por la pequeña puerta de madera.

into Amelia, no la zumba | LuimeliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora