Sedentaria

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Cinco

Sedentaria

A Manolita había empezado a gustarle esto de que sus hijas fuesen a clases de zumba.

Si era sincera, desde que habían nacido los pequeños, no recordaba lo que era el silencio. Esos momentos en los que te puedes sentar en el sofá y hacer que el mundo deje de girar durante unos segundos. Cuando no te preocupa tanto la ropa que queda por planchar o que aún tienes que poner un par de lavadoras. Y no la malinterpretéis, que ella siempre había sido una madre devota, pero a veces, una mujer necesita pararse a respirar.

Por eso, con su casa vacía y sin discusiones de por medio, había empezado a cogerle el gusto a acudir al salón entre ratos libres.

Sin embargo, aquella mañana, cuando regresó del colegio, se dio de bruces con su hija, la rubia, que atravesaba la estancia como si acabase de salir de una cueva. Vamos, peor que cuando se metió en una comuna hippie... — ¡Pero Luisa! —exclamó Manolita mientras se llevaba la mano al pecho. Su hija la miró de soslayo, como si estuviese interpretando el papel de su vida y se dejó caer en el sofá, —En su sofá—, dramáticamente.

— Buenos días, mamá... — Saludó la rubia con poco ímpetu.

— ¿Estás enferma?, ¿Hoy no tienes zumba? — Manolita frunció el ceño, mirando el reloj. Aún tenía tiempo de librarse de su hija, de todas formas. Sabía que las clases empezaban a las once y aún eran las diez y veinticinco.

Luisita sacudió la cabeza. Lo que tenía era una nueva filosofía: Una que renegaba todo lo que tuviese que ver con la zumba, la Cosmopolitan y, sobre todo, Amelia Ledesma.

— Mamá, ahora soy sedentaria—expuso la rubia muy convencida. — Antideporte—añadió—. Es que mamá, ¿Para qué hacer ejercicio si nos vamos a morir igual?

Manolita gruñó por dentro. Ella solamente quería dos minutos. Dos minutos de intimidad:

— Bueno hija, pero, ¿No lo decía en la revista esa...?, ¿Cómo se llamaba?, sí, hombre, la... ¡La Cosmopolitan leñe! — Acertó finalmente. 

— Mira mamá, eh... — A Luisita ya se le estaba escapando el humo por las orejas, lo cual no era especialmente una buena señal. Manolita se echó dos pasos hacia atrás: Otra cosa no, pero el genio de su hija podía llevarse a cualquiera por delante. — No me hables de la zumba, eh... no me hables de la zumba—replicó, cruzándose de brazos e inflando los mofletes. Manolita tuvo que contenerse para no reír ante la imagen: Su hija seguía enfadándose de la misma forma que cuando era una niña. Y la verdad, Luisita siempre había tenido un carácter muy definido; decidida, en general, y con las cosas claras: Aunque sus decisiones no durasen más de un mes, por lo menos, cuando se le metía algo en la cabeza, lo conseguía. — No me hables de zumba ni de Amelia...

— ¡Luisi!, ¿Estás lista? — Antes de que Luisita pudiese seguir hablando, María irrumpió en la casa a grito limpio. Manolita volvió a suspirar de forma interna. Un minuto: Solo pedía eso. — ¡Virgen Santísima, Luisi! —exclamó la morena, sobresaltada, al encontrarse a su hermana de aquella manera. Normalmente, cuando ella llegaba, Luisita ya estaba más que lista. De hecho, aún sin entrar por la puerta, podía escucharla quejarse sobre llegar pronto y coger un buen sitio para atender mejor en clase, pero aquel día, la menor seguía en bata, con el pelo alborotado y cara de no haber pegado ojo. — ¿Estás enferma?

into Amelia, no la zumba | LuimeliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora