8. la pretendienta

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Ocho

la pretendienta

Amelia nunca pensó que sería Madrid.

Había buscado la libertad en muchos sitios; había viajado y se había perdido en mundos casi inexistentes; vivido entre susurros y secretos, tal vez, miradas que terminaban en silencios de ir y venir, parte de historias que siempre tenían un final más que trágico. Aquel año había estado pensando mucho en su padre, o tal vez, solamente en aquellas palabras que había dicho mientras sujetaba la puerta, esperando a cerrársela en la cara, aún vestido con el traje, pero también con la palabra decepción en sus pupilas: 'Volverás. Porque en el fondo siempre sabrás que esto es un error'. Y muchas noches había pensado en hacerlo. Por miedo, por su madre, por rendirse.

Pero entonces se miraba al espejo y se daba cuenta de que jamás podría llegar a ser la mujer que él quería como hija. Y, sobre todo, que lo último que quería, era convertirse en su madre. Lo había intentado en el pasado, pero era una bala perdida: inestable, insegura, incierta. Y esa no era ella. No podía fingir, por lo que llegó París, y con París Londres y todas esas ciudades que estaban lejos. Pero ninguna era casa. Todas eran amantes de una noche de las que se cansaba al día siguiente. Bailes en locales clandestinos y una vida que, a veces, le hacía olvidar su propio nombre.

Y entonces llegó Madrid. Tan sincera, con sus calles barriendo el silencio; con Malasaña y Chamberí. Y el gimnasio. No sabía si ese era su sueño, pero la vida se tiñó de color cuando ella apareció por la puerta. Amelia sabía, definitivamente, que Luisita no era una deportista entregada, pero le daba igual. Le gustaba mirarla, intentando seguir sus pasos de baile mientras que ella misma contenía una sonrisa ante la forma en la que sus labios dibujaban la concentración en su rostro. Era guapísima. Y fue, como esa ola de aire fresco que la de rizos necesitaba para desconectar de sus pensamientos.

Así que, tal vez no era la capital. Tal vez se trataba simplemente de ella. Y quizás por eso, le era casi imposible dejar de mirarla en aquellos instantes; de dibujar su piel, casi perfecta, con los ojos, y de admirar el vestido tan bonito que bailaba junto a la cinta lila que llevaba en el pelo.

— Amelia, es que no sabes lo que me ha costado salir de casa, ¿Eh? —negó la rubia, en cierto modo, indignada, mientras caminaban—. No te digo yo a ti, que mi padre se piensa ahora que tengo un pretendiente, ¡Yo!, un pretendiente... — La rubia rio de forma exagerada y Amelia negó con la cabeza. Le gustaba escucharla. Podría dejarla hablar durante horas y dedicarse a mirarla en silencio. Luisita era caótica, caótica y adorable. Añadía, en cualquier caso, un extraño dramatismo a sus palabras, ante el cual siempre intentaba no echarse a reír. 

— Bueno, Luisita, un pretendiente sí tienes. — Se quejó ella, por si no se lo había dejado claro.

— ¡Ah, no, Amelia! —negó la rubia con suspicacia. — Una pretendienta, que ya bastantes hombres tengo yo en mi vida como para querer más—añadió, con una mueca ante esto último.

— Eso suena mejor—admitió. Y caminaron unos segundos en silencio, el bar estaba cerca, pero la rubia quería ir despacio, porque aquellas calles estaban vacías y solamente allí, podrían ser ellas.  — Y, dime, Luisita... Esa pretendienta... ¿Tiene posibilidades?

into Amelia, no la zumba | LuimeliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora