Un encuentro fortuito

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Era un día cálido, callado, los pájaros revoloteaban por el cielo, alegres del hermoso paisaje que se divisaba en el horizonte

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Era un día cálido, callado, los pájaros revoloteaban por el cielo, alegres del hermoso paisaje que se divisaba en el horizonte. Apenas terminaba de descender de un largo viaje en bajada del monte Natagumo, un joven, de baja estatura, con un haori azul marino del lado derecho y de un color gris del lado izquierdo, con una espada guardada en su cintura, y usando un pañuelo azul pálido para ocultar su rostro y cubrirse del sol. Caminaba con prisa, pero sin exaltarse, sin mostrar signos de urgencia. Tranquilamente, se movía en pasos lentos pero activos que iban sincronizados con las exhalaciones de sus pulmones. Con la vista fija en el camino de tierra que sobresalía de un pastizal verde con algunas flores sobresaliendo del mismo, bastante hermoso. El joven, a pesar de los ropajes que usaba, no parecía afectarle el sol, mientras pensaba tranquilamente que debía hacer en cuanto se encontrara con ese hombre... Aquel que causo dolor en su vida... Aquel que alguna vez llego a tener en frente, con su espada en mano, preparado para atacar, pero que nunca pudo ni parpadear, cuando aquel hombre había desaparecido entre la niebla de una noche fría y muerta. El joven sin darse cuenta había acelerado el paso, pues sabía que la dirección a la que se dirigía... era el camino directo hacia su mortal enemigo... un demonio.

Poco a poco, el calor iba aumentando, pero el joven no parecía inmutarse, caminando a paso apresurado pues – Si tan solo llegase a tardar aunque sea un segundo más de lo usual, alguien morirá – Pensaba preocupante el joven por cada paso que daba. El camino era largo hasta Hokkaido, pero igualmente debía seguir caminando, manteniendo el paso. Y así fue durante cinco largas horas, sin toparse con nadie en el camino, sin detenerse por un momento, sin beber por lo menos una gota de agua. Se mantuvo firme en su andar.

Fue entonces que mientras caminaba se topó con un chico, de cabello castaño, con un haori azul y verde a rayas con bordado en blanco y hombreras naranja, que apenas caminaba, a paso lento y desincronizado, torpemente balanceándose de un lado al otro del cansancio. Al acercarse al joven, noto que llevaba algunos vendajes en el brazo izquierdo, en la pierna derecha y en la frente, de los cuales aún goteaban sangre, como si torpemente el mismo se hubiera tratado las heridas sin preocuparse tanto del sangrado. El joven se acercó a un lado del otro chico vendado, y al dirigirle algunos gestos con la mano para llamar su atención, este simplemente lo ignoro, manteniendo el paso.

Fue entonces que el joven decidió seguirlo, y estuvieron caminando por un buen rato, cerca de 15 a 16 minutos, antes de que el chico vendado cayera rendido al suelo por la pérdida de sangre. El joven toco su cuello, comprobando que tenía mucha fiebre. Lo cargo del brazo y arrastrándolo lo llevo hasta un árbol a un lado del camino. Ya era casi de noche, por lo que prendió una fogata con los pocos utensilios que tenía a la mano, y al tener iluminación suficiente, ayudo al muchacho quitándole los vendajes, divisando cortadas en su brazo, piernas y un golpe mínimo en la frente, algunas heridas eran superficiales, pero la verdadera relevancia se la llevaba la herida abierta que tenía en su espalda que no había podido observar bien por el haori que traía antes. Tras esto, desenfundo su espada y la acerco al fuego, aumentando la temperatura de la hoja para luego ponerla sobre la herida abierta del muchacho, cauterizándola para detener el sangrado, para acto seguido, cambiar los vendajes.

La voluntad de un asesino de demoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora